Regreso a El Salvador
LA DECISIÓN de los principales dirigentes del Frente Democrático Revolucionario (FDR) de El Salvador de regresar a su país responde a un proyecto político racional y de largo alcance. El FDR es el brazo político del movimiento guerrillero Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y participó, juntamente con jefes de las guerrillas, en los encuentros promovidos por el presidente de El Salvador, José Napoleón Duarte, para negociar un alto el fuego. Estos esfuerzos, a pesar del estímulo que recibieron del Acuerdo de Esquipulas II, no dieron resultados concretos. Y la situación se deterioró gravemente a finales de octubre, después del asesinato del presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Herberto Anaya, por grupos de ultraderecha. A la luz de esos antecedentes, la decisión de los líderes del FDR, Ungo y Zamora, de regresar a su país, ha abierto nuevas esperanzas.Su proyecto consiste en crear una organización legal que pueda defender, en el terreno político, las aspiraciones progresistas, de izquierda, que hasta ahora no han tenido expresión legal en la escena política salvadoreña. Este retorno es una prueba, y por eso no es aún definitivo. Se trata de ver prácticamente si ese tipo de actividad política se puede realizar sin ser impedida, ni por las autoridades legales, ni por los escuadrones de la muerte, que actúan al servicio de la extrema derecha.
El éxito de la prueba abriría una etapa nueva en El Salvador. La guerra civil no terminará por encanto, pero los sindicatos obreros y las masas campesinas -a los que ahora se acusa de hacer el juego de la guerrilla- encontrarían un espacio legal para plantear sus demandas. La legalidad política salvadoreña se dotaría de un ala de izquierda, de la que hoy carece. Ello significaría, en un plazo más o menos prolongado, dejar sin razón de ser a la lucha armada, a las guerrillas. En términos históricos, sería un éxito para el presidente Duarte, que siempre se ha presentado como adalid de la reconciliación y la libertad, y que ha protagonizado la toma de contacto con la guerrilla.
Sin embargo, la actitud de Duarte después del retorno de Rubén Zamora no se corresponde con el deseo, tantas veces proclamado por él, de llegar a un acuerdo con la guerrilla. Exige a los líderes del FDR que rompan con el FMLN so pena de ser procesados y encarcelados. Pero esos retornos tienen tanto más valor por tratarse de líderes ligados a la guerrilla. Son hechos que, por su misma lógica interna, apuntan hacia una perspectiva general de paso de la lucha armada a la lucha política. En un proceso de ese género es inevitable que coexistan situaciones contradictorias.
Pero lo importante es que se desarrollen y triunfen los factores que empujan la dinámica de paz y democracia. La idea de procesar a los líderes del FDR va en sentido contrario. Más grave aún es la declaración de Duarte de que Rubén Zamora y Guillermo Ungo han sido enviados "al sacrificio". Frase imprudente, porque puede interpretarse como un aval para los grupos paramilitares.
A este inquietante cuadro político, hay que añadir un nuevo elemento que hace aún más compleja la situación salvadoreña. El anuncio hecho a últimas horas de ayer por el presidente Duarte, acusando claramente al líder de la ultraderecha y reconocido cabecilla de los sanguinarios escuadrones de la muerte, el mayor Roberto D'Aubuisson, de ser el autor intelectual del asesinato del arzobispo Romero, dispara los mecanismos de una cadena de reacciones que por ahora resulta imprevisible. Nunca, como en este momento, ha quedado más patente el casi imposible papel de árbitro que ha jugado Duarte en no pocas ocasiones. El presidente salvadoreño, que tenía abierta la guerra por la izquierda, inicia otra batalla no menos dura por su derecha. Los acontecimientos de los próximos días darán alguna respuesta a una política que, como poco, habría que calificar de arriesgada.
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