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Saida Sassi

La sobrina y enfermera de Burguiba, principal brazo político del ex presidente de Túnez

Durante los dos últimos años los tunecinos se acostumbraron a ver, en fotografías oficiales y en los reportajes filmados de los telediarios sobre las actividades del hasta ahora su único y todopoderoso presidente, el anciano Habib Burguiba, la figura de una mujer. Era Saida Sassi, su sobrina, a quien se supone artífice de las más recientes conjuras e intrigas palaciegas que presidieron la vida de este país hasta el sábado último. En cualquier caso, y al margen de posibles conspiraciones políticas, Saida Sassi ha sido la persona encargada de cuidar y vigilar la salud de su anciano tío, y transmitir a los tunecinos que ésta era más resistente de lo que la realidad ha confirmado.

A lo largo de su vida, Habib Burguiba siempre se acompañó de una mujer en el ejercicio del poder. Primero fue la francesa Mathilde Loraine, ya fallecida y madre de su único hijo, Habib Burguiba, hijo, de la que se divorció en 1961. Después apareció en escena Wasila Ben Amar, miembro de una poderosa familia tunecina, de la que se llegó a decir que gobernaba el país, gracias a una corte de aduladores e incondicionales que estratégicamente tenía situados en el Gobierno y los principales puestos decisorios del país.Y, finalmente, a la tercera fue la vencida. Saida Sassi entró súbitamente en el palacio de Cartago; obligó a abandonar la residencia presidencial a la que parecía inamovible Wasila, y consiguió que, a los 83 años, en el verano del año anterior, el depuesto presidente sorprendiera a propios y extraños anunciando su segundo divorcio.

Con la llegada de Saida Sassi a Cartago comenzó la recta final del desconcierto presidencial en Túnez. La influyente sobrina, pequeña y menuda, sesentona y natural de Monastir, como su tío, entró en Cartago y cayó Mohamed Mzali, entonces primer ministro y delfín de Burguiba durante siete años. A Mzali le sucedieron, en la desgracia política, un rosario de ministros y altos cargos estatales, lo que convirtió al país en una cadena de reajustes ministeriales.

Ella disimulaba su poderío -consiguió que la divorciada Wasila tuviera que exiliarse en París- en las fotografías oficiales como discreta dama de compañía de Burgiba. En invierno le acompañaba en sus paseos matinales por los jardines del palacio de Cartago y en verano se bañaba con él en la playa de Skanes, siempre sonriendo.

Todo ello contribuyó a demostrar, a través de innumerables fotografías, que los baños del anciano eran la mejor evidencia de su supuesta fortaleza física y mental.

Los políticos entraban y salían brevemente del palacio de Cartago para despachar con el presidente, generalmente durante las primeras horas del día, que era cuando el arteriosclerótico Burguiba gozaba de su mejor momento de lucidez. Saida Sassi, sin embargo, permanecía sola con él después, mientras los tunecinos se divertían con chistes y bromas maliciosas sobre la pareja. Desde el sábado pasado, políticamente muerto Burguiba, su compañera de los dos últimos años se ha visto forzada a dejar de compartir el cetro y ha vuelto, sin abandonar a Burguiba, a ser simplemente la sobrina, pero en el exilio interior y en la soledad política más absoluta.

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