_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Master'

El secreto del éxito actual consiste en tener un master en el bolsillo. Poco importa que poseas títulos, doctorados, méritos, experiencia, presencia o enchufe, sin un master nunca llegarás a nada. Es la palabra mágica que abre todas las puertas y cierra todas las bocas. Basta darse una vuelta por las ofertas de empleo de los periódicos, especialmente las que prometen más de seis cifras, para comprobar la importancia de ese nuevo fetiche académico que ni siquiera es posible pronunciar en español. Todo ese furor por ser titular de un master nos habla muy a las claras de la miseria de nuestros viejos títulos universitarios. Resulta que el final de carrera sólo tiene principio como principio de un master. Creíamos que la masificación de la Universidad por lo menos acabaría con el clasismo de siempre, y ahora irrumpe esa nueva elite universitaria con el misterioso y todopoderoso certificado expedido en el extranjero.Ahora bien, ¿qué es un master? ¿Qué diablos ocurre en esos intensivos y costosísimos cursillos para que de la noche a la mañana aquellos licenciados de polifacética incapacidad se transformen en lobos financieros de una sola mirada? Por lo visto, el secreto del master está basado en el siguiente principio: vamos a tener que derrochar mucha inteligencia si queremos librarnos de la que tuvimos en el pasado. Porque el master, en contra de lo que parece, no es una prolongación de los estudios universitarios, sino borrón y cuenta nueva. No se trata de añadir nuevos saberes, sino de eliminar los viejos.

Más o menos como los ejercicios espirituales, los cursillos de cristiandad y los retiros del Opus que tantos estragos causaron. El régimen de vida de estos ejercicios empresariales parece calcado de las célebres instrucciones redactadas por Ignacio de Loyola para sus gimnastas espirituales. Retiro monacal, pequeños lujos, contricción perfecta, don de lenguas, olvido del pasado, oración permanente y espíritu de casta. Y es un plagio lógico. Lo que vale para invocar a Dios también sirve para invocar al dinero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_