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Reportaje:

Otoño caliente en la Sociedad Micológica.

Lluvias y buena temperatura azuzan la afición a los hongos

El culto, nada siniestro pero con unos asistentes en cuya mirada brilla a veces el entusiasmo ciego del fanático, se celebra los lunes por la tarde. Como corresponde a una afición bastante subterránea, la sesión es en un sótano del edificio del Jardín Botánico. Otros otoños los fieles son pocos. Éste, con tiempo húmedo y templado, ha incitado a más gente que nunca a recoger hongos, y las sesiones se han convertido en manifestaciones de masas, con un centenar largo de veteranos y neófitos arremolinados precariamente junto a una enorme mesa cargada de trofeos.

La Sociedad Micológica de Madrid no es una organización multitudinaria. Los últimos números de carné andan por el 400. Pero en un otoño como éste aparecen hasta en la reseca meseta muchas vocaciones micófilas. Y el maestro de ceremonias, el botánico Francisco de Diego Calonge tiene que reclamar sin cesar silencio a través de su megáfono. En la antesala todavía hay más remolino: allí es donde el público en general lleva sus carpóforos -nombre científico de lo que se conoce por setas u hongos- a que se los identifiquen.Los asociados son, a veces, científicos como De Diego -antiguo director del Botánico- o como el presidente de la sociedad, Alvaro Zugaza, que acude a demostrar con un pedazo de papel prensa un experimento químico que identifica sin error posible la letal Amanita phalloides. Pero otros confiesan que "a fuerza de encontrar setas que no son de cardo, uno acaba preguntándose si serán comestibles, y al despertarse la curiosidad todo viene rodado".

Entonces la cosa es hacerse socio y acudir, tras el fin de semana de recolección febril, a escuchar a De Diego -bigotito blanco, un conocimiento enciclopédico y buen sentido del humor- explicar una tras otra las características de una Clitopybe gigantea o de una odora: "Fijaos en el intenso olor a anís". Y la setita verdosa circula de mano en mano y de nariz en nariz. Hasta un centenar de variedades -comestibles, venenosas o indiferentes, vistosas amanitas muscarias o diminutas collybias- se apilan en la mesa, traídas por los socios.

La Sociedad Micológica publica un sesudo boletín con estudios del tipo Hifomicetos acuáticos en la serranía de Cuenca o Notes on some Spanish gasteromycetes, éste por un profesor sueco muy interesado por esos hongos que el común de los españoles llama pedos de lobo. Pero para la mayoría de los asociados lo importante son las sesiones semanales de reconocimiento y divulgación, así como las excursiones a la sierra de Guadarrama o las actividades del Grupo Micogastronómico, que el año pasado organizó una cena con 41 platos en los que entraban 25 especies de hongos suculentos.

La tarea divulgadora se centra en dos aspectos: distinguir las setas tóxicas -no sólo las amanitas, sino otras como varios cortinarios y aquellas clytocibes y lepiotas de menor tamaño- y reconocer las más sabrosas. "Ésta, para los que no lo sepan aún, es la pistonuda, es decir, la Lepista nuda", proclama De Diego enseñando una seta de pie azul. Y se le ilumina la mirada.

Una afición incipiente

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Frente a la enorme afición catalana o vasca, la madrileña es incipiente y siempre difícil y sufrida, por la frecuencia de las sequías. Los socios suelen declarar una común irritación: los destrozos de los miles de aficionados monotemáticos, con su bolsa de plástico a cuestas -algo reprobable: hay que usar una cesta de mimbre para no propiciar el deterioro de las delicadas setas-, en busca de un único hongo: el sobrevalorado níscalo o Lactarius deliciosus.Junto al níscalo, sólo una seta parece atraer por estos pagos a aquellos aficionados menos informados que los miembros de la Sociedad: la de cardo o Pleurotus eryngii. Ésta sí que es suculenta y representa además un milagro mesetarlo: crece, sobre raíces podridas de cardo, en las más secas y pedregosas estepas castellanas. No por nada es la que aparece en el emblema de la Sociedad Micológica de Madrid.

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