Berlanga
Luis G. Berlanga ha dicho alguna vez que Madrid sólo es para él un sitio donde está. Pero ya Bardem definió a Berlanga como un jactancioso inverso. Sus jactancias son lamentos. Lo cierto es que Madrid tiene en Berlanga su mejor cronista cinematográfico, quizá, y, por no remontarnos al cuarentañismo, bastaría con recordar su serie sobre la "Escopeta nacional".Ahora, con Moros y cristianos, Berlanga (más el prodigioso escritor cinematográfico, y escritor/escritor, que es Azcona) se interna en ese mundo raro del marketing entendido a la madrileña: un creador de imagen que simultáneamente promociona a un fraile para santo, unos turrones de Jijona y una mujer para parlamentaria. Ya el invento del creador de imagen es una cosa ambigua y "sofisticada" (aquí sí que vale la palabra, y no como sinónimo de refinado o perfeccionado, qué dislate) en Estados Unidos, país que efectivamente aplica las mismas técnicas de lanzamiento a Thomas Pynchon que a unas bragas. Pero si esto lo trasladamos al Madrid actual, que desde que se abrió la Gran Vía mira más a Chicago que a Viena, lo que nos sale es el viejo pícaro con coleta y cuatro frases del inglés básico/acelerado/comercial/nocturno. Este eterno pícaro madrileño de Berlanga (sabiamente hecho por el ya magistral López Vázquez) lo padecemos y disfrutamos todos los que tenemos algo que vender al público: un libro, una moda o un pintor. Madrid está hoy lleno de esos hombres y mujeres que son un cruce del viejo pícaro español (Paquito Rico me envía su exquisita edición anotada del Lazarillo) y el modesto creador de imagen, o imaginador de creaciones.
De nada vale escribir, crear, fabricar, inventar, investigar, si uno no tiene detrás, hoy, en Madrid, un periódico, una revista, una radio, una televisión, un medio creador de imagen, use el periódico coleta o no la use. Esto es lo que ha visto claramente Berlanga (los fines vaciados en los medios; postmodernidad), y nos lo cuenta mediante su mejor y más característica escritura, en la que, como le digo a María Jesús, su mujer, está superándose a sí mismo: ya puede meter cien actores en un plano y hacerlos hablar todos a la vez: el caos resulta razonable, se sigue y se entiende. Todo Madrid es ya ese ejecutivo con coleta o sin coleta que en una semana puede canonizar a un político, a una estrella, un licor o un turrón. Incluso puede Madrid canonizar un santo (del Opus).
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