Los recuerdos y los olvidos
Se estarán borrando acaso, como algunos observadores del panorama cultural pretenden, las fronteras que separan los tradicionales géneros literarios? ¿Se estará haciendo cada vez más dificil distinguir en literatura entre lo que es ficción artísticamente orientada y lo que es resto fidedigno de hechos realmente ocurridos? Diré a cuento de qué vienen estas preguntas mías ahora. Durante el sosiego del verano acudió EL PAÍS a satisfacer en su público la presunta apetencia de lecturas diversas y amenas, o quizá a estimularla, ofreciéndole, bajo el epígrafe de relatos en el suplemento dominical, y bajo el de lecturas en el cuerpo del diario, piezas de prosa narrativa encomendadas a varios autores. Entre ellos, a mí. En efecto, acepté el enpargo: escribí lo que yo hubiera dicho que era un cuento, y que desde luego lo había sido en mi intención. Sin embargo, cuando en su momento apareció publicado, más de una persona amiga vino a comentármelo Felicitándome, o felicitándose, por la continuación de unas memorias, mis Recuerdos y olvidos, a cuyo tercer volumen suponían debía pertenecer ese texto, dado en calidad de anticipo o primicia. ¿De dónde vendría su equivocación? ¿Por qué daría mi cuento una impresión tal falsa, sin duda, como nadie mejor que yo sabe, pues su argumento no contiene de mi experiencia vivida sino el mínimo de elementos que son indispensables para cualquier invención imaginaria?Discurrí algunas posibles explicaciones en respuesta a mi curiosidad. Pensé ante todo que los lectores habituales de este periódico están acostumbrados a encontrar mi nombre al frente de artículos donde trato asuntos de actualidad, con lo cual no esperan verme incurrir en la divagación fantaseadora. Pensé también que esos amigos, conocedores como lo eran de mis memorias, asociaban este relato mío con los anticipos que Rafael Alberti viene brindando en estas mismas páginas de una esperada continuación de La arboleda perdida. Pensé que quizá habían relacionado y referido el título de mi cuento reciente, Dulces recuerdos, al de mis Recuerdos y olvidos, libro este con el que, además, guarda de seguro el parentesco estilístico inevitable en trabajos de la misma mano. Y luego, en cuanto a los rasgos internos que presenta la composición de mi nuevo cuento, el hecho de estar redactado el relato en la primera persona del singular por un narrador-protagonista, según es también el caso de las memorias, unido a la fuerte subjetividad que lo impregna, y todavía, en fin, la concentración de la anécdota de empalagosa glotonería a que con humorística ambigüedad alude el adjetivo antepuesto en el título a los recuerdos, colocada en medio de vagas reflexiones melancólicas acerca de los más corrientes, lugares comunes sobre la vida. Y la muerte, muy bien se presta todo ello a crear confusión en quienes han leído sin la tensa atención que puede esperarse de un estudioso de las letras, pero no del que pasa distraído sus ojos por algo que se le ha propuesto como entretenimiento veraniego -una confusión que, por otra parte, es precisamente la que aspira a producir la ficción poética, dándole a los lectores liebre por gato.
En efecto, el éxito definitivo de una ficción literaria -en general, de cualquier obra de arte- consiste en embaucar mediante los recursos aristotélicos de la llamada -y con demasiada frecuencia mal entendida- "imitación de la naturaleza", persuadiendo su limpia evidencia de una realidad superior, más perfecta, ideal en suma. Por ese, la creación artística pide verosimilitud, condición que no puede exigirse en cambio a la cruda realidad de la vida práctica, que tantas veces resulta inverosímil, pese a su factualidad incontestable. La obra de arte lograda hace creer al espectador que esa ágil liebre -cuando no ave fénix o unicornio- sacada del sombrero por la magia del prestidigitador sigue siendo el mismo animal, perezoso y desabrido felino doméstico o insípida paloma, que él había metido antes.
En mi larga vida de escritor puedo decir que, de entre mis obras de ficción, han sido muchas veces aquéllas más distantes de mi experiencia cotidiana las que han llevado a sus lectores la convicción de que los hechos ahí presentados -el material narrativo- pertenecían a mi biografía personal.
Pero claro está que cualquier invención literaria es en lo fundamental autobiográfica: la biografía de un escritor, en cuanto tal, consiste en sus escritos, pues sus escritos se nutren de la sustancia de su vida. Ahora bien, en lo sustancial la vida humana no está reducida a los acontecimientos en que cada individuo, y, en su caso el escritor, pueda haberse visto implicado, sea la enfermedad u operación quirúrgica sufrida por él, cuyos padecimientos tal vez atribuya luego a un personaje imaginario en situación análoga, sea la algarada que por azar haya presenciado en la calle y cuyo espectáculo va a servirle para montar una ficticia escena del mismo tipo, o acaso a los hechos y situaciones de que pueda haberle llegado noticia por información pública o comunicación privada. A la vida humana pertenecen, no menos sustancialmente, los impulsos biológicos y psíquicos de cada Cual, los patrones culturales asumidos, las tradiciones recibidas, su educación artística y literaria, y luego sus peculiares aspiraciones, propósitos, deseos, frustraciones y logros, sueños y ensoñaciones, fantasías, ilusiones y desengaños, y por supuesto, las ideas en que su visión de la realidad se articula y que le permiten expresar de manera consciente, articulada, el modo de su instalación en el mundo. De un arsenal tan complejo e intrincado elegirá el escritor los elementos que considere más adecuados para construir el edificio de cada uno de sus proyectos literarios. Ele cuáles sean los elementos que, como idóneos, haya seleccionado para una determinada estructura poética dependerá el grado y nivel en que ésta pueda ser considerada biográfica.
Toda obra literaria es, pues, en alguna medida autobiografía, pero un cuento entra en la esfera de lo imaginario; es, como imitación de la naturaleza, pura ficción, mientras que unas memorias, por mucho que en ellas la relación de hechos haya recibido un cuidadoso tratamiento artístico, caen del lado de la realidad verídica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.