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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bolsa, en picado

LA NUEVA y espectacular caída de las bolsas de valores españolas viene a contradecir frontalmente las declaraciones de las autoridades económicas, que, en sus pocas apariciones públicas, han sostenido insistentemente la tesis de que aquí no pasa nada. Esta actitud recuerda la curiosa teoría del puenteo de la crisis del petróleo a comienzo de la década de los setenta: entonces se pensó que las consecuencias del aumento de los precios del petróleo durarían poco y que la economía española, cuyo crecimiento era superior al del resto, apenas se vería afectada. Las cosas sucedieron de otra manera, y la democracia española tuvo que pagar, con varios años de retraso, la factura atrasada.Hoy no estamos ante una crisis que afecte a una materia prima esencial, sino que se trata de una fuerte caída de los mercados de valores en todo el mundo. Las razones de fondo se encuentran en los desequilibrios de la economía norteamericana y en el creciente divorcio que ha tenido lugar entre los mercados financieros y los de bienes y servicios. Las acusaciones a Washington de estar forzando la caída del dólar, en perjuicio de las economías europeas, dramatizan políticamente y a nivel internacional una situación que algunos interpretan como el anuncio de una recesión profunda. El alza de las bolsas occidentales rompió las amarras con la realidad de las empresas y lo que se produce ahora es un ajuste de los fenómenos financieros al mundo real. Esta evolución no tiene nada de particular; antes o después, debía producirse y había sido prevista por numerosos observadores. Lo peculiar de este ajuste es su amplitud y el carácter repentino del mismo, puesto que, en unos días, las bolsas han desandado el camino que habían recorrido en varios meses.

El fenómeno se produce con el telón de fondo de una situación económica favorable, cuyos elementos esenciales consisten, al menos en nuestro país, en una elevada tasa de crecimiento de la producción y una fuerte recuperación de la inversión privada. Las autoridades económicas tienen razón al subrayar este hecho fundamental, al que conviene añadir otro asociado: la situación financiera y patrimonial de las empresas es bastante mejor que hace unos años, lo cual permite pensar que las consecuencias sobre la economía real de la crisis de los mercados de valores serán limitadas. Pero eso no quiere decir que no hayan de notarse. La misión de las autoridades consiste en explicar con detalle lo que está sucediendo e intervenir con más decisión en aquellos terrenos que son de su competencia, como, por ejemplo, la liquidez del mercado y los tipos de interés.

Por lo demás, es evidentemente difícil convencer a quienes han perdido en unos días un 10% o un 20% de su patrimonio financiero que lo mejor que pueden hacer ahora es actuar prudentemente y no ceder al reflejo del pánico, liquidando a cualquier precio sus carteras. Sin embargo, la prudencia es, en estos momentos, la actitud más razonable y, sin duda, la que más conviene a sus intereses a largo plazo. El restablecimiento de la confianza es primordial si no se quiere que el bache que estamos atravesando se convierta en una verdadera depresión.

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En otro orden de cosas, es también preciso un mayor grado de coordinación de las políticas económicas de los grandes países occidentales. Es previsible que en Estados Unidos y en Europa se retraiga la demanda interna si no se toman medidas para activarla, y ello repercutiría negativamente en todo el crecimiento de la economía mundial. Por eso, una reunión de los responsables económicos de los países más fuertes, industrialmente hablando, está siendo necesaria. Para establecer los nuevos cauces de las respectivas políticas monetarias y una acción coordinada de respuesta a la crisis.

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