'Crack' o 'no crack'
El lunes 19 de octubre de 1987 es una fecha que quedará grabada para siempre en la memoria de todos los que tenemos algo que ver con los mercados bursátiles. Ese mismo día, el famoso índice Dow Jones, compuesto por los 30 valores más representativos de la industria norteamericana, se desplomaba, descendiendo una cifra récord de 508 puntos, lo cual representa un recorte de más de un 22,5% en una sola sesión. Los viejos operadores recuerdan que el día 28 de octubre de 1929 el mismo índice cedía un 12,81 %, y a partir de ese preciso instante empezó la que fue llamada gran depresión.Por ello mismo, muchos economistas se están preguntando estos días si habrá alguna similitud entre aquel desastre y la situación presente, con el agravante de que la actual caída ha casi duplicado la del fatídico año 1929. En efecto, el lunes pasado todos los mercados bursátiles del mundo occidental -Londres, París, Francfort, Zúrich y Tokio- se contagiaron del pánico vendedor de Wall Street y registraron igualmente las bajas más acusadas de su historia. Paralelamente, saltaban en todos los teletipos y en la Prensa términos como lunes negro o crack bursátil.
Sin embargo, ambas situaciones no son iguales, y aunque las economías occidentales sufren importantes desajustes estructurales, no existen razones de tipo macroeconómico lo suficientemente negativas como para justificar una caída tan amplia.
Como siempre, los más pesimistas argumentan que la caída del dólar, los tremendos déficit norteamericanos, la subida de los tipos de interés y el problema de la deuda de los países en desarrollo son elementos precursores que anuncian una catástrofe sin precedentes en la historia económica del mundo occidental.
Lo primero que se constata es que, si bien estos problemas son reales, existen desde hace tiempo y son perfectamente conocidos y asimilados por todos los agentes económicos. Más aún, el conjunto de las economías occidentales sigue creciendo a ritmo moderado y no se vislumbra, por ahora, la posibilidad de un aumento importante de las tensiones inflacionistas. Igualmente, las bolsas mundiales se encontraban antes de la caída en los niveles más altos de su historia. Esta situación no era fortuita y reflejaba la buena marcha de las respectivas economías y la mejora de los beneficios empresariales.
Pánico injustificado
Incluso en algunos países como EE UU se conseguía combatir con éxito la plaga del paro, ya que su tasa de desempleo se encuentra en los niveles más bajos de los últimos años. El panorama no es, pues, tan aterrador, y tan sólo el desencadenamiento de una guerra abierta con Irán en las aguas del golfo Pérsico, con el consecuente cierre del flujo de crudos hacia Japón, Europa y América, podría justificar el reciente pánico vendedor.
La conclusión es que lo sucedido en las bolsas occidentales ha sido tan sólo una repentina y brutal toma de beneficios exacerbada por elementos de tipo emocional. En efecto, durante estos últimos años se han acumulado enormes plusvalías gracias a la subida generalizada de los mercados bursátiles. Nos encontramos, pues, en una situación en la cual la gran mayoría de los gestores profesionales e incluso particulares ha disfrutado de ganancias importantes en los mercados financieros. Ninguno de ellos desea pillarse los dedos, y no cabe la menor duda que todos y cada uno de ellos están firmemente decididos a defender unos beneficios que intuyen no se repetirán probablemente en muchos años. "Todo lo que sube terminará algún día bajando", y los operadores temen que se acabe la presente bonanza. Por ello mismo, cuando las autoridades norteamericanas confirmaron la semana pasada que su déficit comercial no había mejorado lo esperado y paralelamente las tensiones en el golfo Pérsico se incrementaban, se realizaron en masa plusvalías que hasta entonces sólo se reflejaban en el papel. Las mencionadas plusvalías en muchos casos no se habían todavía cristalizado por temor a las consecuencias fiscales que conllevan inevitablemente tan pingües beneficios. Si a ello se une el hecho real y constatado de que muchas compras habían sido realizadas a crédito y con costes relativamente bajos, se comprende que al subir los tipos de interés, aunque sólo sea marginalmente, se haya provocado un movimiento de amplitud hasta ahora desconocida.
Es bien sabido que las operaciones a crédito ejercen un efecto multiplicador en los movimientos de los mercados y además tienden a auto alimentarse. Por otra parte, los programas computerizados ejercen su fría influencia, ya que una computadora calcula el punto hasta el cual puede descender un valor antes de cerrar la orden de venta.
Aunque no son los únicos, estos factores de tipo técnico y psicológico han sido, en nuestra opinión, los que explican en gran medida la oleada de ventas que hemos vivido. Por supuesto es evidente que se ha introducido un notable nivel de desconfianza que influenciará sin duda el comportamiento de los inversores en los próximos meses. En este contexto, no cabe esperar una rápida recuperación, pero desde luego no hay que alimentar las opiniones catastrofistas de muchos medios de comunicación.
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