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La Inquisición, de paisano

Henry Kamen, que con tanto acierto y brillantez ha estudiado el fenómeno de la Inquisición española y, en general, el problema de la tolerancia en la época moderna, reconoce sin rodeos que la Iglesia católica, en el concilio Vaticano II, ha confesado su pecado histórico de haber violado con frecuencia las leyes de la caridad y la justicia. Y para ello aduce este texto conciliar: "En la vida del pueblo de Dios, que ha transcurrido a través de las vicisitudes de la historia de los hombres, hubo a veces formas de actuar que apenas coincidían con el espíritu del Evangelio y que incluso se oponían a él".No pocos católicos españoles que hemos hecho a pie la travesía cuadragesimal del desierto de la pasada dictadura podemos todavía mostrar las cicatrices de un fenómeno que, si bien ya no se llamaba Inquisición, lo era en realidad. Por eso nos creemos en el deber de legar nuestro testimonio a las jóvenes generaciones, para que no se cumpla el viejo refrán, verdadero como todos ellos: "El que olvida la historia está expuesto a repetirla". No niego que en el campo católico religioso surgen algunos brotes inquisitoriales, pero su incidencia en la vida civil del país no ofrece por ahora ningún serio peligro. Y es que, como ya advertí hace bastante tiempo, los entierros que en varias coyunturas de nuestra historia se hicieron de Recaredo fueron simplemente "por lo civil", y hasta que a nuestro Constantino nacional no se le ha hecho un funeral litúrgico con todas las de la ley... canónica, no se ha podido decir que la Inquisición estaba definitivamente sepultada en nuestro suelo.

Pero hete aquí que los viejos usos y costumbres no desaparecen así como así. La Inquisición no se resigna a desaparecer de nuestro mapa, y para ello no tiene más que vestirse de paisano. Rafael Sánchez Ferlosio ha sabido dar en el clavo cuando ha escrito que "mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado". En nuestra sociedad sigue habiendo dioses, más parecidos a los del Olimpo griego e Panteón romano que a lo, símbolos cristianos que todavía pueblan multitudinariamente nuestra geografía. El progreso la técnica, la izquierda sor otros tantos dioses que se oponen a los respectivos demonios del atraso, de la manufactura y de la reacción.

Los españoles estamos, en gran parte, sometidos a un sutil bombardeo subliminal que tiende a configurar nuestro cerebro según unas pautas determinadas. Y no basta decir que hay libertad de expresión, ya que de hecho el acceso a los grandes medios de comunicación social está prácticamente cerrado a los que no poseen ciertas credenciales o no disponen de poderosos medios económicos que al fin y a la postre se hermanan con los que tiran de los hilos de las marionetas.

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En la época franquista era -paradójicamente- más fácil transmitir un mensaje "subversivo" para aquella sociedad. Había que aceptar las consecuencias: la cárcel, la multa, el Tribunal de Orden Público. Pero el mensaje era recibido y comprendido por los destinatarios. Hoy los que entonces nos arriesgamos en pro de la libertad y de la democracia, así como a favor de la difusión de un mensaje religioso liberador, nos vemos negros para comunicamos con el público. Los nuevos amos de la cosa pública hilan muy delgado en la aceptación de ciertos tipos de mensaje. De la religión aceptan su lado folclórico y lúdico, e incluso lo promocionan y lo subvencionan. Pero recelan de la posible resurrección de los viejos profetas que trajeron al retortero a los eficientes policías del franquismo.

La misma Iglesia católica, en lo que tiene de "institución", no parece suscitar grandes temores a nuestras autoridades. Desgraciadamente renace el viejo espíritu concordatario, en virtud del cual la Iglesia llega a pactar con Adolfo Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco. "París bien vale una misa", se dicen nuestros dirigentes contemporáneos; y a más de un obispo se le deja satisfecho con un acuerdo bilateral, por el cual queden a salvo las "instituciones", aunque la evangelización vaya siendo cada vez más difícil en este país, que hasta ayer mismo fue ampliamente bombardeado por congresos eucarísticos, rosarios de la aurora y visitas papales.

Termino citando lo que en una revista religiosa de reducida difusión ha escrito Reyes Mate, filósofo y teólogo y fundador del grupo Cristianos por el Socialismo: "Hay una interpelación del proletariado a la conciencia cristiana: ¿Por qué la religión está del lado del rico? ¿No es esto una traición de la promesa cristiana de la liberación de los oprimidos? Naturalmente que la conciencia cristiana también puede interpelar al proceso político revolucionario: ¿Dónde ha quedado vuestra libertad prometida? ¿No habéis montado una burocracia oportunista sobre las espaldas y los sacrificios del proletariado?".

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