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Dos hombres y un destino

Una persona sin enemigos

CORRESPONSAL "El gran defecto de Federico Mayor Zaragoza es que no tiene enemigos". Esto decía un observador occidental destacado en la Unesco. El candidato español, nacido en Barcelona en 1934, convence a sus amigos universitarios y científicos, que le conocen por sus investigaciones en bioquímica y por sus responsabilidades como ministro de Educación (1981-1982), y como director adjunto de la Unesco (1978-1982) nombrado por M'Bow y consejero personal suyo en 1983 y 1984. No convence, en cambio, a los diplomáticos y los políticos. "No tiene enemigos". Unos y otros, divididos en torno a la figura polémica de M'Bow, desconfian de Mayor. Esto le ha permitido presentarse como candidato independiente y como posibilidad de consenso, pero también le ha ocasionado las mayores dificultades.

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Mientras los occidentales más endurecidos le consideraban un submarino de M'Bow, los tercermundistas le conceptuaban como un tapado de Estados Unidos. Mayor ha tenido que atravesar un largo desierto, en el que han contado sus dificultades con el Gobierno español, que no deseaba apoyarle y que lo hizo al principio con un exceso de tibieza, y quizá sus dificultades consigo mismo, con sus dotes de científico y su carácter apacible, nada dado al bizantinismo de las intrigas diplomáticas.

Un modelo de burócrata

CORRESPONSAL Amadou Mahtar M'Bow, de 66 años, que empezó su gestión como director general de la Unesco en 1974, en un clima de consenso y de unanimidades, se ha convertido, en casi 14 años, en el nombre que simboliza la división y la polémica en la comunidad internacional. Para los países africanos, en palabras de un ministro senegalés, es un héroe comparable a Lumumba o a N'Krumah. Para los países occidentales, un modelo de dictador y de burócrata.

Empezó su trayectoria en la Unesco en 1966, cuando fue elegido miembro del Consejo Ejecutivo, y se le consideraba un hombre de ideas socialdemócratas más que moderadas. Había ocupado el Ministerio de Educación y Cultura en su país, Senegal, con Leopoldo Seghor como presidente. Hoy aparece con el marchamo del radicalismo tercermundista, de quien se subrayan sus sutiles fintas para evitar pronunciarse sobre la rigores de la ley islámica cuando se lo preguntan los periodistas occidentales.

No hay medias tintas sobre su figura dentro de la Unesco. Suscita la mayor adhesión o la mayor repulsa. Y, sin embargo, hasta el último minuto ha seguido ofreciendo una imagen serena y persuasiva ante el Consejo Ejecutivo, como si las polémicas que suscita y la encarnizada batalla electoral le fueran ajenas.

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