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Tribuna:LA GUERRA DEL GOLFO
Tribuna
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Irán-Irak, ¿quién empezó?

El 22 de septiembre de 1980 las tropas iraquíes entraron en territorio iraní. Al examinar más de cerca los orígenes de esta larga y cruenta guerra, estima el autor, las cosas no están ya tan claras sobre quién la inició. Las hostilidades fronterizas, en su mayoría provocadas por Irán, fueron creciendo a partir del otoño de 1979, pero estos hechos pasaron inadvertidos.

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Ante la imposibilidad de romper el punto muerto en los combates terrestres, y bajo la presión de los ataques iraquíes contra sus activos petroleros, Irán ha moderado mucho en las últimas semanas sus exigencias para cumplir con la resolución de la ONU que pide a los beligerantes la conclusión de un alto el fuego. Mientras que desde los primeros años de la guerra venía reclamando el derrocamiento del líder iraquí, Sadam Husein, y de su partido, Baaz, así como el pago de indemnizaciones astronómicas, actualmente se conforma con que una comisión internacional dictamine quién fue el agresor.Esta satisfacción moral parece ganada de antemano, pues todo el mundo sabe que fueron las tropas iraquíes las que invadieron el territorio de su vecino el 22 de septiembre de 1980. Pero si analizamos más de cerca los orígenes de la guerra, las cosas no resultan tan claras.

Por parte iraquí, las causas formales de la guerra residen en las violaciones del acuerdo de Argel de 1975 llevadas a cabo por los persas. En su momento, muchos analistas resaltaron las oportunidades que el debilitamiento de Irán, a causa de sus luchas internas, proporcionaba a Sadam Husein para lograr una posición de liderazgo en el mundo árabe, en el Golfo e incluso en el conjunto del movimiento no alineado. La firma en 1978 de los acuerdos de Camp David había preparado el terreno al desbancar a Egipto de dicha posición. Aunque es innegable que estas oportunidades resultaron muy tentadoras, no pasaron, sin embargo, de ser un acicate adicional para una aventura militar cuyo principal estímulo tenía un carácter marcadamente defensivo.

Desde su instauración, en febrero de 1979, el régimen revolucionario islámico rechazó tajantemente los intentos de acercamiento del régimen baazista. El Gobierno de Husein aspiraba a mantener con el ayatolá el mismo tipo de relaciones que había logrado con el sha. Pero la revolución shií tenía una clara vocación expansiva y pronto apeló a sus correligionarios iraquíes, mayoritarios en el país y entre las tropas del Ejército, para que derrocasen al herético Husein.

La mano de Irán

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La mano de Irán se hallaba tras las actividades terroristas de la organización político-religiosa de los shiíes iraquíes, Al Dawa (La Llamada), que culminaron con el intento de asesinato del número dos del Gobierno iraquí. A ello vinieron a añadirse incidentes fronterizos de intensidad cada vez mayor.

Este hostigamiento no sólo violaba las relaciones de buena vecindad y el derecho a la no interferencia exterior en los asuntos internos. Violaba también obligaciones contractuales comprometidas por el sha y Husein en Argel en la reunión de la OPEP de febrero de 1975, convertidas poco después en tratado. En aquella ocasión, los iraquíes habían intercambiado esencialmente concesiones territoriales por seguridad. Irak renunciaba a su derecho de soberanía sobre la totalidad de las aguas del Chatt el Arab, limítrofe con Irán a lo largo de casi 80 kilómetros, para establecer la línea fronteriza en el thalweg o punto medio de la vía fluvial, según lo que suele ser la costumbre internacional. Esta importante concesión el río es prácticamente la única salida de Irak al Golfo, sobre el que los persas tienen una larguísima costa- era compensada por el elemental compromiso mutuo de no interferencia en los asuntos del vecino, cuya traducción práctica consiste en que Irán dejaría de apoyar la rebelión de los kurdos iraquíes, que estaba dejando sin aliento al Gobierno baazista. Quedaba estipulado que el acuerdo era un todo, y que el incumplimiento de una de sus partes cancelaba la totalidad.

El sha cumplió y, a los pocos meses, el Gobierno iraquí ganaba la guerra kurda. La base de las buenas relaciones fue un reconocimiento tácito por Irak de la preeminencia iraní en la región del Golfo, lo que no excluyó una carrera en la adquisición de armamentos para que esa preeminencia no siguiera aumentando. Éste es el tipo de relaciones que Irak aspiraba a mantener tras la caída del sha. Si el 17 de septiembre de 1980 Sadam Husein repudió el tratado, podía basarse legalmente en que, con sus intromisiones en los asuntos iraquíes, Teherán lo estaba violando.

Las hostilidades fronterizas, en su inmensa mayoría provocadas claramente por Irán, fueron creciendo desde el otoño de 1979. En el verano de 1980 eran casi diarias. Buena parte del fuego artillero procedía de las alturas de Zain al Qaws y Saif Saad, conferidas a Irak en el acuerdo de 1975, y que los jomeiníes se negaban a devolver. Desde comienzos de septiembre de 1980, Irán bombardeaba por medio de artillería y aviación ciudades y pozos petrolíferos fronterizos. Disparaba contra barcos iraquíes en el Chatt el Arab y sometía a fuego de granadas de obuses a Basora, primer puerto y segunda ciudad del país. Estos hechos pasaron inadvertidos porque la opinión mundial tenía puestos sus ojos en los rehenes de la Embajada norteamericana de Teherán. Luego, la invasión iraquí del 22 de ese mismo septiembre de 1980 los sepultó en el olvido. Pero si hubiera que dictaminar quién empezó la guerra, habría que tenerlos muy en cuenta.

es profesor de Historia Contemporánea de la UNED y director del Grupo de Estudios Estratégicos.

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