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Las cosas de Gibraltar

Las peleas sobre el dominio de Gibraltar han vuelto a la actualidad de la diplomacia. El autor mezcla la ironía con los argumentos para describir la situación y exponer cuáles son las bases para llevar a buen puerto la presente negociación.

Ya estamos peleándonos otra vez con los ingleses. Las coordenadas de la cuestión son bastantes sencillas:1. El Reino Unido conquistó el Peñón a principios del siglo XVIII en nombre de un pretendiente al trono español que poco después perdió su guerra. El Reino Unido se quedó con el Peñón, que para eso eran más fuertes, y consagró su derecho con la aquiescencia de España en el Tratado de Utrecht de 1713. Se entendía que el Peñón era cedido sin comunicación alguna con la tierra circundante y que la cesión no incluía el istmo.

2. Los españoles han hecho de todo (pacíficamente, claro) para conseguir la devolución de la Roca, que según el Tratado de Utrecht no puede cambiar de estado si no es para sernos devuelta. Los ingleses no quieren soltar la Roca; antes, porque era la llave del Mediterráneo, y ahora, porque, además de servirles de base militar, hay allá una población que no quiere dejar de ser británica. El Reino Unido es una nación democrática, y las naciones democráticas no tienen por costumbre prescindir de secciones de su ciudadanía, especialmente si la ciudadanía no quiere.

3. Además, el Reino Unido aprovechó la circunstancia de la guerra civil española para construirse en Gibraltar un aeropuerto, esencial después para el refuerzo bélico contra Hitler. Lo malo es que lo construyó sin permiso de nadie en el único sitio donde cabía: en el istmo. Y ahora no quiere confesar que lo hizo, no vaya a ser que le pidan que lo desmantele. Son perfidísimos, y como lo son, no hay que dejarles que lo sean.

4. En 1984, por las razones que fuere, el Reino Unido se avino a firmar en Bruselas una declaración por la que acordaba negociar con España sobre todas las cuestiones pendientes en torno a Gibraltar. Se entiende que firmó para negociar solamente sobre lo que le interesa y echar balones fuera en el resto. Se entiende que nosotros firmamos para negociar sobre lo que interesa (la soberanía) y para no dejarles salirse con la suya.

5. A partir del 1 de enero de 1986, fecha de nuestro ingreso en la Comunidad Europea, Gibraltar no es ya simplemente una colonia británica, la única colonia que queda en Europa; es, además, colonia en un país consocio del Reino Unido en la Europa comunitaria. Y, por si fuera poco, es una colonia del Reino Unido asentada en un país que es aliado suyo en la OTAN.

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(Permítaseme sugerir en este punto que al Reino Unido, probablemente, le encantaría poder prescindir de esa colonia, pero que le es muy difícil hacerlo; acaso nuestra tarea consista en facilitarle la labor.)

6. En Luxemburgo, hace unos meses, España bloqueó un acuerdo comunitario que liberalizaría el tráfico aéreo en Europa, por entender que no debería aplicarse al aeropuerto de Gibraltar sin que previamente el Reino Unido lo hubiere negociado con España. De otro modo, habríamos permitido que el Reino Unido resolviera su preocupación inmediata (utilización indiscriminada del aeropuerto de Gibraltar, con el consiguiente beneficio económico) sin contar con España y violando así la Declaración de Bruselas. De este modo, el Reino Unido iría consiguiendo ventajas europeas, y al mismo tiempo eludiría la intratable cuestión de la descolonización de Gibraltar. No se lo podemos permitir. El señor Ordóñez se lo tiene que recordar al señor Howe.

Éstas son cuestiones coyunturales, y el Reino Unido debe saber que no se las vamos a pasar.

La Prensa conservadora se pone indignadísima cada vez que le hablan de Gibraltar, y acusa al Gobierno de entreguismo porque, como consecuencia de la Declaración de Bruselas, ha dejado de hacerle imposible la vida a la población de la Roca. La verja, cerrada; la electricidad, cortada; el agua, contaminada; el paso, prohibido, hale. Un método espléndido de atrarse a la población. Caramba, que estarnos casi en el siglo XXI: por supuesto que tenemos que contar con la voluntad de los gibraltareños para recuperar la Roca; lo demás sería aplicar métodos hitlerianos.

El bloqueo de Castiella fue utilísimo: sirvió para que no se notara que los ingleses no iban a negociar nunca con Franco, y también para reforzar la voluntad de resistencia de los gibraltareños. Es un hecho conocido que los bloqueos no sirven si no son herméticos. Que se lo pregunten si no a los berlineses occidentales o -un ejemplo más cercano al Estrecho- a Guzmán el Bueno.

Tiene razón el Gobierno español en no querer que le devuelvan la Roca contra la voluntad de sus moradores. ¿Qué hacemos? En primer lugar es preciso que nos quitemos de encima la psicosis de que la cuestión de Gibraltar es cosa anticuada y de que se corre el riesgo de que se transforme en el asunto exterior de España. Eso es una tontería.

Me parece que deberíamos nombrar a una especie de ombudsman para Gibraltar que vigilara permanentemente, y sin distraerse, a los británicos, que en esto de defender sus cosas son muy largos. Tendría el defensor que ponerse ojo avizor a verlas venir y a revisar a diario el catálogo de perrerías que nos pueden hacer. Y no dejarles que nos hagan una. En cambio, en el resto, deberíamos portarnos como ángeles. Porque una cosa son los intereses británicos respecto de la colonia de Gibraltar y otra muy distinta los intereses de Gibraltar, de sus moradores, de la región circundante y de los moradores de ésta.

Y mientras estuviéramos teniéndonoslas tiesas con Londres en la negociación a que ellos se han comprometido y en la defensa de nuestros derechos, deberíamos demostrar a los gibraltareños que les es ventajoso unirse a España y que para ello no tienen por qué dejar de ser británicos.

Deberíamos convencer a los andaluces, si es que no lo están ya, de que un futuro común con Gibraltar les es ventajoso. Por ejemplo, podría pensarse en crear una junta económica del Campo, con participación igualitaria de gibraltareños y españoles.

Esa junta acabaría siendo el principal grupo de presión para recordar al Reino Unido que un tema como el del aeropuerto, por ejemplo, debería ser resuelto con agilidad y sin trampas que forzaran a España a defenderse a regañadientes.

diplomático y escritor, es embajador español en Holanda.

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