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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Artaud y la psiquiatría

Nuestro, con frecuencia genial, paisano y dramaturgo Fernando Arrabal escribe en este periódico (páginas de Opinión del 27 de septiembre de 1987) un artículo titulado La excomunión de Antonin Artaud. En él, con habituales recursos a su autobiografía, refiere Arrabal en especial la excomunión que hizo Breton a Artaud al expulsarle del grupo superrealista (al que con tanto derecho perteneció y debió seguir perteneciendo, por su arte y por su azarosa vida). Cuenta Arrabal que se atrevió a hacer al papa Breton la pregunta de qué opinaba sobre Artaud, a la que le respondió que "era un rebelde sin causa". Los que conocemos a Antonin Artaud no podemos más que suscribir esa acertadísima definición... desde luego, sin el menor matiz peyorativo. (Parece ser que ulteriormente Breton -peleado con Dalí y Picasso, que consideró "vacuo sueco" a Strindberg (!), tenía esas genialidades, junto a indudables valores- mejoró su concepto sobre Artaud.)Pero en su artículo mencionado, al principio y al final de él, introduce Arrabal -¡cómo no, es moda ineludible!- los consabidos error-exabruptos contra la psiquiatría, y como en los hechos a que alude está equivocado, quisiera aquí aclararlos.

Antonin Artaud, que ya había tenido antes internamientos en casas de salud por alteraciones psiquiátricas e intoxicaciones por opiados, hacia la mitad de los años treinta hizo lo que sus biógrafos aluden como la aventura irlandesa. En uno de sus episódicos accesos místicos (comunión diaria, etcétera, en contraste con sus épocas furiosamente antirreligiosas, soezmente blasfemas) creía poseer un báculo de san Patricio, y fue a ofrendárselo a los dublineses. Allí, su comportamiento fue tan absurdo y agresivo que la policía tuvo que reembarcarlo a su patria. Ya en Francia, se muestra fuertemente agitado, creyendo que le perseguían, iban a agredirle, etcétera, por lo que hubo de ser internado sucesivamente en Rouen, Saint Anne y Ville Evrard. Llega entonces la guerra, con los alemanes suprimiendo suministros a los manicomios y en peligro de que por alguna de sus exteriorizaciones antinazis le fusilaran. Entonces, para salvarle de esos evidentes peligros, su amigo Robert Desnos consigue del doctor Ferdière que le reclame a Rodez, en la Francia no ocupada, donde con ello probablemente se le salvó su vida y luego se le siguió un trato de favor; ingresó en 1943 y salió en 1946; durante su estancia, el doctor Ferdière le proporcionó medios para seguir sus escritos, le ayudó al envío de éstos para publicación, etcétera, y después de su salida fue quizá su época de mayor productividad literaria. En cuanto a sus largas estancias manicomiales, hay que recordar que entonces carecían de los psicofármacos y medios de que ahora se dispone, y su enfermedad es de las que cursan por brotes más o menos prolongados, con intervalos de completa o relativa salud mental.

Para terminar, conviene citar palabras de Tristan Tzara en uno de los homenajes que se hicieron a Artaud (en 1948) poco después de su muerte. (Es sabido que Tzara, papa del dadaísmo, fue un radical agresivo contra el arte y la sociedad de su tiempo, nada conformista con ningún aspecto de ésta). Pues bien, en sus palabras dice textualmente que "el doctor Ferdière se ha ocupado de Artaud con un tacto semejante... porque el director del asilo de Rodez era consciente del talento prodigioso y de la poderosa personalidad del poeta". Parece ser éste testimonio de peso.-

Psiquiatra y psicólogo. Miembro de honor de la World Psychiatric Association.

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