El impuesto religioso
Otra vez nos amenazan con el impuesto religioso, que es como un infarto del miocardio laical. Además, dicen que es perfectamente constitucional. Resulta que estar obligado a declarar ante un organismo público -léase Hacienda- cuáles son las ideas del personal no infringe ese precepto de la Constitución que dice: "Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias". Por lo visto, para entender que se ha obligado a alguien es preciso que el sujeto haya pasado por las manos de un energúmeno de los que sostenían la movida franquista y luego se publique la confesión en el Boletín Oficial del Estado. La Santa Madre, que se olía la tostada democrática, lo planteó muy bien: si queréis nuestra cooperación habréis de darnos enseñanza subvencionada, espacios en televisión, impuesto religioso, puntos, pluses y Seguridad Social, más esa especie de triángulo de las Bermudas que es el itinerario mariano para proteger a Torreciudad de las radiaciones de Rumasa y facilitar la fuga de capitales a los cielos. Dos mil años en el poder dan muchas tablas, saben que la mayoría declarante se decidirá por la fe católica, que aquí lo ha pasado muy mal el que no ha sido cristiano viejo. Hasta hace unos pocos años, sin ir más lejos, no se cerró la veda del heterodoxo, que fue casi extinguido cemo consecuencia de esa montería que llamaron cruzada y donde los monteros recibían toda clase de bendiciones y sacrarnentos -¿estarían en contra del aborto si supieran que el feto les va a salir ateo-marxista, o preferirían el auto de fe para cuando sean mayorcitos, que es más lucido?-. Con esa fáctica presión social y con la táctica de que para que paguen los que deben hay que hacer pagar a todos, se aseguran el condumio otros dos milenios. Hay que utilizar la fuerza del Estado como si de un simple matón siciliano se tratara, porque dejarlo a la voluntad de sus parroquianos supondría terminar haciendo las misas de campaña, que la fe mueve: montañas y no hay mejor sitio para ello. Pero, a todo esto, y para que el ejemplo de los no creyentes no cunda, se nos va a hacer pagar dos veces con el artilugio de las obras sociales. A lo que parece, en este país, incluso con Gobierno socialista, la no religiosidad, como la libido -el sexo es procreador o regenerador-, pagan impuesto de lujo. Tenemos que ser buenos, y si no, nos obligarán a ello. Espero que, por lo menos para disfrutar de esas obras, exijan el carné de no creyente, porque estaría bueno que el que lo es, además de adquirir a plazos una parcela celestial de felicidad, se beneficiara de lo costeado con el sacrificio del que no lo es, cuando por su situación desgraciada y tenebrosa debía ser objeto de especiales atenciones en este mundo, pensando en lo que le espera al pobrecito en el otro.-
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