El último dios
EL SINTOÍSMO -"camino de los espíritus"- es la fe por la cual se cree que en los seres vivos habitan los antepasados y, en el caso del emperador, todos los espíritus imperiales, más una relación con las estaciones del año, la buena tierra, la rica lluvia, la cosecha abundante. Hirohito, que se debate ahora en carne mortal contra la enfermedad y la muerte, es el descendiente directo número 124 del primer emperador, Jimmu. Encarnó la deidad cuando se proclamó emperador, en 1926, y fue denominado Hijo del Cielo y Paz Brillante. Mac Arthur le desconsagró en 1945, cuando Japón se rindió después de las dos terribles bombas atómicas. Estados Unidos le conservó las prerrogativas reales, pero prohibió las divinas, y él lo aceptó. Pero ya se le habían venido encima algunas dudas: los modernos interpretaban que se había equivocado al declarar la II Guerra Mundial; los mágicos, que el resplandor atómico era una señal de disgusto del cielo para con él, y los tradicionales, que había aceptado una rendición y había hablado por primera vez en público para la radio. Algunos cometieron harakiri -el último que se conoce, el del escritor samurai Mishima-, y otros no levantaron cabeza.Hirohito no ha vuelto, nunca más a reinar como un dios, sino a estar presente como un emblema: los Gobiernos democráticos se han sucedido y, bajo ellos, Japón se ha convertido en la primera potencia industrial del mundo: este verdadero imperio sobre el mundo ha expandido también su literatura, su cine, su pintura, su televisión. El emperador ha conocido y presidido un país que se transformaba así desde que el feudalismo medieval y el poder de los señores de la guerra ensangrentaban la tierra miserable. La mayor parte de las generaciones vivas hoy en Japón, y en el mundo, le han conocido desde siempre. No en vano tiene 87 años.
Japón se ha transformado. Hirohito ha colaborado con la modernidad en lo que se llamó campaña de humanización de su figura; se ha expuesto ante el público, ha permitido la publicación de biografías, reportajes y fotos: ha sido menos dios, aunque más popular. Pero ante las murallas de palacio se siguen inclinando fieles que piden su bendición y que han rezado las oraciones rituales, sobre todo en cuanto se conoció su enfermedad. Su sucesor es el príncipe de la corona Akihito, 54 años: en 1959 descendió ya un peldaño de la deidad casándose con una plebeya. Inevitablemente, tiende a la modernidad. Japón la prosigue por su propia dinámica: pero en el gran fondo el sintoísmo imperial permanece. Algunos creen que es incluso un estímulo.
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