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PRESENCIA HISPANA EN NORTEAMÉRICA

Houston después del petróleo

El mundo hispano aumenta en la sexta ciudad más poblada de EE UU

MARUJA TORRES, ENVIADA ESPECIAL, Houston tiene tres centros urbanos importantes en los que no se puede vivir, y luego toda una ciudad que se desparrama dentro y fuera del loop, que es la autopista que la circunda y la divide socialmente: quienes habitan dentro del loop pueden permitirse casi todos los privilegios; quienes están fuera son ciudadanos de segunda, tercera y hasta cuarta clase. Nadie te lo dice así, pero funciona. Como funcionan el Centro Médico -en este momento el negocio básico de Houston- y las oficinas y los bancos del Downtown; como funcionan las enormes tiendas del centro comercial, un mundo de edificios lujosos intercomunicados por pasillos inmensos cuajados de escaparates en donde se exhibe la mejor ropa del mundo.

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Pero Houston, desde la caída de los precios del petróleo, está en crisis. Antes de que eso ocurriera era la quinta ciudad más poblada de Estados Unidos. Hoy, tras el abandono de mucha clase media empobrecida, ha pasado a ocupar el sexto lugar. A lo largo de sus calles se ven sucederse los carteles que ofrecen casas en venta o, simplemente, el más deprimente espectáculo de las viviendas en ruinas que sus propietarios dejaron a medio pagar para irse a otros lugares a buscar fortuna. La crisis del petróleo pega fuerte desde hace cuatro o cinco años, pero se notó sobre todo hace seis meses. De entonces aquí hay un leve indicio de recuperación, pero en el Downtown, y como consecuencia del fracaso de las inversiones inmobiliarias que siguieron al boom petrolífero de los sesenta, el 35% de las oficinas permanece vacío. Un forastero no lo nota, pero cualquiera que haya vivido en esta ciudad más de 20 años te dirá que están cambiando las cosas."Yo fui de las que ayudaron a hacer Houston", cuenta Tati, una cubana que salió de su tierra por lo de Fidel Castro. "Cuando llegué apenas había un par de edificios. En seguida empezaron a construir. Creció deprisa, en un abrir y cerrar de ojos. Ahora me da pena ver cómo está todo".

Avances científicos

Para el investigador catalán Juan Oró, una de las eminencias grises que trabajan allí -fue el primer philosophical doctor del departamento de Bioquímica del Centro Médico, contribuyó de forma fundamental a los descubrimientos de la NASA y actualmente dirige el departamento de Ciencías Bioquímicas, que él mismo fundó, en la universidad de Houston-, la crisis podrá superarse gracias a los avances científicos que se realizan en Houston, en la electrónica y en otros campos nuevos. "Con el descubrimiento de la conductividad a temperaturas superiores a la del nitrógeno líquido, recientemente alcanzado por mi colega chino el doctor Paul Chu, Houston puede volver a recuperarse. De hecho, ya se están instalando muchas industrias tecnológicas en tomo a los laboratorios". El doctor Oró se muestra optimista porque ama esta ciudad: "Piense que cuando llegué, en 1952, sólo había tres edificios en el Centro Médico y que ahora da trabajo a 50.000 personas. ¡Más habitantes de los que tenía Lérida cuando me marché de allí!".

Oró reconoce que los médicos y científicos en general están desconectados de ciertas realidades de Houston, que van del trabajo a casa y de casa al trabajo sin enterarse. Sin embargo, Mariamé C. Avilés, puertorriqueña, directora del departamento de Psiquiatría del Baylor College of Medicine, tiene un interesante punto de vista sobre los hispanos -no los españoles, que son aquí unos 500 y están bien situados que ejercen o enseñan la medicina en esta ciudad: "Primero llegan aquí diciéndose que van a especializarse en alguna materia para regresar a su tierra después y poder ejercer allí. Con los años, sea porque se acostumbran a la forma de vida norteamericana o porque saben que en sus países carecerían de facilidades, lo siguen atrasando. A veces la excusa es seguir un fellow; otras, la educación en inglés de los hijos. En general acaban quedándose, aunque con mala conciencia". Pero quienes pasan por el diván de la doctora Avilés no son los doctores hispanos, sino sus mujeres, que a la habitual neurosis de esposa de médico añaden el problema del desarraigo, la falta de dominio del idioma, de amistades y de comunicación.

En los hispanos más humildes -que limpian en los hospitales, en las casas de los ricos y de la burguesía médica y que trabajan como braceros en el campo- la doctora Avilés observa, aunque nunca los ha tenido en su consulta, "que viven en una permanente situación de miedo. Todo les asusta, porque no conocen los recortes de esta sociedad, carecen de defensas y están explotados. El miedo forma parte de su vida como una sensación normal".

Nena tiene 22 años, carece de papeles y es hondureña. No parece tener miedo, pero el precio que ha pagado por ello es una dureza especial que la hace trabajar como camarera a la vez que guardiana del orden en un bar de lesbianas de Alhabama Street. Al bar sólo acuden mujeres chicanas que mitigan rudamente sus asuntos sentimentales en la barra; aquí, quien más quien menos tiene detrás una sórdida historia de explotación de la que trata de evadirse.

La historia de Nena no es de las peores: pasó el río Grande hace un par de años y no la violaron ni siquiera una vez; consiguió trabajo en la construcción, y, por fin, un chicano llamado Roy, propietario del bar, le dio este trabajo. A menudo tiene que interponerse en peleas e incluso pegar, pero gana lo justo para mandar dinero a Honduras, donde tiene una hija a quien no ha visto desde que se vino, y para mantenerse ella, al niño que le han hecho aquí y a su amante, una mujer corpulenta que la amenaza con suicidarse cada dos por tres.

Población indigente

Según datos del departamento de Medicina Comunitaria del Baylor College, que dirige otro español, el doctor Carlos Vallbona, Houston tiene en estos momentos un índice de población indigente del 10%, "lo cual no es mucho, unas 300.000 personas, en un contexto de tres millones de habitantes. Si te paseas por los barrios puedes tener la engañosa impresión de que no son tan pobres, porque aquí hasta las clases más miserables tienen un jardincillo". Cierto, no es como un barrio deprimido de Nueva York, no es como una zona subdesarrollada del cinturón urbano de Madrid. Sin embargo, si te fijas en las casas una por una, si ves las sábanas asomando por el marco de la ventana y a la gente sentada en los porches, gente de piel oscura, con los codos sobre las rodillas, la cabeza entre las manos y nada que hacer...

Circulando por las grandes avenidas, fuera ya del loop que rodea la sana ciudad en donde están las mansiones millonarias de River Osks y los jets privados, lo hispano aumenta su presencia. Puede verse el Mercado del Sol, un enorme y desastrado centro comercial en el que todo se vende mucho más barato y al que acuden los latinos, sobre todo los del barrio de Ripley, que es el más grande de Houston y está siempre superpoblado por los inmigrantes que no dejan de llegar de Centroamérica. La gente hispana compra, aquí o en la cadena de supermercados Fiesta, en donde encuentra productos de su tierra e ínfimos periódicos en castellano, como La Voz de Houston o La Información, que se distribuyen gratuitamente junto con folletos publicitarios llenos de anuncios que prometen lo imposible: "Cambie el color de sus ojos marrones en verde, azul, miel, aguamarina, con receta o sin receta" o "porque somos diferentes no chequeamos créditos, igual oportunidad para mujeres y personas de otros países". Infinidad de abogados ofrecen desde estas páginas solucionar toda clase de problemas de inmigración, y las tiendas de vídeos latinos proponen listas de películas de Hollywood dobladas al castellano.

Yendo por Shepherd, fuera del loop, un cartel advierte que la Hermana Hilda lee el porvenir, y, efectivamente, hay una cola bastante lamentable que espera en su puerta. Quizá porque lo último que se pierde es la necesidad de soñar. En el número 1923 de Gessner, en el extrarradio, Sabor Latino es una tienda que, a su manera, también contribuye a eso. Los braceros se dejan aquí algunos dólares de cuando en cuando comprando discos de salsa.

Pablo, que acaba de adquirir el negocio, es un brasileño que durante 15 años vivió en Colombia y lleva cuatro en Houston: "Nuestra música no interesa en absoluto a los rubios. Ellos prefieren el country". Pablo sostiene que quienes mejor se lo hacen aquí entre los inmigrantes son los colombianos y los cubanos, "que no esperan a que la pasta les llegue; salen a buscarla. Compran y venden, cambalachean". En cuanto a los miembros de otras comunidades, dice, se resignan: "Los otros son bien conformes". Rolando, salvadoreño de 19 años que ahora está en la tienda, confirma esta teoría. Trabaja más de 13 horas diarias como bracero por 4,5 dólares la hora y se encuentra muy bien, muy contento.

"Tendrían que haber visto cómo estaba en mi tierra".

Todas estas cosas no se ven en el Downtown, aunque se intuyan o se adivinen. El centro -salvo Montrose Boulevard, que tiene de todo, desde el señorial hotel The Warwick hasta el Museum of Fines Arts, desde la Saint Thomas University y un montón de boutiques encantadoras a la zona más canallesca de Houston- es un montón de bloques fastuosos en cuya superficie de cristal y de acero se reflejan sólo las nubes y las siluetas de los otros edificios. Esos rascacielos admirables, que ofrecen lo último en arquitectura, con sus meritorios remates y sus ángulos audaces, son el emblema del Houston que fue y aún quiere ser: rico, poderoso, espectacular y frío. Por no enterarse, ni siquiera se enteran de que Houston es la ciudad con mayor porcentaje de gays, hombres y mujeres, después de las ciudades de reconocida presencia homosexual de la costa oeste. A la chita callando, en medio del machismo tradicional tejano de bota y sombrero stetson, ha brotado un submundo habitado también por hispanos que así añaden una marginación más a las que ya sufren.

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