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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Maquiaveliños'

DE NO producirse alguna sorpresa de última hora, el socialista González Laxe, que ayer defendió la moción de censura presentada por su partido contra el Gobierno de Fernández Albor, será el nuevo presidente de Galicia. Se habrá consumado así una operación -el descabalgamiento del presidente de la Xunta- en la que han intervenido todos los partidos gallegos, incluido el suyo, y que podrá citarse algún día como ejemplo de la confusión política entre intereses particulares e intereses generales: lo que un día dio en llamarse cl bien común. Las responsabilidades están muy repartidas, pero sin duda son los socialistas gallegos los que han demostrado un mayor oportunismo y una ausencia de moral política que anuncian mayores males en el desenlace final de todo este asunto. Frente a las promesas de la política, estamos otra vez ante el triunfo consumado del politiquismo.No es cierto que la iniciativa de los socialistas, cuya codicia fue tentada por las ambiciones de sus futuros socios, fuera la única salida a la vista del deterioro de la situación gallega. Ese deterioro era evidente, pero por ello mismo era necesario recurrir a las urnas, renunciando a ese aparente atajo sin principios que permitirá a los socialistas entrar en la Xunta por la chimenea. La moción de censura hubiera estado justificada si se hubiera planteado al margen de pactos de gobierno con los fugados de Alianza Popular, en el marco de la función de control del Ejecutivo que corresponde a la oposición. La obligación de los socialistas era tratar de forzar a Albor a disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones que dieran al pueblo, y no a los conspiradores, la oportunidad de decidir sobre su futuro.

El Gobierno presidido por Fernández Albor, por

desacreditado que estuviera, había sido elegido por los gallegos a través de los mecanismos regulares del sistema representativo. Por ello, y dada la composición actual del Parlamento -muy diferente de la resultante de las elecciones de 1985-, únicamente el recurso a las urnas hubiera dado legitimidad -además de legalidad- a cualquier intento de sustitución del presidente. Al evitar unas nuevas elecciones, los socialistas no sólo apuestan por la prolongación del descrédito de un equipo en el de las instituciones, sino por la extensión del mismo al conjunto del sistema democrático. Porque ¿qué clase de alternativa es ésa que convierte al número dos del censurado en lugarteniente del censurante? Ha faltado perspicacia, en Santiago y en Madrid, para calibrar lo que se estaba dilucidando. Sólo la reacción destemplada de AP, que busca represalias a voleo, ha despertado de su sueño a posibles damnificados, como Barranco, que ahora se rasgan las vestiduras. Con razón, pero con retraso.

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La solución de abrir paso a unas nuevas elecciones implicaba para los socialistas el riesgo de convertirse en leal oposición a Fraga durante largos años. Pero hubiera sido una solución democrática, respetuosa con la voluntad de los ciudadanos. Al identificar como intereses de Galicia lo que sólo eran sus propios intereses partidistas y personales, los socialistas y sus improvisados socios han abierto una vio especulativa hacia el poder en la que parece que todo vale. La pretensión afiancista de extender la inestabilidad a los ayuntamientos de una docena de capitales de provincia y a la Comunidad de Madrid pertenece al mismo juego oportunista y cegato. Los ciudadanos tenemos derecho a protestar y a exigir a los poótícos que no sean ellos los primeros en capitanear la creciente oleada de desprestigio que desde la caverna se vuelca sobre las instituciones representativas.

Pero Alianza Popular necesita, para hacer efectivas sus represalias indiscriminadas de la cooperación del CDS. El calculado silencio de Suárez es así nuevamente puesto a prueba. El dilema a que se enfrenta ahora es el de tener que elegir entre una solución buena y una mejor. La primera consiste en hacerse con las alcaldías de la capital de España, excelente escaparate electoral, y varios importantes municipios. La segunda, en desempeñar el papel de cisne en un estanque de patos, demostrando ser un partido que considera que no todo vale cuando todos los demás se empeñan en sostener el principio contrario. Cuando era bastante obvio que Suárez era sólo una bisagra, y no una alternativa, los líderes de estas operaciones, que avergonzarían a Maquiavelo, y sus sicarios le han dado al duque una estupenda oportunidad.

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