Artista fugaz al amparo del sonoro
El director y productor Mervin LeRoy falleció el domingo en su residencia de Los Ángeles a causa de un fallo cardiaco a los 86 años.Mervin LeRoy nació con el siglo y casi diríamos que con el cine. Su biografía es digna de un pionero de Hollywood. En 1906, quedó huérfano al morir sus padres en el terremoto de San Francisco, catástrofe que el cine intentaría reproducir en la pantalla y que haría el prestigio de un cineasta -Van Dyke-, que dirigió una cinta que lleva el nombre de la ciudad y gozó durante mucho tiempo de la fama de ser la más brillante demostración de la capacidad realista de los efectos especiales.
A LeRoy el terremoto le obligó a buscarse la vida lejos de la atmósfera protectora de un hogar. Es significativo que, en 1915, ganase un concurso de imitadores de Charlot.
Este merodear alrededor de Hollywood y del espectáculo acabó llevándole a la Paramount, donde conoció todos los escalones previos a la dirección y producción. Su debú como director se produjo en 1927, pero fue con el sonido, con Hampa dorada y Edward G. Robinson cuando alcanzó su primer gran éxito de taquilla y crítica. El cine de acción, de gánsteres y de denuncia social al mismo tiempo, le sirvió para repetir buena acogida con Soy un fugitivo, con el camaleónico Paul Muni.
En esta época, LeRoy tuvo la oportunidad de experimentar, de inventar. El sonido era un nuevo elemento, un intruso para algunos, una fuente de Posibilidades desconocidas para otros. Se trataba de no temerle, de usarlo sin respeto teatral. Él, como Mamoulian o Hawks, supo hacerlo, aunque lo cierto es que su inventiva pronto se detuvo.
En 1940, El puente de Waterloo resultó ya una obra de un romanticismo académico que, por cierto, aquí adquirió una nueva dimensión gracias a las decisiones de la censura, que decidió que una chica sola y abandonada no podía meterse a puta pero sí a actriz, oficio que de esta manera quedaba situado en el siguiente escalafón de la escala social ideada por el nacional catolicismo.
En 1962, rodó Gipsy, con Natalie Wood, biografia imposible de una reina del strip-tease que tenía el encanto, precisamente, de plantear la cuestión del sonido y de las técnicas de doblaje como mecanismos que podían llegar a provocar una esquizofrenia artística.
Pero Mervin LeRoy, que rodó en 1966 Momento a momento, su última película, y recibió en 1975 un premio de la Academia en reconocimiento a sus méritos como productor, pasará a ser un personaje popular dentro de la historia del cine gracias a haber dirigido Quo Vadis?, un mediocre pero enloquecido peplum católico en el que Robert Taylor, apuesto centurión romano, se cristianiza ante la irritación de Nerón, emperador afenúnado hasta extremos grotescos por obra y gracia de Peter Ustinov, que aportaba una nota de humor excéntrico y paródico a un disparate dominado por la grandilocuencia y unas defectuosas transparencias.
Niebla en el pasado o Mujercitas, con Liz Taylor como niña prodigio, son otros títulos de éxito de LeRoy, siempre un artesano aplicado de Hollywood que, a principios de los treinta, se atrevió a ser artista, aunque fuera por poco tiempo. Fue el productor de El mago de Oz, con Judy Garland.
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