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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Éxtasis

EN LOS libros más antiguos del mundo hay referencias a líquidos, filtros o perfumes que producen el éxtasis: el consumo en Ibiza de cápsulas (metilenedioximetanfetamina) que aumentan las sensaciones amo rosas no es más que la continuidad histórica de una insatisfacción humana. Queda ahora por saber si su consumo es un peligro, y su venta, por tanto, es un delito, y en qué grado: el juez al que ha llegado el sumario -hay 12 vendedores detenidos- ha tenido la loable prudencia de esperar el informe de los peritos antes de decidir si es una droga prohibida, y si lo es, en qué grado es peligrosa. El éxtasis cuesta 2.000 pesetas por tres o hasta seis horas de efecto: quienes lo consumen declaran la realidad de su efecto, que les hace ser más comunicativos, no sólo en el acto amoroso, sino también en sus relaciones de amistad, conversaciones, confesiones, actividades artísticas o intelectuales. Su rápida expansión en Ibiza -es muy conocida en otros países, y la mayor parte de los detenidos son extranjeros que la importan- muestra que en el ser humano hay un déficit de todos estos actos o, por lo menos, de la percepción de su acuidad. Todo un sentido de la literatura se ha dedicado a lo que se llama problema de la incomunicación, mientras otro busca en el sentido contrario, el de la evasión. Una y otra percuten indudablemente sobre la inseguridad del ser humano; la primera, recalcándole la sensación de aislamiento y la imposibilidad de comprender a los demás; la segunda, exagerando la capacidad de felicidad de los personajes y las situaciones, que el lector luego no encuentra reflejadas en su propia vida y se considera, por tanto, excepción desgraciada. ¿Son estas literaturas drogas tranquilas y aceptadas? ¿Lo es toda la gama que va desde el tebeo hasta la pornografía planteando modelos imposibles de imitar en cuestiones de valor, fuerza, poderes extrahumanos, goces fastuosos, potencias inagotables? ¿Son suaves e invisibles drogas el canto gregoriano, el incienso, las ceremonias de las sectas que con tanta frecuencia se denuncian, el café, el tabaco? Los éxtasis que se consiguen con la propia química interna, o las deficiencias que esa misma química descarga sobre el individuo hasta llevarle a la depresión, o los medicamentos que se le administran para sacarle de ella, o las presiones sociales que producen esa misma química en cualquiera de sus sentidos, alteran el comportamiento propio del ser humano y su reflejo social. ¿Dónde está la pauta lógica, en qué momento el individuo es él mismo más sus circunstancias, como decía Ortega, y cómo se pueden alterar esas circunstancias dentro de la mesura? Son preguntas sin fácil respuesta. De lo que las sociedades del mundo entero están hoy convencidas es de que ciertas drogas son fatales, conducen a la enfermedad y la muerte, son objeto de un tráfico siniestro en el que las adulteraciones o la pureza matan con sólo distintos ritmos. La capacidad de este nuevo excitante habrá de determinarse por su fuerza de adicción, por los destrozos que pueda hacer en el organismo o porque sus alteraciones psicológicas puedan ser graves para el consumidor y para quienes le circundan. Si es así, su represión ha de ser inmediata. Si sólo son remedios fugaces para ciertas formas de angustia, o remedo de la felicidad por un tiempo límite, no habrá razón alguna para que los puritanos o los controladores de la mente priven de ellas a los demás. El juez y el análisis de Sanidad y del Instituto Nacional de Toxicología tendrán la primera palabra en este asunto.

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