Una cuchillada
He comenzado la mañana con cierto ánimo, pero al tomar el primer café y leer en la Prensa: "Tres reos fueron ejecutados ayer en los penales estatales de Alabama, Utah y Florida", he notado como si una tremenda cuchillada me rajara el alma.No habría que matar, pero, ¡ay!, llega el momento en que con la sangre caliente por alguna temible humillación, el hombre mata al hombre, como ya hiciera Moisés. Sin embargo, no hay muerte más alevosa que aquella que se lleva a cabo tras hacérselo saber al reo, quien, en sus últimos minutos, recuerda emocionado las pequeñas travesuras de su lejana infancia, el dorado día de su primera comunión, los primeros dulces besos de su amada y las últimas amargas lágrimas de su madre. Es decir, se vuelve como un niño. Y es entonces, y, otra vez exclamo ¡ay!, que lo llaman, lo sientan en la silla eléctrica, ¡y lo matan!
¡Fuera la pena de muerte!, que a tantos nos hace llorar, porque así salvamos no sólo al reo, sino también a sus matadores.- . .
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