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Rescatados sin vida dos de los 10 bomberos sepultados al derrumbarse Almacenes Arias

El incendio de los dos edificios de Almacenes Arias, situados en la céntrica calle madrileña de la Montera, que a las diez de la noche de¡ pasado viernes se creía controlado, provocó pasadas las 2.30 de ayer el derrumbe de seis de las ocho plantas, desde la cuarta hasta el segundo sótano, del edificio moderno -el número 29, remozado tras arder en 1964- al recalentarse y vencerse las vigas de hierro por efecto de¡ fuego. Diez bomberos que trabajaban en el interior de ese edificio resultaron sepultados bajo cientos de kilos de escombros y vigas de hierro retorcidas. Dos de ellos fueron rescatados sin vida en la medianoche de ayer. Las tareas de desescombro se realizaban manualmente como medida precautoria.

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El primero de los cadáveres fue rescatado alas 11.40. Se trata de Armando Juárez del Dago, oficial del cuerpo, de 33 años de edad, cuyos restos fueron trasladados al Instituto Anatómico Forense. Veinte minutos más tarde, era sacado el cuerpo sin vida de Miguel Ángel Azuera, de 31 años, casado y con dos hijos. Los cuerpos de los dos bomberos se encontraban prácticamente destrozados. El cuerpo de un tercer bombero, sin identificar, no había podido ser rescatado pasadas las dos de la madrugada de hoy. Según explicó el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid, Luis Larroque, los cuerpos de los bomberos fueron encontrados en el primer sótano. Algunos técnicos calculan que sobre los bomberos que aún permanecen sepultados puede haber un 1.000 metros cúbicos de escombro, por lo que su localización puede tardar varios días.El anuncio del hallazgo del primer cadáver produjo un verdadero revuelo entre los familiares de los bomberos sepultados que aguardaban noticias en las proximidades del edificio. La policía, que había formado un cordón, impidió que estas personas se aproximaran, lo que produjo escenas de verdadera tensión que estuvieron a punto de acabar en agresiones.

El incendio, según los propietarios de los almacenes, se originó en la segunda planta del edificio anexo, el número 31, destinado a venta en sus plantas inferiores y a almacén en las restantes. Los hermanos Arias, dueños de estos establecimientos, atribuían a un cortocircuito el comienzo del fuego, que según su relato, se vieron incapaces de sofocar y que acabó no sólo consumiendo este viejo edificio, de estructura de madera, sino que se propagó al edificio principal.

El aviso del incendio en los Almacenes Arias lo reciben los bomberos a las 19.45. Cinco minutos después llegaban las primeras unidades autobombas y se asentaban ante las dos fachadas de ambos inmuebles, la que da a Montera y la que da la plaza del Carmen. Esta plaza, al estar peatonalizada frente a la trasera de este edificio, dificultó notablemente que las autobombas se aproximaran a esta fachada: se halla sobre una plataforma carente de vados y surcada por zonas ajardinadas, rodeadas de rebordes, y bancos firmemente amarrados al suelo, que hubieron de ser arrancados. Todo esto hizo perder unos minutos preciosos. El jefe de bomberos reconoció la pérdida de este tiempo vital. "Se perdió más tiempo del necesario". Aquellos minutos fueron decisivos ya que todas las versiones, incluida la de los propietarios, coinciden en que el brote inicial de fuego fue de escasa entidad y además en una zona próxima a la fachada trasera.

Según el relato de los bomberos, cuando llegaron al edificio, de hecho, sólo quedaban dos empleados en la planta cuarta que recogían algún enser y que fueron inmediatamente evacuados. A la planta quinta no llegaron a acceder porque el incendio adquirió repentinamente mayores proporciones.

La intensa humareda que se originó entonces, provocada presumiblemente por los componentes sintéticos de las vestimentas y demás artículos en venta, resultó un enemigo muchos más peligroso para los bomberos que las propias llamas. Mientras combatían el fuego en las diversas plantas sufrieron una intoxicación por el humo ocho bomberos, incluso los que portaban careta antigas, dado que se les acabó el oxígeno de la bombona. Lucio Martín explicaba así su caso: "Se me acabó el oxígeno cuando estaba en la tercera planta. Seguí trabajando porque si no se echaba a perder todo, y volvía a arder todo lo que había apagado ya". El oficial que mandaba las dotaciones entonces allí destacadas también sufrió una fuerte intoxicación.

Todos, a poco se reanimaban, insistían en volver al tajo, pero los camilleros se lo impedían dado su precario estado.

Inmensa columna de humo

La inmensa columna que se elevaba en la calle Montera era visible pasadas las ocho de la tarde desde el Pirulí, a la altura de la M-30, distante unos cinco kilómetros de la zona. A las 20.45 cuando el edificio sólo despedía una inmensa humareda desde sus dos últimas plantas, la quinta y la sexta, las ventanas de ambas empezaron a vomitar unas poderosas llamaradas.

El desánimo cundía entre los bomberos. Dos escaleras se erguían en medio de la calle Montera hasta la altura de la quinta planta y desde allí se rociaba de agua las ventanas. Similar trabajo se hacía desde la fachada posterior. Otros bomberos, a ras del suelo, también bombardeaban con agua el edificio. Las llamas apenas cedían. Por el contrario, en la parte trasera del edificio nuevo se habían desplomado la fachada de las plantas cuarta y quinta.

Sobre las nueve de la noche un escape de gas se localizó en un edificio de la plaza del Carmen, con el consiguiente peligro de que se originase una explosión.

A las diez de la noche, no se veían focos de llamaradas en ninguno de ambos edificios. El jefe de bomberos se mostraba optimista: "Esto ya está extinguido. Sólo queda echar agua un par de horas". Casi doce horas después se veía obligado a repetir tan infortunado augurio.

Una hora más tarde, sobre las once, se producía un nuevo rebrote de fuego. A la una de la madrugada los bomberos lo daban por controlado. Pasadas las 2.30 de la madrugada de hoy, cuando los bomberos trabajaban en varios pisos del edificio nuevo de Almacenes Arias por orden del jefe del Cuerpo de Bomberos Municipal, José Pascual, se hundió el suelo de la cuarta planta, que arrastró, en su caída, las superficies de todas las alturas inferiores hasta alcanzar el segundo sótano.

Diez bomberos quedaron entonces sepultados bajo cientos de kilos de escombros y vigas de hierro. El derrumbe se produjo por el sobrecalentamiento de las vigas, por efecto del fuego de ambos edificios, que se combaron y cedieron.

El desplome de estas ocho plantas produjo una fuerte corriente de aire hacia arriba que avivó el fuego en el viejo anexo colindante, utilizado para almacén y venta, y que se halla comunicado al primero.

Esa circunstancia, la existencia de determinadas partidas de géneros dentro, su entramado de vigas de madera y que dispusiera de un patio interior que hacía de tiro contribuyó a que el viejo inmueble se convirtiese en una auténtica pira que sólo cesó de arder, sobre las ocho de la mañana.

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