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La vuelta del Estado del Bienestar

Joaquín Estefanía

Dentro de poco se cumplirán cinco años desde que los socialistas españoles llegaron al poder, barriendo a las alternativas conservadoras. Casi simultáneamente a esta fecha se celebrará el trigésimo primer congreso del PSOE. Para cuando lleguen ambos acontecimientos estará maduro el nuevo mensaje ideológico que desde hace algún tiempo se intenta transmitir a la sociedad: la vuelta al Estado del Bienestar.El Welfare State es un concepto casi consustancial a la vida y obras de los socialismos europeos modernos, tras la segunda guerra mundial. En él coincidieron, dentro de un consenso social probablemente irrepetible, los keynesianos más ortodoxos y los socialistas clásicos; incluso los liberales menos dogmáticos lo apartaron de sus ataques en una primera época. Únicamente fustigaron su existencia los marxistas radicales, que lo entendieron como un apuntalamiento del sistema, una especie de revolución pasiva realizada desde arriba para evitar la rebelión dé los pobres.

Durante algunos años no fue infrecuente ver planteada la polémica acerca de si el Estado del Bienestar es un engaño capitalista o una victoria de la clase obrera. Una vez instalada la crisis económica en toda su crudeza, la alternativa dejó de tener sentido. El profesor Gregorio Rodríguez Cabrero, uno de los mejores expertos del tema, ha escrito sobre la paradoja protagonizada por "muchos marxistas que ayer fueron acérrimos críticos del Estado del Bienestar como gran enmascarador de la lucha de clases e instrumento del capital, y hoy son sus partidarios fervientes ante la reducción de servicios sociales y dádivas del Estado en estos tiempos de aguda crisis económica".

UNA CIENCIA TRISTE

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Por esa consultancialidad al corpus central del mensaje socialista, resulta difícil entender cómo el concepto (y probablemente su práctica) ha sido enterrado por el PSOE durante el período de su administración. En escasísimas ocasiones, las opiniones de nuestros gobernantes han incluido el objetivo definitivo de sus prácticas. Así, al reiterar machaconamente sólo los eslabones intermedios o los instrumentos de la política económica parecieron olvidarse de sus fines últimos. Al analizar las causas del último descenso electoral del PSOE, Joaquín Leguina declaraba recientemente: "Casi todo pasa por la economía y se habla mucho de economía. Y los objetivos económicos que sólo son medios para transformar la sociedad, aparecen como fines. Los economistas tienden a ser muy relevantes en el discurso del Gobierno. No sé si los economistas son de derechas o no, pero ya dijo alguien que la economía es una ciencia triste.

Así, durante los primeros años de gobierno socialista la lucha se centró en la reducción de la inflación, con el fin de disminuir el diferencial con los países de nuestro entorno y hacer a las empresas más competitivas; poco después el enemigo público número uno, fue la cuantía del déficit público (más que su composición), pese a que su porcentaje en relación con el producto interior bruto (PIB) era similar, o incluso menor, que el de los principales países occidentales.

Sólo desde hace un año, aproximadamente, la prioridad ha girado de modo decidido hacia el desempleo y su protección, y hacia los aspectos que definen el Estado del Bienestar. En octubre del pasado año se celebró en Jávea el II Encuentro sobre el Futuro del Socialismo en el que el énfasis se puso en la necesidad de recuperar los contenidos del welfare frente a lo que el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, denominó la ofensiva del Pacífico (las corrientes neoliberales conservadoras que capitanean los Estados Unidos y Japón). Desde entonces, las referencias se han multiplicado.

¿Qué es lo que ha ocurrido en la economía española que apoye tal cambio de prioridades? En primer lugar, que la coyuntura ha mejorado sustancialmente hasta el punto de que puede comenzar a afirmarse que algunos de los desequilibrios estructurales macroeconómicos se están corrigiendo. Tres magnitudes de primera línea circulan por la senda del 4%, en la que muy pocos confiaban: inflación, déficit público y crecimiento del PIB. Ello configura un marco que sitúa a la economía española en su mejor momento de los últimos 15 años. Esta vez sí que parece tangible la luz que indica el final del túnel. No obstante, nadie echa las campanas al vuelo, porque junto a las luces permanecen las sombras de poseer el mayor número de parados de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y un déficit de la balanza comercial que el pasado mes de julio superó el billón de pesetas, casi tanto como el conjunto de 1986. Además, las perspectivas internacionales no son tan buenas como en el pasado inmediato, como para crear nuevas incertidumbres.

La primera valoración global de los logros de la política económica del lustro socialista la ha hecho su principal inspirador, Miguel Boyer, en el artículo sin duda más brillante y controvertido de todo el verano ("Hemos superado la prueba", Cambio 16 del pasado 17 de agosto). El hombre que más ha influido en la formación económica de Felipe González resume así el esfuerzo: "Se ha pasado de un fuerte déficit a un notable superávit de la balanza de pagos; la deuda exterior ha disminuido y está cubierta por el volumen de reservas; la inflación ha bajado del 14% al 5%; ha aumentado sustancialmente el excedente de las empresas; se ha relanzado la inversión a tasas no sólo positivas, sino desconocidas desde antes de 1975; el incremento de la tasa de ahorro es espectacular, y ha comenzado al fin el proceso de creación de empleo. Si este proceso no se ha traducido todavía en un descenso del paro es porque siempre ocurre en su comienzo que el incremento de la población activa es paralelo a la creación de puestos de trabajo, al volver a aquélla los desanimados en la búsqueda de empleo".

Boyer justifica el aumento del desempleo en el período socialista con una frase para la historia: "Como en la guerra, los objetivos fundamentales no son los primeros que se pueden alcanzar".

IGUALDAD Y FRATERNIDAD

Como fenómeno complementario a una economía más sana en sus aspectos macroeconómicos, aparece una sociedad configurada de modo más injusto: el reparto de la renta se ha hecho menos equitativo a nivel personal y ha acentuado los desequilibrios territoriales, según los datos de la Contabilidad Nacional y de los principales analistas privados. El mismo presidente del Gobierno reconoció el hecho en una entrevista realizada en Televisión Española: los excedentes empresariales han crecido más que las rentas salariales. Esta es la consecuencia directa de la política de rigor iniciada en 1983; un plan de estabilización no es otra cosa que un mecanismo administrativo, situado por tanto al margen del mercado, para recomponer las tasas de beneficios empresariales. Entenderlo, como algunos han pretendido, como un instrumento para distribuir justamente los costes de la crisis, no deja de ser un eufemismo.

Si a estos aspectos de distribución regresiva se aúnan otros factores más permanentes, como por ejemplo el de que más del 80% de la recaudación del impuesto sobre la renta de las personas fí

La vuelta del Estado del Bienestar

sicas se sigue consiguiendo de las rentas del trabajo, se podría concluir que, por lo menos aparentemente, la gran antinomia de nuestros días es que la sociedad socialista ha sido hasta ahora una sociedad más injusta que la de anteriores administraciones. Parece haberse producido dentro de ella una especie de acumulación originaria del capital.En el artículo citado, Boyer explica que la distribución regresiva para las rentas salariales se ha producido por la reducción de la proporción de asalariados, además de por la recuperación de los excedentes empresariales. Esta aseveración es compartida por algunos de los analistas citados. Es decir, que los grandes paganos de la crisis han sido precisamente los parados. Así, se podría parafrasear para España una frase que el premio Nobel de Economía Paul Samuelson atribuía a otros lares: "Lo que Disraeli deploraba, las dos naciones distintas, de británicos ricos y británicos pobres, se ha reconstruido hasta cierto punto en la era de Thatcher. Coexiste un cuadro de parados irreversibles con otro de ciudadanos ambiciosos que buscan sus fortunas en la economía de mercado de Adam Smith".

Probablemente para evitar que esta tendencia se convierta en irreversible es por lo que los socialistas se apresuran a recuperar las esencias del Estado del Bienestar, un Estado generoso para con los débiles. Para ello han acudido a la teoría desarrollada por los socialdemócratas alemanes sobre la sociedad "de los tres tercios". Según esta teoría, el actual modelo de desarrollo económico ha provocado profundos cambios sociales, que se han materializado en una división de la actual sociedad occidental en tres estratos (modificando en parte el esquema clásico marxista de una sociedad dividida entre explotados y explotadores).

El primer tercio de la sociedad, el más pequeño numéricamente, está constituido Por la clase dominante, principal beneficiaria de los logros del sistema. Hay un segundo tercio, el más numeroso, correspondiente a las clases medias, que consigue participar, aunque sea de modo subsidiario, de las ventajas de una economía boyante. Este segundo tercio es el que ha engrosado las filas de los ahorradores particulares que han acudido a las bolsas de valores en busca de rentabilidad, y el que ha ampliado las bases del capitalismo popular en el Reino Unido y, más recientemente, en Francia.

El tercer tercio es el de los exasperados y está formado por los pobres de solemnidad, parados, pensionistas, etcétera. Este trozo de sociedad se está ampliando permanentemente. No hay más que pisar las calles de las grandes metrópolis para obtener la demostración empírica de la afirmación. El ámbito de los marginados de hoy reactualiza el concepto del lumpenproletariado (proletariado en harapos). Marx y Engels escribieron que "la esfera del pauperismo cobija, por último, el sedimento más profundo de la sobrepoblación relativa. Prescindiendo de vagabundos, delicientes, prostitutas, en suma, del proletariado en harapos propiamente dicho, esta capa social corista de tres categorías. En primer lugar, personas aptas para el trabajo... En segundo lugar, huérfanos e hijos de pobres. Éstos son candidatos al ejército industrial de reserva... En tercer lugar, personas degradadas, envilecidas, no aptas para el trabajo. Son sobre todo individuos que sucumben por la inmovilidad debido a la división del trabajo, o que sobreviven más allá de la edad normal de los trabajadores. Y, por último, las víctimas de la industria -mutilados, enfermos, viudas, etcétera".

LA ECONOMÍA DUAL

La economía dual que genera esta composición social convierte a este tercer tercio en el sujeto idóneo del Estado del Bienestar. Las Administraciones conservadoras se han caracterizado por abandonar a los marginales a su suerte y a las fuerzas de la economía libre de mercado. De ahí las grandes bolsas de pobreza que se han forjado en Occidente. La protección a estas capas de la población debe distinguir las políticas socialistas de las conservadoras. ¿Lo han hecho? Ésta es la gran polémica. Mientras Boyer estima que "no sólo la proporción de las transferencias sociales en el gasto público no se ha reducido, sino que se ha incrementado fuertemente la parte alícuota de los gastos de la Seguridad Social, educación y justicia, como era de esperar de un Gobierno democrático y socialista", otros datos, igualmente oficiales, indican lo contrario: que durante 1986 los gastos sociales de las Administraciones públicas han reducido su peso sobre el conjunto de la actividad económica, aunque parecen haber aumentado los colectivos que se benefician de ellos: pensionistas, parados y pobres de solemnidad. En su último informe, el Banco de España afirma que mientras la política fiscal se caracterizó en 1985 por un incremento de la presión fiscal relativamente menor que en 1986, por una contención del consumo público en favor de la inversión y por un crecimiento acelerado de las prestaciones sociales, en 1986 se acentuó el crecimiento de la presión fiscal, se elevó el consumo público a costa de la inversión y se redujo el ritmo de avance de las presiones sociales.

La recuperación que intentan los socialistas del Estado del Bienestar, como alternativa al modelo conservador hegemónico en Europa y en Estados Unidos, recuerda aquella hermosa frase de Michelet referida a la Revolución Francesa: "Llama, cómo debiste ser cuando tus cenizas queman todavía".

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