Más de la mitad de los abusos sexuales contra menores se produce en el seno de la familia
Más de la mitad de los abusos sexuales contra menores se produce en el seno de la familia, según las conclusiones de un congreso internacional celebrado en Zúrich a primeros de agosto. Según los expertos, esta actividad delictiva pervive especialmente entre padre e hija. En España, la cifra negra real permanece en la sombra, ya que son pocos los casos en los que la menor denuncie al padre, por lo que la ofensa queda en el secreto del hogar, a no ser que la joven quede encinta. En opinión de psicólogos y juristas, el incesto es el secreto familiar mejor guardado, la transgresión sexual en la que agresores y víctimas pueden llegar a ser cómplices, a pesar de tratarse de una práctica desgarradora para el menor que la padece.
El pasado mes de marzo, una adolescente de 15 años, de aspecto infantil, no tanto por su físico como por sus maneras, denunció en una comisaría de Madrid que su padre la obligaba a masturbarle, entre otras sevicias, de manera habitual. Denuncias como ésta son, no obstante, poco frecuentes en España y en cualquier otro país europeo. Probablemente fueron muchos los velos que esta joven tuvo que rasgar para dar un paso de esa envergadura. Hasta entonces, ella y su hermana mayor habían sido utilizadas sexualmente por su padre ante la aparente pasividad de la madre. La hermana mayor nunca se había atrevido a denunciar tales abusos. Por el contrario, la actitud de la menor dio un giro imprevisto a la ya rutinaria sordidez doméstica. El incesto en cuanto tal no se castiga en España, a no ser en su vertiente de violación o estupro. Pocas veces, sin embargo, a no ser que medie la violencia, la utilización sexual continuada del menor llega a tipificarse como violación, lo que supondría tina pena entre 12 y 20 años de prisión. Lo habitual es que estos delitos se incluyan en el estupro con prevalimiento (acceso camal a un menor prevaliéndose de su superioridad), lo que conlleva una pena de prisión menor entre seis meses y seis años.
Abusos deshonestos
En el caso de la joven madrileña, al no existir acceso carnal coital, las vejaciones a las que la sometía el padre quedaron en el eufemismo de abusos deshonestos, equivalentes a una multa entre 30.000 y 300.000 pesetas. El propio juez añadió el agravante de escándalo público para reparar el bajo precio de la pena y poder llevar al culpable a prisión. Aunque la última reforma del Código Penal establece cierto progreso al referirse a la víctima del estupro como persona y no como doncella, la práctica jurídica sigue identificando acceso carnal con coito; otros juristas, sin embargo, creen que debería ampliarse el concepto de acceso carnal a otras prácticas no coitales para que el precio penal de la masturbación o la fellatio no fuera una simple multa. "Me quedé sorprendida cuando me enteré de que prostituir en casa a la hija sólo costaba 30.000 pesetas", ironiza la abogada María Luz Almeida, asesora de la Asociación de Asistencia a Mujeres Violadas. Padres, educadores y hasta hace poco sacerdotes se han prevalido tradicionalmente de su autoridad para utilizar sexualmente a los menores. Pero, al contrario que en las otras categorías, rara vez el incesto entre padre e hija termina en el juzgado, pese a ser el más frecuente. "Son hechos que quedan en el submundo familiar y a los que se pone muchos paños calientes con la excusa de que si se denuncia se rompe la familia". La complicidad de la madre en la mayoría de estos abusos es un enigma que en ocasiones encierra sumisión y otras veces supone la comodidad de ofrecerle al varón un relevo o de tener a la competidora en casa. "En ambientes patriarcales y zonas rurales subsiste aún la creencia de que todas las mujeres de la casa tienen que estar a disposición del padre, que es quien trae la comida", añade Almeida. Pero la vida urbana ofrece también otra clase de impunidades: particularmente patético -y frecuente- es el estupro entre la hija adolescente y el amante de su madre, consentido por ésta para no perderle.
"La utilización erótica de las hijas por el padre puede crear en algunas una confusión de amores, pero en otras aparece claramente la rebelión o la aceptación del incesto como una relación diferente a la paterno-filial", afirma la psicoanalista Carmen Gayano. "La posición de la niña frente al padre es de un amor seductor y precoz que no busca la sexualidad directa, pero sí competir con la madre".
Si ante esa actitud el padre no responde con igual amor, sino que la convierte en objeto sexual, la niña "o se siente degradada o aprende brutalmente a distinguir dos clases de amores". "Pero, en todo caso, tanto si llega a sentir repulsión o atracción por el hombre, la imagen del padre queda destrozada", agrega. "Aunque inicialmente Freud dijo que la histeria era resultado de estas relaciones -lo que dio pie a que algunos dijeran cínicamente que los papás vieneses le enviaban a sus hijas para que arreglara los platos rotos-, lo cierto es que luego rectificó diciendo que la fantasía del incesto está presente en toda histérica. De ahí que, si el fantasma ocurre de verdad, la niña pueda adoptar también una actitud histérica, asegurando que ella no fue libre, que fue obligada".
El incesto no distingue clases sociales. "Pero mientras en las clases bajas se acompaña del hacinamiento, con una evidencia erótica que es más obscena que intencionadamente incestuosa, en las clases altas aparece de manera más perversa y disfrazada", opina Gayano. "En ambos casos, por supervivencia o por hipocresía, nunca se dejan traslucir, a no ser que: aparezcan embarazos o trastornos ginecológicos".
La variante madre-hijo es la más oculta, o al menos la que tiene menor repercusión pública, a pesar de haber sido ampliamente tratada en la literatura. "La relación entre madre e hijo es de por sí incestuosa, pero no en sentido sexual, ya que la madre está empeñada en poseer no el pene, sino todo el cuerpo de su niño, sea cual sea la edad de éste", afirma Gayano. "Por eso, cuando esta posesividad total se hace sexual, el menor queda marcado".
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