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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

También en Bilbao

EN EUSKADI los acontecimientos se repiten una y otra vez con arreglo a la misma lógica. La fotografía publicada ayer en este periódico excusa cualquier comentario sobre el resultado de ese mecanismo fatal: unos niños, literalmente aterrorizados, tratan de protegerse de una carga policial junto a una de las casetas del recinto festivo de Bilbao. Hace ahora 20 años, la quinta asamblea de ETA consagró la estrategia de la espiral acción-represión. El tiempo demostraría que tras el nombre sólo había un elemental mecanismo de provocación. Entonces resultó poco eficaz para suscitar el resultado esperado: elevar la conciencia antifranquista de la población para promover un levantamiento civil que instaurase la democracia. Pero, paradójicamente, el invento está resultando muy efectivo para promover escaramuzas contra la convivencia civil en la democracia.Como en Vitoria y en San Sebastián, los reinventores de la consigna joseantoniana de la "juventud alegre y combativa" se propusieron convertir las fiestas de Bilbao en escenario de una nueva provocación que arruinase la posibilidad de disfrutar pacíficamente de esas fiestas. Todo el mundo -excepto algunos gobernadores- estaba al cabo de la calle sobre esas intenciones, incluido el papel en ellas asignado a la guerra de las banderas. En cuanto Herri Batasuna puso sus cartas sobre la mesa, los celadores de la España eterna aceptaron el envite y doblaron la apuesta. Se creó así el campo de confrontación buscado por los provocadores para desarrollar su escalada.

En previsión de que no bastase con las banderas, dada la actitud del alcalde de la ciudad, se convocó una manifestación, eligiendo cuidadosamente el lugar

y la fecha: en el recinto festivo y el mismo día en que iban a ser izadas las banderas en el Ayuntamiento. Durante la mañana, unas decenas de jóvenes alegres y combativos se dedicaron a caldear el ambiente con proezas como apedrear las cristaleras de la casa consistorial o arrojar al Nervión los frutos de su saqueo del edificio, entre los que figuraban un ordenador electrónico y otros símbolos de la opresión. Para que no hubiera dudas, HB expresó su solidaridad con tales héroes, considerando en un comunicado oficial "perfectamente normal que se produzcan reacciones de rechazo como las que esta mañana se han dado en el Ayuntamiento". Llegados a ese punto, lo de menos era ya que los convocantes de la manifestación de la noche, que habían anunciado en la prensa de la mañana su intención de hacer caso omiso de la prohibición gubernativa, decidieran a última hora desconvocarla.

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Era lo de menos, porque para entonces la Euskadi de la negación había ya despertado los reflejos de su simétrica, la España negra de la Inquisición. La insobornable voluntad del señor gobernador de ser fiel a lo que de él esperaban los celadores de la patria se tradujo en el envío de numerosos efectivos policiales al escenario elegido por los provocadores. Éstos cumplieron a rajatabla su parte en el plan.

Y los provocados, conducidos a aquella ratonera por la irresponsabilidad de los que dan las órdenes, reaccionaron, a su vez, con la brutalidad que de ellos esperaban los diseñadores -los unos y los otros- de la provocación: actuando conforme al criterio corren, luego son culpables.

El resultado está en la fotografía. ¿Quién borrará de la memoria de esos niños la escena vivida, cómo reaccionarán cuando tengan 18 años, qué explicación hallarán al recuerdo del pánico experimentado ante unos hombres vestidos de astronautas que levantan ante ellos las bocachas de sus fusiles y unos apéndices negros y brillantes que sirven para golpear a cualquier cosa que se mueva? Mientras nadie se hacía estas preguntas, unos jóvenes preparaban sigilosamente siete granadas de carga hueca, de las que tres estallaron de madrugada contra un cuartel de Deva, habitado por 30 familias, entre las que, sin duda, había niños tan aterrorizados como los de la fotografía. Éste es el resumen, por el momento, de la absurda espiral de incomprensión o insensateces políticas que han dibujado para las fiestas del País Vasco un cuadro de violencia. Puede que éste sea el objetivo persegido por quienes desde uno y otro lado dramatizan los acontecimientos sin reparar en utilizar todos los elementos a su alcance para someter a un acoso sistemático al Gobierno democrático.

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