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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ironías del ajuste

LOGRAR CASI un 4% de crecimiento económico en 1988, reducir la inflación desde el 5% al 3%, aumentar el empleo más del 1,5%, disminuir al menos medio punto el déficit público y afrontar el creciente déficit comercial parecen configurarse como los principales objetivos macroeconómicos que estudiará el Gobierno a la vuelta de las vacaciones estivales con el fin de someterlos en septiembre a las negociaciones para la concertación social.Se trataría, en suma, de consolidar la alta tasa de crecimiento vaticinada por el Banco de España para 1987 -no sin ciertos reparos desde esferas privadas y de la Administración, que hablan de un 3%-, de garantizar con ello la creación de empleo -por tercer año consecutivo-, de dar otro paso importante en la lucha contra la inflación -ahora ya para alinearla con las tasas medias de otros países industrializados-, y de proseguir decididamente en los esfuerzos para evitar que el déficit público se interponga en la consecución de tales objetivos.

Si el mejor adivino del futuro es el presente poco cabe reprochar a las indicadas aspiraciones. Su letra y su música suenan a las orquestadas en los años más recientes, posiblemente con la novedad de que ahora se conjugan una continuidad en el ajuste de la economía con cierta ansiedad por la expansión, que se traduce en una meta impensable durante la crisis y hace tan sólo unos meses, pero necesaria para crear empleo y, al parecer, factible en 1987.

No carecen dichos objetivos de coherencia interna. Sin altas tasas de crecimiento económico, dificilmente quedarán márgenes para elevar el empleo y, al mismo tiempo, la productividad, necesaria tanto para satisfacer los excedentes empresariales que han alentado el dinamismo del actual proceso inversor como para implicar a los sindicatos en la concertación con la otra parte de sus frutos. Igualmente, sin la reducción del déficit público la política monetaria encontraría dificultades para contribuir a contener la inflación mientras facilita la deseable bajada de los tipos de interés. Tampoco la persistencia de una inflación superior a la de los países competidores permitiría aumentar las exportaciones.

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El problema radica en que el presente no es el que era a nivel internacional a principios de año. Así lo han advertido este verano el Banco de España y varios altos cargos de la Administración. Éstos han desaconsejado cualquier tentación expansiva basada en estímulos artificiales. A sus llamamientos en favor de la prudencia, e incluso de "una nueva moderación" de los costes de producción, les asiste la razón impuesta por la fuerza mayor de la realidad. Los precios del petróleo empiezan a subir, la cotización del dólar se resiste a bajar más, los precios del conjunto de las importaciones parece que han iniciado una subida y el crecimiento económico de los países industrializados bajará desde el 2,5% de 1986 al 2,25% en el presente año y en el siguiente. Pero hay que tener en cuenta que España goza en estos momentos de un potencial de crecimiento mayor, que su tasa de paro casi duplica la media comunitaria, y que insistir en la necesidad de un ajuste permanente quizá dificulte los intentos de concertación social, cuya ausencia pudiera tener costes nada desdeñables.

Hace falta abrir, pues, todas las espitas a la imaginación. Hay que plantearse ya, por ejemplo, cómo superar el diferencial de condiciones sociales que nos separa: de la CE. Hay que liberar a la economía española de la costosa paradoja que hoy la encorseta: la convivencia del fuerte aumento de sus importaciones y su déficit comercial con la también importante propensión a acumular reservas de divisas, cuya entrada presiona al alza la peseta y cuya inversión en el exterior nos proporciona el raro lujo de actuar como Japón, la República Federal de Alemania o Suiza. Los artífices de esta ironía del ajuste deberían recordar al respecto lo que escribió allá por 1776 Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones: "La prosperidad de una nación depende de su capacidad para organizar sus posibilidades productivas, y no de la cantidad de riqueza que algún soberano pudiera almacenar en el Tesoro nacional".

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