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De poder a poder

Fraile / Ruiz Miguel, González, T. CampuzanoLas Corridas Generales de Bilbao empezaron con buenos augurios: el toro, el torero. Toro y torero estuvieron ayer en el negro ruedo de Vista Alegre, bajo nubarrones, y hubo dos -toro y torero- que entablaron una pelea emocionantísima de poder a poder.El toro que abrió plaza era un ejemplar de trapío y casta; el diestro, Ruiz Miguel. Tras la brava pelea en varas y un tercio de banderillas en el que el toro "se fue arriba", como dicen muy gráficamente en la jerga taurina, quedó entablada en el negro ruedo, bajo nubarrones, una cuestión de hegemonía. Fue el toro quien primero enseñó las uñas y le tiró a Ruiz Miguel un par de gañafones que a cualquier otro le hubieran cortado la respiración. Quizá le ocurrió a Ruiz Miguel, pues pudo apreciarse cómo la tez le empalidecia, y llegó a ser de una impoluta albura cuando el toro, agotando sus instintos homicidas, lo empitonó la hombrera y estuvo a punto de levantarle los pies del suelo.

Toros de Juan Luis Fraile, con trapío, encastados

Ruiz Miguel: estocada ladeada y rueda de peones; la presidencia le perdonó un aviso (oreja); estocada; rebasó en minuto y medio el tiempo reglamentario (oreja). Dámaso González: estocada trasera atravesada que asoma y dos descabellos (algunos pitos); pinchazo, bajonazo, tres descabellos -aviso con un minuto de retraso- y otro descabello (silencio). Tomás Campuzano: pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (vuelta); media estocada (ovación y saludos). Plaza de Bilbao, 17 de agosto. Segunda corrida de feria.

Muy farruco estaba el toro, pero Ruiz Miguel también "se fue arriba", se cruzó, lo enceló; a prueba de valor y en uso de una técnica perfecta, consiguió que tomara la muleta, primero incierto, luego codicioso y humillado. La pelea de poder a poder la ganaba el torero, el público lo reconocía, el triunfo era merecido, evidente e inmediato. Ruiz Miguel reafirmaba una vez más su poderío, que seguramente nadie le discute. Acaso él mismo se lo discute, sin embargo, y cuando ya lo tenía todo conseguido, se empeñó en continuar pegando pases, en pedir palmas con lastimeras miradas al tendido.

Así le ocurre a Ruiz Miguel casi siempre: que tras comportarse como un torerazo, acaba convertido en un pegapases. Quizá por esta razón no es una figura indiscutible, quizá por esta razón no manda en el toreo, cuando es uno de los diestros que reúnen en mayor medida las condiciones básicas para ello.

Le concedieron una oreja y en realidad fue una orejita; por pesado. El cuarto era distinto toro -escasamente codicioso-; distinta hubo de ser la faena por tanto; volvió a demostrar su dominio, enceló al probón, y de nuevo hubo de aburrir con su pegapasismo interminable. Esta vez, la oreja que siglos atrás tuvo ganada, se la obsequió la muerte espectacular del toro, que rindió la vida apuntalado en sus cuatro patas, tragándose la sangre y la agonía, y esta manifestación de bravura entusiasmó al público.

Hubo otros toreros en la tarde, pundonorosos, técnicos y -!ay, dolor!- pegapasistas consumados. A Dámaso González le correspondió un toro fuerte, topón e incierto, al que protestó la gente por entender que estaba reparado de la vista, e intentó por todos los medios, en todos los terrenos y en todas las distancias, que embistiera recto. Le embistió torcido. El quinto estaba aplomado y Dámaso González volvió a ser el pegapasista derechacista insufrible de sus tiempos pelmas -ha llovido desde entonces- que creíamos había arrinconado para siempre.

A un toro noble lo toreó bienen redondo Tomás Campuzano, y mejor le habría salido de no insistir en el vicio ese del pico, que en esta ocasión -y en tantas- era absolutamente innecesario. Intercaló una tanda de naturales citando astutamente fuera de cacho, y el truco fue advertido por la afición. En cambio, en el sexto, que era un toro de voltereta, porfió pases por arribos pitones y daba que pensar el Campuzano menor: si tiene este valor para aguantar la colada que se ve venir, se supone que lo tendrá igualmente para torear en redondo a un toro noble, sin aliviarse con el pico. Pero no. Cada cual es como es. Uno que podría mandar, mendiga; otro que templa como nadie, se da al tremendismo, y Campuzano el menor, una de cal y otra de arena. Sino llega a, ser por la emotiva pelea de poder a poder del toro encastado y el diestro dominador, aquello se convierte en la siesta.

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