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K. Popper y la democracia reducida

Karl Popper, uno de los grandes filósofos europeos contemporáneos, octogenario vital y vienés britanizado, ha publicado un polémico ensayo político, recogido en EL PAÍS del pasado sábado: la crítica, por elevación, al sistema electoral proporcional, que le sirve de pretexto sutil y punto de partida para revisar doctrinalmente la actual democracia en Europa. El famoso autor de La sociedad abierta y sus enemigos amplía y reelabora aquí algunos de sus postulados teóricos y, en el marco de esta reactualización, se desliza subrepticiamente dentro de las nuevas corrientes que, desde el pensamiento económico, sociológico y político conservadores, intentan estructurar un neo-corporativismo, dudosamente democrático, o, al menos, que transforma el objetivo de democracia avanzada en democracia reducida.Sería injusto, aunque fácil, acusar al fundamentalismo ideológico americano, de una concreta y venturosamente final Administración política, el auge de este neo-corporativismo. Sin duda, es un factor importante: es dificil para las provincias del Imperio, en que estamos instalados, marginarse de una hegemonía globalizadora. Pero existen, también, otros casos autóctonos que coadyuvan, entre el escepticismo y la distancia, a esta co-reducción democrática en las sociedades europeas post-industrializadas. Entre otros factores, no exhaustivos, los siguientes: la evasión hacia una privaticidad autogratificante, la desvalorización excesiva del marxismo, la reconversión entusiasta del socialismo y, en general, de la izquierda; el simple gestionario tecnocrático del capitalismo, el descompromiso y de sideologización ascendente de los intelectuales, la aparición de un nuevo tipo de eurocentrismo mercantil, la desmovilización y pérdida de agresividad del sindicalismo. Que Popper se lance a esta bataalla desde consideraciones últimas, filosóficas y políticas abandonando o matizando su antiguo racionalismo crítico, tiene, en este sentido, un gran valor sintomático.

Siguiendo, como punto de arranque, la clásica y tópica concepción numérica de las formas de Gobierno (mando de uno, de varios, de muchos) Popper, con razón, las descalifica. El problema no es la forma, sino el contenido: hay monarquías democráticas y repúblicas nodemocráticas. Esto es ya un lugar común. Lo que sí tiene interés son dos afirmaciones suyas, una de ellas, grave. Popper asienta, en efecto, que el "pueblo no manda en ningún lado" y, desde este principio señalar que la esencia del Gobierno democrático reside en lo que él denomina "destituibilidad". Así, sorprendentemente, Popper avanza en. la relativización de las formas de Gobierno, llegando, incluso, a una trivialización que hace diluir el fundamento básico de la democracia: la legitimidad popular del poder. Obviamente, el pueblo no manda de forma directa: elige, con libertad, a unos representantes que expresan, así, la voluntad popular. De forma paradójica, un liberal clásico como es Popper reactualiza la argumentación autoritaria de los años de entreguerra europea a la democracia liberal: la democracia entendida como un artificio no-científico.

La simplificación de Popper, por otra parte, se acusa no sólo en la dicotomía totalitarismodemocracia, que englobaba indistintamente derecha e izquierda, pensamiento interesado de guerra fría, sino también en el bloqueo que hacen al actual sistema democrático. La complejidad da paso a la reducción doctrinal. En su definición de las formas de Gobierno, el supuesto esencial (voluntad popular) se convierte en un simple y supuesto mínimo (destituibilidad). La reducción del pensamiento no puede quedar más clara: Aron, si viviese, hablaría socarronamente de una cautilidad en la ideología popperiana y, sin duda, Kissinger no llegaría tan lejos.

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Entre los clásicos liberales europeos, aquellos liberales transformados en conservadores, la soberanía popular fue siempre una doctrina que irradiaba suspicacias y algo más que suspicacias: los más benévolos, como diría Ortega, la conllevaban. Popper se inscribe dentro de esta última tendencia: hay que soportarla, aunque, dirá, es una "teoría superada y moralmente errónea". En su declaración estricta de demócrata, Popper se deslizaría hacia lo que he denominado neo-corporativismo conservador (interacción social, control de masas, libertad reducida, ausencia de solidaridad).

En su afán dialéctico, con perdón, de contraponer representación proporcional y no-democracia llega a afirmaciones como ésta: "Pero mientras se acepte el supuesto de que la esencia de la democracia consiste en la soberanía o poder soberano del pueblo, habrá que soportar, como demócrata, esas dificultades, dado que, en ese supuesto, la proporcionalidad se revela ciertamente como esencial"; y añade: "La visión de que la proporcionalidad es más democrática que el sistema británico o norteamericano es insostenible, puesto que tiene que apoyarse en una teoría superada de la democracia como soberanía del pueblo (la cual se basa, a su vez, en la denominada teoría de la soberanía del Estado). Esta teoría es moralmente errónea e incluso insostenible: ha quedado superada por la teoría del poder destitutorio de la mayoría". Sin darse cuenta, Popper está haciendo la defensa más nítida de la representación proporcional. A la que ha incluido entre sus nuevos enemigos. Popper utiliza, sin citarlo, a Rousseau, pero de forma oblicua: la destituibilidad, la revocación permanente rousseauniana, si se estableciese como soporte único, llevaría a un tipo de democracia ajería, en todo caso a lo que son las democracias abiertas y representativas. Su referencia a la moralidad recuerda el doctrinarismo agresivo de Guizot o, entre nosctros más tardío, de Cánovas: la moralidad como moralidad de los poseedores. Por último, la identificación soberanía popular y soberanía estatal, como mínimo, expresa un desconocimiento de la evolución de las sociedades políticas europeas en su camino hacia la supra-nacionalidad y que no excluye, sino que reafirma, la soberanía popular como soporte básico legitimador.

Frente a la democracia avanzada, que responde a la complejidad social y a la dinamización progresista de la sociedad, y a la máxima representatividad participativa de todos los sectores sociales, Popper opone una concepción reducida de la, democracia: reducción de la soberanía popular, reducción del aparato estatal, reducción, en fin, de las funciones y número de los partidos políticos.

Su ataque a los partidos no es frontal, sino solapado. Popper es bien consciente de la necesaria identificación partidos/ democracia, pero viene a cliecÍr que los partidos, como la soberanía del pueblo, hay que soportarlos. Popper soporta, aunque con reticencias, la constitucionalización de los partidos en el ámbito político europeo y acepta, citando elogiosamente a Churchill, el sistema bipartidista británico, pero reduce el papel de los partidos, es decir, la función de la canalización cle la opinión pública para la formación periódica del sufragio.

El ataque popperiano al pluripartidismo se centra en argumentos ya utilizados por tratadistas clásicos (Michels) o en otros más técnicos e ideológicos. Es decir, en la oligarquización partidísta, en la ingobernabilidad, en una actitud discriminatoria. El primer argumento (oligarquización) le resulta fallido: Popper, en efecto, afirma que no hay gobiernos populares, sino gobiernos de partidos y, más aún, gobiernos de dirigentes de partidos. Si se comparte este planteamiento, que se puede compartir, la conclusión lógica lleva a lo contrario de lo que desea demostrar Popper: a mayor pluralismo, consecuentemente, mayor participación crítica y, en definitiva, mayor clemocracia. Es decir, lit representación proporcional, que facilita un mayor pluralismo, ayuda a un desarrollo más participativo, integrador y crítico de la sociedad política contemporánea. Lo contrario de los sistemas mayoritarios.

El argumento de la gobernabilidad remite a la eficacia en el ejercicio del poder. Sir Karl Popper, sin duda, reflexiona desde una peculiar sociedad civil, como es la inglesa, con un deslizamiento gradual de sus instituciones políticas y de su estructura social. Es decir, diferenciado del proceso continental europeo y, por supuesto, del sur de Europa. El bipartidismo británico, aunque ya contestado, no se ha traducido en una bipolaridad social antagónica, no excluye un interclasismo, ni afirma una frontalidad rupturísta: el consenso social está fuertemente asentado. Las sociedades europeas continentales han sido, por el contrario, históricamente más ideologizadas, más convulsionadas. En estos casos, precisamente, la gobernabilidad eficaz estará dentro de una integración social y crítica eficaces.

Finalmente, Popper introduce la limitación ideológica partidista. No sólo configura una función restrictiva de los partidos, sino que implícitamente desliga Ideología y partidos: los partidos aparecen así como meros instrumentos técnicos noideológicos del ejercicio y control del poder. ¿Dóride está la sociedad abierta? Popper se pregunta al final de su artículo, y más correctamente de lo que cree, si sus reflexiones no van en contra de sus, posiciones anteriores y, en su respuesta, incluyendo una interpretación discutible sobre la tolerancia, queda claro su pensamiento reducido y cautivo: "Pero la idea de que la pluralidad de las ideologías o cosmovisiones deban reflejarse en una pluralidad de partido, me parece políticamente errónea. Y no sólo política, sino también filosóficamente. Pues una conexión demasiado próxima a la política de partido apenas se compagina con la pureza de una teoría".

Un daimon heraclíteo, irónico y travieso, ha hecho que, en este ensayo, Popper se muestre como un fiel amigo de la democracia reducida, como un defensor a pesar suyo de la representación proporcional y, más lainentablemente, con un adiós a la sociedad abierta. Britannia sit levis.

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