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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El niño congelado

Ha nacido hace pocos días un niño procedente de la congelación de su pasado estado embrionario, y los científicos han dicho, con toda verdad, que el hecho es científicamente irreprochable. También ha dicho alguno que no pretende polemizar con la Iglesia sobre este asunto. Y también está muy bien dicho. Porque, si la Iglesia no ha pronunciado un dictamen científico -que no le corresponde-, tampoco compete a los científicos hablar de asuntos morales, y menos polemizar sobre ellos. El científico, a la ciencia; a lo moral -lo lícito y lo ¡lícito-, la Iglesia.

En lo que algunos no han es tado tan acertados es en que "cada uno según su conciencia". Ante un semáforo en rojo, a nadie en sus cabales se le ocurrirá predicar a los automovilistas que pasen o que no pasen "según su conciencia". Hay una ley u ordenanza, y, no siendo injusta, la conciencia recta dice que hay que respetarla y obedecerla, y no cabe otra diferente conciencia.

Hay semáforos invisibles para el ojo, pero visibles para la conciencia. Uno de ellos nos dice que la vida humana ha de ser respetada en su existencia y en su normal y natural desarrollo: es uno principalísimo de aquellos derechos humanos de que tanto se habla hoy día. Y en esto no cabe otra diferente conciencia. Sumergir una vida humana, por muy incipiente que sea, en un glacial ambiente de nitrógeno líquido, y precisamente para suspender el normal y natural desarrollo de esa vida durante días y meses, científicamente podrá ser irreprochable, pero moralmente no vemos que pueda evitarse el considerarlo un atropello de un principalísimo derecho humano: ninguna conciencia puede escoger ese camino cualquiera que sea -ajeno al provecho de la vida misma- el fin pretendido (el fin no justifica los medios). Ni incluso los progenitores del embrión. poseen el dominio para disponer de éste según sus conveniencias.

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La Iglesia, al pronunciarse en este sentido, sale en defensa de uno de los derechos humanos exigidos por la misma dignidad de la naturaleza humana. Y no sóloestá incapacitado para polemizar con aquélla quien se profese católico, sino que ha de reconocer y agradecer esta defensa toda persona humana y toda conciencia que no quiera ser inhumana.-

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