Larga vida
"Un consuelo, allí (en Venecia) se llega a viejo: Giovanni Bellini, con 86 años; Longhi, 82; Guardi, 81 ". La reflexión es de Paul Morand y se puede encontrar entre esos bellos fragmentos de sus memorias que publicó bajo el emotivo título de Venecias cuando era ya un hombre algo más que maduro. Javier Marías, en trance de pasar el umbral de la madurez, asegura que ya es difilcil que muera joven, lo que parece lamentar, pues, si es cierto que le puede deparar la alegría de "ver crecer a los nietos", el placer estará más que compensado por el dolor de ver a los hijos llegar a cincuentones. (Contra la larga vida, EL PAIS, 31 de julio.) Hay, pues, opiniones para todos los gustos. Y, aunque estoy de acuerdo con Morand, ello no obsta para que me ofrezca a Marías para desmoronar el mito interesado de la larga vida. Confieso, sin embargo, que esperaba que éste sacara más provecho de su primera batalla. Afirma el joven Marías que tratar de aumentar las llamadas "expectativas de vida" no es, para él, "sino una enorme contradicción sin seritido". ¿Cómo es posible desear para sí y para los demás una larga vida, cuando ello puede ocultar en tantas ocasiones la más negra de las desgracias? Plantado el problema con acierto, trastabilla y se pierde en el laberinto de una ocultación de nombres, edades y actitudes personales. El suicidio es un expediente personal que nodescarto, pero en este contexto hay que buscar explicaciones capaces de acercarnos a propuestas sociales. El tema que plantea Javier Marías está pidiendo a gritos un debate científico y social sobre las utilidades que el sisterna extrae de la vida humana en cualquiera de sus edades. Desde hace unos años, los rabadanes andan muy exaltados por el descenso de la tasa de natalidad del rebaño. Algún ingenio podrá preguntarse que para qué se preocupan si dentro de unos años no habrá trabajo más que para unos pocos. ¿No son las máquinas cada vez más eficaces? Pues que trabajeri las máquinas. Está claro que los nuevos sistemas de producción necesitan cada vez menos del concurso del factor trabajo. Esto es verdad. Pero también lo es que tan grande capacidad productiva no tendría sentido si se detiene el consumo. Ergo, conviene que aumente la población y que se alargue la vida cuanto sea posible, que siempre será un poco más allá que el año anterior. El progreso material se ha venido justificando por la necesidad de luchar contra el hambre y la miseria. Hoy más que nunca, pero menos que mañaria, sólo la voracidad procreativa y consumista puede salvar al progreso. Es muy posible que la vida en Venecia, que con tanta nostalgia nos narra Paul Morand, permitiera alcanzar y degustar la dulce sabiduría de la ancianidad. Pero mucho mePasa a la página siguiente
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