La solidaridad internacional y la ayuda al desarrollo
En una serie de tres artículos, y como miembros del Capítulo español del Club de Roma, hemos pensado que podría ser de interés para los lectores españoles destacar los problemas generales de la solidaridad económica y social a escala mundial, y muy especialmente en relación con una región concreta de África: la región subsahariana. Se trata de la ancha banda territorial que, al sur del Sáhara, se extiende desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo, sin solución de continuidad, que constituye una de las áreas más amenazadas del mundo en cuanto a la. disponibilidad de recursos naturales, alimentos y energía, y cuya población sufre toda clase de penurias.Sucesivamente, examinaremos el tema global de las relaciones Norte-Sur -primero de los artículos-, la situación en la región subsahariana -segundo artículo-, para plantear al final una serie de reflexiones sobre la posible contribución española a la iniciativa del Club de Roma sobre el desarrollo de tan extensa y problemática zona de África.
Los problemas del subdesarrollo
En relación a la solidaridad a escala mundial, debemos recordar que en las Naciones Unidas, y en general en todo el ámbito internacional, se llegó a la conclusión, a principios de los años setenta -y sobre todo a partir de la crisis energética que se inició en octubre de 1973-, de que los problemas del subdesarrollo exigían un tratamiento específico y original, al que se denominó Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI).En su resolución de junio de 1974, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció cuatro perspectivas principales del NOEI: 1. Necesidad de apoyar el esfuerzo de desarrollo de los países pobres en todas las áreas, cambiando para ello las reglas vigentes y en especial las referentes al régimen de comercio y al sistema monetario internacional, por entender que ambos discriminan a los países menos desarrollados (PMD).
2. Conveniencia de aumentar la participación de los PMD en la producción mundial, tanto industrial como agrícola, propiciando la expansión de sus actividades comerciales, de transporte y de comunicación.
3. Posibilidad de modificar los patrones convencionales de evolución del comercio y de los flujos de tecnología, desde su orientación hegemónica Norte / Sur a otra de un intercambio más equitativo.
4. Exigencia a los Gobiernos de un comportamiento acorde con las normas de conducta de la Carta de derechos y deberes económicos de los Estados, acordada en la ONU en 1974.El Nuevo Orden Económico Internacional tiene ya una larga historia desde 1974: la Conferencia de Cooperación Económica Internacional de París, de mayo de 1977; los trabajos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en sus reuniones de Naisobi de 1976 y de Manila de 1979; la terminación de la Ronda Kennedy, en abril de 1979, en el GATT; la Conferencia sobre Recursos Naturales, celebrada en Nairobi, en agosto de 1981, y la de septiembre, también de 1981, en París, sobre los Países Menos Avanzados, a la que nos referimos más adelante.Pero, en realidad, la conferencia cumbre sobre el NOEI fue la de Cancún (México), los días 22 y 23 de octubre de 1981, con la presencia de jefes de Estado y de Gobierno. Y las 22 naciones allí representadas no dieron en su comunicado final mucha luz a la esperanza. Se mantuvieron toda una serie de recelos norteamericanos sobre la creación de una filial energética del Banco Mundial que, con un fondo especial de 50.000 millones de dólares, habría ayudado a paliar los choques petroleros contra las atormentadas balanzas de pagos de los países más pobres.
Oídos sordos
Tampoco tuvieron resonancia los Ehrlich y la inquietante bomba de población por ellos anunciada; ni el Club de Roma -con los Forrester y los Meadows-; ni los Barry Commoner, con sus predicciones sobre los recursos finitos del planeta y el círculo que se cierra; ni Heilbroner ni René Dumont en cuanto a sus imaginativas propuestas de una utopía razonable. No estuvo allí el refrescante pensamiento de Schumacher, con sus proyectos de una tecnología intermedia o de cambiar la ayuda convencional -es decir, la explotación vestida de filantropía- por métodos solidarios para que en buena medida sean los pobres los que se ayuden a sí mismos.En realidad, lo que se ha hecho desde Cancún hasta hoy es más bien poco. Es cierto que los países desarrollados de Occidente tienen un Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD), del que España todavía no forma parte. Pero las cantidades aportadas son sumamente reducidas, muy lejos del 0,7% del PNB que como transferencia del Norte al Sur se previó al comienzo de los trabajos de la UNCTAD. La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) en los últimos años apenas supera el 0,3% del PNB de los países donantes, como promedio; si bien es verdad que existen algunas excepciones importantes que desbordan el 1 % (como sucede con Suecia y Noruega y, algo inferior, Dinamarca y Finlandia), y otros -España entre ellos- que apenas llegan al 0, 1 % del PNB. Pero, sobre todo, lo más preocupante es que esa ayuda, irrisoria en términos cuantitativos, está casi siempre ligada a intereses comerciales muy concretos de los países industriales.Esta situación, de escasa solidaridad Norte / Sur -que no es menos patente en cuanto al Segundo Mundo (países del Este) en relación con el Cuarto Mundo-, se ha agudizado de modo extremo en los últimos años, como consecuencia de los problemas surgidos en el pago de la deuda externa de los países menos avanzados. Un tema evidentemente complejo, pero que en el caso del Cuarto Mundo se traduce, de forma casi sarcástica, en países relativamente poco endeudados porque ni siquiera tienen capacidad para solicitar créditos, viéndose así relegados a vivir prácticamente de las donaciones de alimentos y de las ayudas de emergencia.
Razones de la insolidaridad
Si hubiera que preguntarse sobre la razón de esta falta de solidaridad que empezó a manifestarse en Cancún, la respuesta parece bastante clara: el hemisferio Norte, por las tensiones Este-Oeste, ha seguido la carrera armamentista en lugar de la senda de la solidaridad, y, pendientes de amenazas que comprometen el futuro, estamos perdiendo el presente. Con sólo una parte del billón de dólares que en 1986 se gastaron todos los países en lo que convencionalmente se llaman presupuestos militares, los problemas del Cuarto Mundo podrían estar en vías de solución. Y cuando hablamos de solución no nos referimos exclusivamente a los aspectos económicos y técnicos del desarrollo, sino a los que en el fondo los condicionan: la formación de todos los ciudadanos, las posibilidades de actualización, vivir cada día en un medio fisico y espiritual compatible con la dignidad humana. La situación no es precisamente ésa, como veremos en nuestro próximo artículo sobre el caso concreto de África y más específicamente de la región subsahariana.
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