El vacío de agosto
NIETZSCHE TENIA razón: el tiempo es cíclico, se revuelve sobre sí mismo y se repite. Otra vez agosto y otra vez las ciudades semidesiertas, de manera que quienes tengan que vivir en ellas durante los próximo 30 días se verán forzados a buscar con paciencia una farmacia, un estanco, una panadería, una bombona de butano. Pero no es lo peor: si un ciudadano tiene la desgracia de sufrir un pequeño desperfecto de fontanería, si se le estropea el frigorífico, puede tener que esperar a septiembre.En agosto, el paisaje urbano despoblado forma parte del ciclo económico, pero es también parte del sistema de desidia que muchas empresas practican respecto al usuario. Aunque algunas firmas han empezado a garantizar sus servicios y a aceptar reclamaciones por malos servicios, lo cierto es que no pocos industriales y comerciantes siguen operando con nula atención tras la venta.
Las reclamaciones legales ante esta desprotección son tan lentas y costosas que prácticamente no amortizan el esfuerzo ni el tiempo. Esto posibilita que grandes y pequeñas empresas decidan su horario de atención al público y sus días de vacaciones con total desdén hacia quien, en definitiva, es su fuente de vida. Si un automovilista compra un coche, se supone que adquiere también, tal como en algunas ocasiones se indica directamente en la publicidad, un servicio posventa, incluido agosto. Lo mismo sirve para una lavadora, una nevera o un secador de pelo. La experiencia, sin embargo, muestra que esta consideración es pura ilusión. Llega agosto, la vida se paraliza y el consumidor, al que no suele ampararle una legislación adaptada a la nueva realidad social, queda inerme.
Otro tanto ocurre en aquellos sectores del comercio controlados por organizaciones gremiales: desde las farmacias a las panaderías o los estancos. El ciudadano que opta, por voluntad o necesidad, por permanecer en estos días en su residencia urbana se convierte en un desamparado peregrino. Habrá de buscar la cobertura de sus servicios con ahínco a lo largo de incalculables recorridos. Es cierto que las vacaciones son un derecho y una conquista social, pero la satisfacción de las necesidades cotidianas con inversiones de tiempo razonables, también. Las leyes del mercado imponen su dinámica en esta situación. Los comercios, los talleres, las industrias cierran arguyendo que son los meses más flojos de comercio, pero a nadie se le ocurre permitir que las leyes del capitalismo más feroz queden sin regulación absoluta el resto del año.
De la misma forma que en todos los países con economías de mercado se interviene públicamente para asegurar aquellos servicios necesarios que acaso no se desarrollarían por motivos de rentabilidad, habrían de garantizarse determinados servicios mínimos, sea el mes que sea. "Apaga y vámonos" no puede ser el irresponsable lema que decida el talante ambiental de cada verano. Los ciudadanos normales, en cuanto tales, tienen derecho a dormir la siesta, pero las ciudades no pueden permitirse el lujo de sestear un mes entero cada año de forma anárquica y desquiciante para los que siguen trabajando.
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