El presidente y la política económica
Las continuas manifestaciones de apoyo que el presidente de¡ Gobierno dedica a la política económica constituyen sin duda un ejemplo de su sentido de las responsabilidades del gobernante, obligado muchas veces a asumir decisiones impopulares, cuando cree que éstas redundan en beneficio del país.El mismo mecanismo moral nos obliga a los que carecemos de responsabilidades en el Ejecutivo, pero asumimos algún tipo de función pública, a no silenciar nuestras inquietudes ante esa situación.
No es preciso insistir en los aspectos preocupantes que presenta la ruptura del diálogo social debido a los planteamientos, tanto materiales como formales, con que se han abordado desde el área económica del Gobierno los problemas del país. Y ello, es preciso recordarlo, no sólo en los últimos tiempos sino desde los años iniciales de la primera legislatura socialista. Sólo los imperativos políticos de entonces, diferentes afortunadamente a los de hoy, impidieron que las dificultades causadas en el seno de lo que se suele llamar la familia socialista aparecieran antes.
Suelen en cambio mencionarse menos otros aspectos. El lugar de privilegio que la inflación como problema y la política de rentas y la política monetaria como instrumentos han tenido en la consideración de la crisis económica han generado una cierta, desatención a otros aspectos igualmente decisivos para el esfuerzo de modernización y europeización que se sitúa en el corazón mismo del programa presidencial para los próximos años. Es importante señalar en este aspecto el abandono de lo que, con el ingreso de España en la CEE, parece cada vez más una necesidad esencial: a saber, la reestructuración del gasto público, eliminando tantas gravosas y a menudo ineficientes y perturbadoras intervenciones estatales en apoyo de las empresas, a costa (por la, evidente necesidad de cuadrar los Presupuestos del Estado) del verdadero salto cualitativo que nuestro país debe abordar en materias tales como infraestructuras de comunicaciones y telecomunicaciones, disponibilidad de energía e inversiones en capítulos como educación, urbanismo y sanidad. Capítulos tantas veces denostados por los análisis más conservadores por la incidencia que tienen en el gasto corriente del Estado.
El compromiso prioritario en este tipo de gastos no sólo haría más practicable por parte del Estado el camino hacia un nuevo pacto social (la moderación salarial se vería compensada con un incremento de lo que podríamos denominar el salario colectivo o comunitario), y con el avance hacia una sociedad más justa e igualitaria, sino que constituyen una verdadera inversión estratégica de futuro. Un reciente informe de la Comisión Europea, citado en The Economist, opina que "existe una fuerte tendencia a que las industrias de alta tecnología se agrupen fundamentalmente en áreas caracterizadas por su superioridad en facilidades de transporte y telecomunicación, por una oferta abundante de mano de obra de alta formación, por la proximidad a centros importantes universitarios y de investigación y a centros financieros".
Pocas áreas del sur de Europa, concluía The Economist, cumplen hoy con esa descripción.
A pesar de la entidad de las preocupaciones antedichas, existe una tercera. que, en estos momentos, desborda en importancia a las anteriores.Y es que, en la medida en que crece la contestación a esa política, el Presidente se ve obligado a multiplicar las intervenciones en su defensa, sesgando así el contenido de un discurso que, en momentos como los actuales, debería estar mucho más centrado en los aspectos sociales, morales y políticos, que preocupan a nuestra sociedad. Es decir, precisamente aquellos campos en lo que Felipe Gonzalez ha lucido siempre sus mejores armas.
En la España actual se ha producido un alto grado de personalización de la vida política en torno a los líderes que ocupan las máximas responsabilidades, un fenómeno que parece, por otro lado, consustancial en un cierto grado con las modernas democracias de masas unidas por el hilo espiritual de los grandes medios de comunicación.
En esas condiciones el papel del presidente del Gobierno adquiere una dimensión que desborda ampliamente su papel de supremo responsable de la Administración y de las diferentes políticas sectoriales.
Se trata de un fenómeno agudizado además por la peculiar situación del país, abocado a un cambio histórico de enorme entidad y que sufre la presencia de graves problemas de marginación y desintegración social debido a la crisis económica.
Como descripción del alcance de aquella función, valgan las palabras pronunciadas por Franklin D. Roosevelt en la víspera de su elección: "La presidencia no es solamente una función administrativa. Eso es lo menos importante. Es más que un asunto de técnica, de eficacia o de ineficacia. Es ante todo un magisterio moral. Todos nuestros grandes presidentes fueron líderes intelectuales en momentos en que ciertas ieas históricas en la vida nacional debían ser aclaradas...".
Algo no va bien en una política económica que necesita. ser legitimada continuamente por el presidente, empobreciendo el mensaje que él, y a través de él todo el partido socialista, transmite a la sociedad española.
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