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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Yo, el Supremo

LA DIMISIÓN de Lewis Powell ha permitido a Ronald Reagan designar como juez del Tribunal Supremo de EE UU a Robert Bork, un jurista cuya competencia nadie pone en duda, pero que se ha distinguido a lo largo de su carrera por sus ideas ultraconservadoras y por su disposición a aceptar las indicaciones del poder ejecutivo.El nombramiento de este magistrado puede acarrear consecuencias de largo alcance, no sólo a causa de los poderes de que disfruta el Tribunal Supremo en el sistema constitucional de EE UU, sino porque sus jueces son vitalicios. Por lo pronto, en un momento en que se acentúan el desprestigio y la caída política de Reagan, éste, con el nombramiento de Bork, recupera la iniciativa en uno de los terrenos en los que siempre ha mostrado particular empeño: imponer a la sociedad norteamericana una revolución conservadora que ponga fin a lo que él considera excesos de liberalismo en las costumbres.

La designación del nuevo juez se agrega a decisiones anteriores de Reagan tendentes a liquidar la tradición liberal que ha caracterizado al Tribunal Supremo desde la II Guerra Mundial. Sus sentencias, en las etapas en que estuvo presidido por Earl Warren y Warren Burger, han sido muy positivas en cuestiones como la igualdad entre razas, la protección de los acusados ante posibles abusos de la policía, la libertad de pensamiento, con la supresión del rezo en las escuelas, y el derecho al aborto. Warren y Burger fueron nombrados por presidentes republicanos, Eisenhower y Nixon, respectivamente, que actuaron sin partidismo y con altura de miras a la hora de designar al máximo cargo judicial del país. La actitud de Reagan es muy distinta. Nombró el año pasado como presidente del Tribunal Supremo a William Rehnquist, calificado por la revista Time como Mister Derecha. Los otros dos jueces que ha designado para ese tribunal, Scalia en 1986 y Bork ahora, son igualmente reaccionarios de combate.

La elección de Bork tiene una significación particular porque, sobre todo en el último período, muchas de las sentencias más controvertidas han sido aprobadas por una mayoría de cinco votos contra cuatro, como ocurno con la última decisión sobre el aborto. Bork es enemigo declarado de tal decisión. Así, su nombramiento puede alterar profundamente la trayectoria que se ha venido reflejando en la labor del Tribunal Supremo. Es probable además que Reagan tenga la posibilidad, en los 18 meses de mandato que le quedan, de elegir nuevos miembros del Tribunal Supremo. De los nueve jueces que lo componen, tres tienen más de 75 años, de los cuales dos son liberales y uno moderado. La dimisión o muerte de alguno de ellos permitiría a Reagan ampliar en su seno la mayona conservadora. Mayoría que se basa en los jueces más jóvenes, por lo cual los efectos de la revolución conservadora de Reagan podrán prolongarse quizá hasta los albores del siglo XXI.

La batalla en el Senado en torna a la ratificación del nombramiento de Bork se presenta muy enconada. Edward Kennedy le ha atacado con dureza, diciendo que su América -la de Reagan- sería la de los abortos ilegales, la segregación de los negros y la prohibición de enseñar a los niños la teoría de la evolución. Bork tendrá que responder de su conducta cuando se prestó a despedir, por orden de Nixon, al fiscal que estaba. investigando el Watergate, a diferencia de otros magistrados, que prefirieron dimitir antes de obedecer esa orden. Pero un rechazo del nombramiento del nuevo juez sería contrario a la costumbre, y no es probable.

Desde una perspectiva europea, no se pueden, considerar con indiferencia los cambios que Reagan realiza en el Supremo. Vivimos en una época de estrechas relaciones entre las dos orillas del Atlántico, lo que facilita una intensa influencia norteamericana no sólo en las cuestiones políticas directas sino también en la esfera de los valores morales. Un Tribunal Supremo de EE UU convertido en baluarte de la revolución conservadora sería un estímulo para los factores de reacción e integrismo social y cultural que existen en las sociedades europeas.

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