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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

"Never more"

El pasado día 13 de junio, cuando transitaba por Sevilla camino de Madrid, estando mi vehículo detenido ante un semáforo en rojo, fui asaltado por un joven que, con extraordinaria habilidad -todo hay que decirlo- rompió con una piedra la ventanilla trasera del coche, se introdujo en el interior y, arramblando con el bolso de mi acompañante, que estaba sobre el asiento trasero, huyó en una moto en la que otro joven le esperaba. Todo ocurrió en pocos segundos, a plena luz del día y ante numeroso público. He de reconocer que esta técnica, muy popular en la ciudad, como tuve ocasión de comprobar inmediatamente, era absolutamente desconocida para mí.Pocos minutos después, un coche de la Policía Nacional nos guiaba hasta la comisaría del distrito de Nervión a fin de efectuar la correspondiente denuncia, para lo cual debíamos, según se nos dijo, esperar en la calle a que se nos llamara.

Y esperamos. Durante los primeros 20 minutos vimos con sorpresa cómo iban llegando, uno tras otro, hasta cinco coches más, todos de matrícula extranjera: uno austriaco, dos franceses, uno inglés y otro portugués. En total, 13 individuos desposeídos de idéntica forma de documentación, dinero, tarjetas de crédito, cámaras fotográficas, etcétera.

La circunstancia de ser los únicos españoles del nutrido y variopinto grupo de víctimas hubiera bastado para hacer asomar el rubor a las mejillas del ciudadano más insensible. Pero no convenía precipitarse, la cosa no había hecho más que empezar.

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Todo esto ocurría alrededor de las dos de la tarde, y los que tuvimos la suerte de ser los primeros en sufrir la agresión, entrábamos en comisaría a las seis y media, de esa misma tarde, por supuesto. Los últimos no lo harían antes de las diez de la noche, según comentó un agente, cosa que no tuvimos el humor de comprobar.

Imagínese la desorientación de toda aquella gente, indocumentada y sin dinero, en un país extranjero, algunos muy lejos aún de su destino inmediato, esperando durante horas para cumplir con un trámite tan simple como imprescindible, sin que nadie se digne darles ningún tipo de explicación.

A lo largo de las cuatro horas y media transcurridas en plena calle, a pleno sol, pudimos compartir con aquellas personas cierta desesperación, bastante indignación y mucha hambre -no habíamos almorzado y la mayoría carecía de dinero para poder hacerlo-. Pero lo que no pudimos compartir con nadie fue la vergüenza de ver el trato que se dispensaba a unas personas cuyo único pecado consistía en haber elegido nuestro país para pasar sus vacaciones. Vergüenza mayor aún cuando, por ejemplo, se lenegaba a la más anciana del grupo el uso de les lavabos de la comisaría, o cuando el curioso de turno no regateaba esfuerzos en hacer entender a los presentes que "aquello con Francia no pasaba".

Sevilla es una hermosa ciudad, y los sevillanos, gente hospitalaria que no merece la opinión, que de ellos pudo hacerse este grupo de turistas -uno de ellos comentaba abatido: "Spain, never more"-que tuvo la desgracia de toparse primero con la eficacia delictiva y luego con la ineptitud policial (aunque ésta se dé por falta de medios). Pero puede producir escalofríos imaginar lo que sucederá cuando, en 1992, decenas de miles de visitantes acudan a Sevilla, convertida en escaparate de las Españas, de la España de la modernidad, de la cultura pujante, tan europea, tan de moda, según dicen.- Cándido Millón.

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