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Reportaje:

Julio González

De convento en convento para bucear en el pasado

Tiene 79 años, 50 de los cuales los ha pasado entre conventos y monasterios. Y eso que Julio González no es monje o eremita; es un apasionado medievalista que ha hecho de la investigación la razón de su vida. Ahora, ya jubilado, la concesión del último Premio Nacional de Historia ha venido a reconocer que él es el español que más sabe y más ha escrito sobre Fernando III, Alfonso VIII, Fernando II, Alfonso IX y la repartición de tierras en Sevilla durante la alta Edad Media.

Nació en Saldaña (Palencia) en 1907. Cursó Filosofía en Valladolid y nada más terminar la carrera ingresó, primero como auxiliar y después como archivero, en el cuerpo de Archivos y Bibliotecas de Palencia y Salamanca, tras superar la preceptiva oposición, una de las constantes de sus años mozos. "Yo he empleado muchos años de mi juventud preparando oposiciones", reconoce. Tanto fue así que hasta llegó a aprobar alguna a la que renunció porque prefería ir a Madrid a ver a su novia.En la capital española le cogió de lleno la guerra civil. No combatió, ejerció de maestro en el bando republicano y lo que más recuerda de aquellos años es el hambre terrible que se pasó. Acabada la guerra, volvió a presentarse a oposiciones, esta vez para la cátedra de Historia de España Medieval, primero con destino en Sevilla y por fin, en 1960, en Madrid, en la universidad Complutense, donde se jubiló. A la vista de su historia¡, Julio González sonríe y se cura en salud: "Aunque pueda parecerlo, yo nunca ftú un joven repelente". Y se apresura a añadir que fue un polifacético deportista, con buenas marcas en atletismo, un cierto prestigio como jugador de béisbol y también un buen tenista. A medida que fueron pasando los años, se dedicó a lo que él llama "el deporte de la investigación", la verdadera pasión de su vida desde que cumplió los 20 años.

Probablemente no haya en Castilla un solo monasterio que no haya visitado. A fuerza de años, ha terminado por ser un experto en la vida interior de los conventos, saber mil y una anécdotas de frailes y monjas y conservar una estrecha amistad con el estamento monacal. Algunas religiosas, recuerda, le abrían las puertas de par en par al poco de conocerle o a través de la recomendación del obispo; otras, más recelosas, depositaban en el tomo el legajo solicitado y esperaban pacientemente a que el investigador terminara su lectura. Por ello está agradecido y su experiencia personal le niega validez al dicho de "con la Iglesia hemos topado".

Cuando se pone a hablar de su trabajo, se le ilumina la cara. De hecho, no comprende cómo alguien pueda interesarse por su persona cuando habría tanto que decir sobre Fernando III. Precisamente un estudio sobre este rey, Reinado y diplomas de Femando III, publicado en tres tomos, le ha valido el Premio Nacional de Historia. Julio González asegura que el investigador llega a enamorarse en cierto modo del personaje investigado. "Más de una vez", dice, "me he sorprendido a mí mismo temeroso o contento al ir descifrando un pergamino, porque sin darme cuenta había tomado partido". Por eso no le resulta difícil admitir que tiene favoritos: Fernando III y su abuelo Alfonso VIII, "porque eran hombres justos y procuraron que el pueblo no tuviera penas".

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