Más allá de Baden-Baden
MADRID, "EN verano y sin familia", era, para un viejo político, Baden-Baden. Más quisiera Baden-Baden, tan pálido y espectral. La ciudad de Madrid tiene ahora una larga e iluminada noche veraniega en la nueva institución de las terrazas, modelada sobre una antigua costumbre y casi sobre unos antiguos lugares de sainete y corte: en principio, el eje que va desde la Virgen de Atocha hasta la plaza de Castilla, que fue Tetuán de las Victorias: 60 o 70 terrazas hay en esa zona. Pero esta espina dorsal se ramifica sobre los barrios.Se sabe que no es más que una décima parte de lo que podría ser las juntas municipales han rechazado este año 10 solicitudes por cada una que han aceptado. Aunque el Ayuntamiento cobre caro por las licencias -según el barrio, la categoría de la calle, la extensión, el número de mesas; más Hacienda, que siempre late-, aún queda ganancia suficiente, y hay indicios municipales de que ganan más los pequeños quioscos de los parques -llamando parques a cualquier extensión de tierra con algo de verde-, con los helados para los niños y las mamás en la sombra de las tardes agobiantes.
Son los lugares y las horas que frecuentaban las aguadoras -agua, azucarillos y aguardiente- con su vasera al brazo, pero enormemente extendidos. Y con otro color social. En las terrazas, la noche no es agria y violenta, sino familiar. Ya no hay que mandar fuera a la familia para este Baden-Baden. En alguna se baila con la orquestina antigua, apta para suegras; en otras hay sevillanas o rock Los jóvenes dioses, las doradas diosas, pasan, veloces y elegantes, sobre sus patines de ruedas.
No refresca a gusto de todos. Hay vecinos que se quejan de que se les han robado sus bancos gratuitos -sobre todo los de las legendarias tapias del Botánico-, otros para quienes la música termina siendo un ruido que no deja dormir. Los hay que esgrimen lo que siempre se ha llamado valores morales, desde los que comparan el esplendor de la fiesta de cada noche -consumiciones de 500 pesetas en las de lujo- con la pobreza de los amplios festones de la ciudad, los que derivan de este ocio que la gente no trabaja y los que temen que la juventud se pierda en la nocturnidad: voces de siempre, cada una con su razón válida. Hay un mundo del espectáculo que cree que la muchedumbre que cada noche se sienta al fresco está robada de sus salas.
El Ayuntamiento, efectivamente, ha reducido este año sus veranos de la Villa en honor de las terrazas; pero ha pedido a éstas que amplíen sus atracciones con números de espectáculo, y sabe muy bien que con sus beneficios pueden hacerlo. Se cree en el municipio que estas terrazas son frutos de una iniciativa privada, y que, cuando la hay y fimciona, las instituciones no pueden hacer más que favorecerlas.
Es, en efecto, una salida que Madrid se da a sí mismo: un salto cualitativo sobre la antigua fórmula de sacar a los portales las sillas -la portera rodeada de vecinos, los pájaros colgados de los troncos y algún grillo en su jaula con su hoja de lechuga-, o de las aguadoras y el breve chiringuito: todo lo cual sigue coexistiendo. La ciudad que alguien llamó un día "alegre y confiada" tiene ahora esta nueva noche, que, dicen los entendidos, no tiene parecido en Europa. Y mucho menos en Baden-Baden.
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