ETA contra todos: todos contra ETA
EL MISERABLE atentado realizado ayer en Barcelona, ciudad elegida últimamente por ETA para llevar a cabo su valerosa ofensiva consistente en usar la bomba y el terror contra ciudadanos indefensos, lleva el sello de la siniestra organización vasca. Colocar una bomba en el aparcamiento de un hipermercado a la hora en que las familias acuden para realizar su compra semanal es el nuevo récord de infamia y crueldad batido ayer por esos emisarios de la muerte. Tenían que saber de antemano que las víctimas serían sobre todo mujeres y niños. Y la estrategia del terror se ha cobrado esta vez 15 muertos y más de 30 heridos, algunos de ellos debatiéndose en estas horas entre la vida y la muerte.Posiblemente esa cosecha de víctimas mortales y cuerpos destrozados haya procurado suplir, en la sangrienta contabilidad de los terroristas, los cientos o miles de cadáveres que no alcanzó a producir el reciente atentado contra la refinería de Enpetrol en Tarragona: una acción que más allá de las altas pérdidas económicas podía haber provocado un incalculable exterminio entre los habitantes de las viviendas cercanas.
El mensaje de estos pirómanos a sueldo, jaleados desde algunas tribunas y desde la cobardía intelectual de frustrados escritores y desamparados clérigos, es claro: la amenaza no se refiere ya sólo a determinados cuerpos de seguridad, a las Fuerzas Armadas del Estado, a empresarios que se resisten a pagar protección a la mafia etarra o a quienes abandonan las propias filas de la organización ETA. Toda la población, sin distinción de creencias o edad, parece haberse convertido ya en un objetivo que estos indeseables han colocado en el centro de sus proyectos macabros. Y por lo mismo toda la población, a través de sus órganos de soberanía, debe saber responder con contundencia y serenidad a la amenaza. Pero para eso se necesita un liderazgo político que atienda más a las inquietudes y preocupaciones de la calle y menos a sus propias ensoñaciones.
Medidas de seguridad
La acción de Tarragona hizo entender a los responsables del Ministerio del Interior el salto cualitativo del terrorismo etarra. Se había dispuesto, por ello, un mecanisno de alarma y de seguridad más intenso y desarrollado en la ciudad de Barcelona, centro declarado de máximo riesgo en vista de la repercusión internacional que por su. condición de próxima sede olímpica alcanzan los atentados. Pero de nada han servido estas medidas.
La ineficacia policial en la lucha contra el terrorismo, como en la prevención de la seguridad ciudadana, es patética. La incapacidad política para progresar en el tema, es ya evidente. Es preciso reconocer las dificultades que la lucha contra el bandolerismo de ETA y sus secuaces políticos comporta. Pero ese reconocimiento no debe evitar al ministro del Interior asumir el negativo balance que representa la sucesión de fracasos y el récord de incapacidades que en este terreno ha venido contabilizando.
Sin duda, como declaró en su día Juan María Bandrés, el mejor medio para que no explote una bomba es no colocarla. Que alguien de ETA hiciera o no una llamada previa a la explosión es una vacua coartada para los asesinos. Pero las fuerzas de seguridad, en circunstancias de amenaza tan grave como las que padece la capital catalana, deben aprovechar el mínimo recurso a su alcance, y no parece seguro que el dispositivo de reacción, tras el aviso, se encontrara al grado de competencia que requiere una lucha contra esta máquina de muerte.
De hecho, si se comprueban indolencias o ineptitudes por parte de la policía en esta materia el responsable de ellas no puede ser únicamente, por más tiempo, un comandante des pistado o un delegado del Gobierno poco activo. El responsable político directo es el señor Barrionuevo, y si la testarudez de otros lleva a no cesarle es su propia dignidad moral la que le debe obligar a irse. Que no se diga que no debe hacerlo en los momentos difíciles. No estamos ante un concurso para saber qué político es más resistente sino ante una situación que merece mayor sangre fría, más inteligencia y otra imaginación política.
Cobertura política
Hace unos días, 150.000 ciudadanos no vascos, y entre ellos 40.000 catalanes, otorgaron su voto a Herri Batasuna, la coalición que afirma compartir los principios y objetivos de ETA, y cuyas fechorías se niega a condenar aduciendo que el problema de la violencia debe ser abordado "en toda su complejidad". Ideólogos del nacionalismo radical vasco se han indignado con frecuencia ante el calificativo de terroristas aplicado por los medios de comunicación a las acciones de ETA, y todavía en la reciente campaña se han oído voces que establecían sutiles diferencias entre terrorismo propiamente dicho y lucha armada. Cuando los antiguos competidores polimilis hicieron estallar sendos artefactos en el aeropuerto de Barajas y en una estación de ferrocarril, en Madrid, Herri Batasuna condenó tales acciones, que calificó de indiscriminadas y contrarias a los intereses del pueblo trabajador vasco. Es preciso que quienes pidieron el voto de los ciudadanos españoles en nombre de la necesidad de soluciones políticas al problema de la violencia expliquen si consideran discriminado o indiscriminado el atentado de ayer en Barcelona, y cuál es la relación existente entre la colocación de ese artefacto mortífero y los intereses populares comunes a los trabajadores catalanes y vascos esgrimidos durante la campaña.
Es seguro que muchos votantes de Herri Batasuna aborrecen esa ciega violencia asesina. Incluso es probable que algunos de sus dirigentes anhelen acabar de una vez con esta locura. Pero para que tales sentimientos merezcan crédito resulta imprescindible que se atrevan a dar un paso al frente y digan claramente que no es poniendo bombas en los grandes almacenes como se avanzará en la búsqueda de soluciones políticas a los problemas del pueblo vasco. Es decir, que por una vez sea mayor la repugnancia ante el crimen gratuito que el temor a disgustar a los profetas armados. No resulta posible seguir ignorando el sentido de la cobertura ideológica y política que HB viene prestando a ETA en su desesperada huida hacia delante. Lo de menos es saber si realmente todos o sólo una pequeña parte de los votantes de Herri Batasuna apoyan subjetivamente barbaridades como la de ayer. Lo indudable es que ETA interpreta esos votos como una autorización para seguir cometiéndolas. Y aunque hubieran sido no ya 300.000 sino tres millones los votos obtenidos por HB, no variaría la consideración moral que merecen los autores de la acción de ayer; del mismo modo que los votos obtenidos por el Partido Nacional Socialista alemán en 1933 no modifican en nada la catadura moral de Hitler, la Gestapo y todos sus cómplices.
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