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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Andrés Segovia

Por inmerecida fortuna conocí a don Andrés en Londres y volví a encontrarle en Boston, luego en Madrid. En homenaje a la preclara memoria de quien llamaba yo siempre "señor embajador", déjeseme grabar aquí un recuerdo suyo de su lejana juventud asomada a Europa. Praga. Tos en el concierto, que suscita discretísimas pero no menos elocuentes protestas. "Ahí tengo a un español", se dijo Segovia.Día a seguir, el músico estima deber de cortesía acudir a presentar su saludo al representante diplomático español, quien a la sazón no lo era aún -como en la mayoría de las capitales europeas-, un embajador, sino un ministro. Recíbele dicho señor, muy vieja carrera, quien sale a saludarle exclamando: "¡Embajador! ¡Porque usted realmente merece serio! ¡Qué triunfo el suyo anoche!". E invitándole a tomar asiento: "¿Sabe usted que anoche por poco me matan?". "Había pues encontrado a mi español con tos irreprimible en un concierto", me dijo Segovia.

En Boston acostumbraba a decir yo a amigos locales: ¿saben ustedes qué es eso que luce en el ojal de Segovia? Y, respondiéndome que no, "pues es la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica que le ha merecidísimamente otorgado el jefe del Estado español". Y les agregaba que orden de 1815 respetada por la I República española, y asimismo en la II, en 1931, por el enorme respeto que atesoraba don Manuel Azaña para la reina cuyo nombre preservaba la orden. Nuestro rey don Juan Carlos, con la nunca suficientemente alabada persistencia en premiar la cultura, concedió al inolvidable don Andrés Segovia título de Castilla, el marquesado de Salobreña. Paseó Segovia los dos mundos del orbe español, y allende sus mares, la guitarra españolísima, sublimada en expresión de la mejor y más alta música. Tengo por el mejor recuerdo de mi modestísima relación con Segovia el haber transportado esa guitarra suya en taxi desde el domicilio londinense de Xavier de Salas hasta su hotel -no recuerdo si uno en Picadilly-, y que alguien me haya dicho: "¿Que te dejó llevar tal cosa? ¡Nunca lo permitiría!". Lo admitió para un joven secretario de embajada de tercera clase, y me honrará siempre infinito recordarlo.- José María Campoamor. Embajador de España.

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