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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La teoría del paraguas

LA DECISIÓN del presidente del Gobierno de recibir a los principales líderes sindicales -el pasado lunes recibió a Nicolás Redondo y el jueves conversó con Marcelino Camacho-, así como el anuncio de que en un futuro próximo se entrevistará con el presidente de la CEOE, parece indicar la voluntad por parte del Gobierno de reanudar un diálogo social hace tiempo interrumpido, aunque, a tenor de las declaraciones de algunos de los interesados, parece difícil que las cosas vuelvan a ser lo que fueron.Aún es pronto para realizar un balance de los meses transcurridos de negociación salarial sin el paraguas protector de un acuerdo social. La espectacularidad de las huelgas de los principales servicios públicos multiplica su impacto sobre la opinión pública, de tal forma que habrá que esperar a la publicación de las estadísticas de jornadas de trabajo perdidas a causa de las huelgas para saber a qué atenerse a ciencia cierta. Lo que no admite dudas es que las molestias que ha tenido que soportar la población en general como consecuencia de los conflictos sociales han sido mayores este año que otros precedentes. Hay que reconocer, por otra parte, que no todas las huelgas han sido consecuencia de la falta de acuerdo social; la reconversión industrial continúa produciendo conflictos cuya raíz nada tiene que ver con la negociación salarial de este año, y la huelga de los médicos pertenece a un espacio de reivindicación más complejo que los desacuerdos de un convenio colectivo.

Tampoco está clara la incidencia de las huelgas sobre el crecimiento salarial. Las últimas cifras publicadas sobre la evolución de los convenios colectivos sitúan el aumento de los salarios en tomo al 6,5%, lo cual plantea una interrogación fundamental en cuanto al coste del presente ejercicio negociador: aparentemente, la banda propuesta por el Gobierno en las conversaciones exploratorias del otoño pasado iba del 4% al 6%. La tesis oficial consiste en que UGT aceptó primero esta banda y que la rechazó después, al término de las elecciones sindicales. Sea como fuere, la defensa numantina del 5% no parece haber producido resultados muy diferentes de los inicialmente previstos, aunque siempre puede aducirse que, tal como se presentaba la negociación a comienzos del año, el crecimiento salarial podría haber desbordado ampliamente el 5% de no haber sido por la firmeza demostrada por el Gobierno.

Con todo, el fondo del problema es otro. A finales de 1986 se difundió la tesis de que los acuerdos sociales estaban superados, y que, al fin y al cabo, el crecimiento de los salarios en 1984, año en el que no hubo acuerdo, fue menor en términos reales que en los otros años en los que hubo acuerdo; de ahí a pensar que era posible arrinconar a los agentes sociales no había más que un paso, que el Gobierno franqueó precipitadamente. En realidad, no se trataba de un problema de política económica: lo que estaba en juego era la concepción misma del papel de los sindicatos y las organizaciones empresariales en una sociedad industrialízada.

Desde esta perspectiva, la iniciativa del presidente del Gobierno de recibir a los líderes sindicales es un acontecimiento positivo, si bien la proximidad de las elecciones empaña de alguna manera el propósito. El Gobierno ha avanzado la idea de un acuerdo plurianual para el resto de la legislatura, lo cual tiene ventajas políticas evidentes, pero también plantea problemas de instrumentación y sobre todo de determinación del nivel de los salarios, si se pretende, como sería razonable, acercarlos más a la productividad y a la situación real de las empresas. El reto que tienen ante sí los interlocutores sociales consiste en encontrar fórmulas que sean lo suficientemente generales como para enmarcar el conjunto de la negociación colectiva y lo bastante flexibles como para acomodar la gran variedad de situaciones existentes en las empresas. Encontrarlas requerirá un esfuerzo considerable y concesiones por parte de todos los implicados, lo cual, a su vez, requiere abordar estos problemas con el mayor realismo posible. Pero no se nos oculta que si el empeño se presenta complicado es en parte por la contradicción básica resultante de la relativa ininadurez de los agentes sociales en España, efecto a su vez de nuestra reciente historia política.

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