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FERIA DE SAN ISIDRO

Casta de toro bravo

Un corridón de toros pudo ser la corrida de Atanasio Fernández, por su trapío y por su casta. No fue, en cambio un corridón de toros, porque la mitad estaban inválidos o así. Los dos primeros -imponente estampa desde la arbolada lira hasta la poderosa anca- padecían somnolencia y se tumbaban a soñar insinuantes vacas meneonas del solomillo, bamboleadoras de tersas ubres por entre las frondas del encinar. Menuda murga, entre tanto, ese Dámaso González, intentando derechazos,, ese Julio Robles izquierdazos, pelmazos humanos entrometiéndose en la vida privada del pacífico toro que sólo quiere dormir y yogar.Otros toros hubo más enterizos pero que tenían la pata chula, y la afición recriminaba su desfachatez. Había motivo: un toro, en la plaza, ha de tener el tranco ágil y largo, y no payasear con la pata chula. Pero cuando entraban en el fragor de la lidia imponían la ley de su casta brava, que es la ley orgánica de la fiesta. El tercer atanasio fue un gran toro que impuso esa ley, tomó dos varas creciéndose al castigo y embistió con una codiciosa prontitud que fue la alegría de la tarde.

A

Fernández / D. González, Robles, OlivaToros de Atanasio Fernández, de gran trapío, con casta, varios inválidos. Dámaso González: pinchazo, media trasera tendida y dos descabellos (silencio); media (algunos pitos). Julio Robles: dos pinchazos y se tumba el toro (silencio); estocada corta perpendicular atravesada y descabello (bronca). Emilio Oliva: estocada caída y dos descabellos (oreja); media tendida, dos pinchazos bajos y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 27 de mayo. 13ª corrida de feria.

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También fue Ja alegría de Emilio Oliva, que aprovechó cuanto pudo, y a su estilo, ese regalo envuelto en celofanes y con una etiqueta que decía: "Vale por un cortijo". Emilio Oliva le hizo una faena vibrante, iniciada en el centro del ruedo con la pedresina, profusa luego de redondos ligados, una serie al natural muy bien templada, los de pecho echándose todo el toro por delante. Aplaudía la afición las meritorias tandas de muletazos y aplaudía también lábrayura del toro, que acudía al engañó donde se lo pusieran, obediente al cite, fijo, suave y largo en la embestida. No es muy seguro que al final de la faena 0liva hubiera firmado la escritura del cortijo; quizá de una parcelita sí. Mereció la oreja, pero la boyantía del toro hizo apetecer mayores exquisiteces. Los toros restantes dieron un juego interesantísimo. El quinto fue manso en el caballo, aunque duro y con casta en todos los tercios, y Julio Robles se limitó a machetearlo. Cuarto y sexto, en cambio, exhibieron impresionante bravura en varas, metiendo los riñones, romaneando, durmiéndose minutos y minutos bajo el peto, fijos allí donde encajaban la buida cornamenta, dejándose pegar y pegar.

Los picadores no desaprovecharon la ocasión y pegaron a sus anchas. Hundiendo el hierro por el espinazo, cargaban todo su peso sobre la vara. De las heridas manaba la sangre en surtidor, amplia franja que empapaba la paletilla abajo hasta la pezuña. El sexto derribó, metió la cabeza por entre las patas del caballo caído y allí se quedó encelado, empujando con todos sus músculos en tensión, mientras las cuadrillas pugnaban por retirarlo echándole capotes, coleando y Dámaso González llegó incluso a tironear de los pitones. No había manera.

Finalmente alguien logró mover el caballo, el toro perdió por unos instantes la referencia de su codicia y se fue al revuelo de un capote, persiguiéndolo con tanta fiereza que a punto estuvo de arrofiar al peón que lo flameaba. En el siguiente encuentro con el caballo el toro volvió a entregar su embestida, fijo en el peto, y allí el picador lo ultimó. En los tercios siguientes al toro se le iba la vida, pero no la casta, de la que dejó indiscutible testimonio mediante dos derrotes espeluznantes que aconsejaron a Oliva convertir en un muleteo de trámite su proyecto de faena.

Al cuarto no le quedó ni esa posibilidad de derrotar a muerte, pues el picador lo destruyó hurgándole las entrañas. Ni tan avezado encelador de marmolillos como es Dámaso González, capaz de pegarle pases a un quiosco, pudo conseguir que el atanasio reaccionara a las provocaciones de su muleta. El toro sólo estaba para morir, y murió de media en las agujas.

Modorra, eróticas ensoñaciones, invalidez, acorazada de picar en misión de castigo, aniquilaron la casta brava de un corridón de toros que hubiera podido suponer un memorable triunfo para su divisa. Esto sucedió ayer y esto sucederá muchas más veces si alguien no pone remedio. Que lo hay. A lo mejor todo es un problema de vigilancia allá donde haya que vigilar. A lo mejor todo es un problema de autoridad.

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