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Tribuna:LA POLÍTICA Y EL RUIDO
Tribuna
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Polución cultural

No hay que confundir la política con el ruido. La política cultural de los ayuntamientos se está inclinando peligrosamente por manifestaciones, gratuitamente llamadas culturales, que se caracterizan por la convocatoria de una asistencia multitudinaria y por una instrumentación técnica sonora de enorme volumen. La cultura no tiene que ser necesariamente elitista ni mucho menos aburrida o pedante, pues existen variantes muy legítimas de cultura popular. Ahora bien, la deliberada preferencia por los espectáculos masivos resulta sospechosa y aun preocupante. Una cosa son las simpáticas fiestas populares y otra la degradación populachera impuesta de manera oficial y sistemática con descaradas intenciones de dispersión (por no decir embrutecimiento) social.Si la oficialización y consiguiente burocratización de la cultura a través de un ministerio específico ya levantó críticas sensatas pero no siempre compartibles, la actuación de muchos animadores culturales funcionarizados, y sobre todo de los centros culturales, está confirmando los peores pronósticos. Allá los responsables de tales políticas y de lo que quieran hacer con los dineros públicos, pero llamar a todo esto cultura resulta una impropiedad intolerable. Porque no es cultura, sino ruido; no es alegría, sino polución. Es la cultura del decibelio y la litrona, del encanallamiento y de la holganza; es decir, la negación de la cultura.

No añadamos la hipocresía a la manipulación. Los tiempos son duros, ciertamente, y resulta comprensible que ya que no se pueden arreglar los problemas, al menos se distraiga a quien los padece; pero si así se hace, luego habrá que atenerse a las consecuencias: que no es papel del Estado distraer a los ciudadanos de sus agobios, sino desagobiarlos.

Forzoso es reconocer, con todo, que una política de este tipo tiene añejos antecedentes, si bien muy poco recomendables: los autos de fe de la Inquisición, sin ir más lejos. ¿Pero quién se atrevería hoy a defender aquellos bárbaros espectáculos o a calificarlos de religiosos?

Y si la historia sirve para algo, conviene recordar lo que pasó con la recuperada política romana de panem et circenses. Durante un tiempo sirvió, en efecto, para que los parados de aquella época se despreocuparan de los negocios públicos y se olvidaran periódicamente de su lamentable situación; pero lo que sucedió luego es un buen tema: de reflexión actual: inmediatamente se acostumbraron a votar a quien más los halagaba con carreras ecuestres y luchas de gladiadores. Circunstancia que no debe tranquilizar, sin embargo, a los pragmáticos cazadores de votos, porque aquello terminó conocidamente en una dictadura, que es donde desembocan de forma inevitable los procesos de alienación política de las masas.

En definitiva, los halagadores de la juventud ociosa no deben contar con su agradecimiento: que los jóvenes, parados o no, podrán ser aficionados al ruido y a la noche, y aun a la droga blanda y dura, pero desde luego no son tontos ni se dejan engañar y saben perfectamente a qué atenerse. Por otro lado, el exceso de espectáculos gratuitos o subvencionados produce una polución cultural que, si nada tiene que ver con la cultura, contamina incluso físicamente.

Ciudadanos insomnes

Yo tengo la desgracia de vivir cerca de un centro cultural. Allí es de ver y oír cómo los fines de semana se repiten conciertos, concursosy películas comerciales. Para los que no son jóvenes, aunque también sean ciudadanos, o, aun siéndolo, tienen que trabajar al día siguiente, aquello es un infierno. A las dos de la madrugada deambulan por las calles vecinos insomnes y desesperados, pues ni la salud ni la cama soportan el estruendo de 120 decibelios, sin contar el tumulto adicional de los alegres espectadores de la madrugada.

Y así estamos los vecinos de esta capital de la marcha, la movida y la posmodernidad: vejados en nuestra sensibilidad cultural, indefensos como ciudadanos y, además, insomnes. Y todo ello por orden e imposición del Ayuntamiento.

A mí me asusta contemplar la indignación de los insomnes y sus posibles consecuencias. Porque quien a las tres de la mañana no puede dormir y ha de levantarse a las siete (que también se trabaja en Madrid) es capaz de todo cuando los nervios le saltan. Y pueden empezar a suceder disparates y violencias.

Para evitarlo, yo recomiendo a las autoridad es que dupliquen las dotaciones policiales, ya que no para hacer cumplir la ley del silencio y del descanso, para amedrentar a las víctimas y disuadirlas de reacciones indeseables. De la misma manera que recomiendo a mis convecinos que se tranquilicen con la lectura de las ordenanzas municipales y que asistan a los congresos oficiales, hoy tan de moda, de protección del medio ambiente.

Pasaron las fiestas de San Isidro (en las que la tolerancia ha de ser lógicamente mayor y cuyos programas de festejos, en hónor de la verdad, han sido muy aceptables) y nosotros seguimos inmersos en esta polución cultural nocturna y diurna, que puede servirnos incluso de habituamiento para la polución electoral que se nos echa encima.

Alejandro Nieto catedrático de Derecho Administrativo, es autor de La organización del desgobierno.

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