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Tribuna:LAS INICIATIVAS SOVIÉTICAS
Tribuna
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Gorbachov y la "democracia del partido"

Lanzar la consigna de la "democratización del partido" como una panacea universal, y como un preludio (siempre ilusorio) a la emergencia de la democracia pura y llana, es un proceso que ya cuenta con una historia de más de 30 años. Todas y cada una de las fases de este proceso regenerativo han fracasado tanto en la Europa del Este como en la Unión Soviética de Jruschov. Un episodio reciente de este regularmente, y no por accidente, fracasado proceso regenerativo es el que se está produciendo ahora, ante nuestros ojos, en China. Sin pecar de inveterado pesimismo, tan sólo con una ligera pincelada de realismo escéptico, lo más lógico es decir: lo más probable es que el presente de China sea el futuro inminente de Rusia.Puede recurrirse a la objeción de que es exactamente la proximidad de los observadores a anteriores capítulos de esta historia, junto con su continua implicación y compromiso en una posibilidad positiva, lo que les ciega ante nuevas aperturas que se ven aparecer en el horizonte. Quizá el momento actual sea precisamente aquel en el cual todos los sueños, hasta la fecha frustrados, se hagan por una vez realidad.

Para responder a esa legítima objeción hay que analizar el significado y el contenido social de la campaña por la "democratización del partido". Para empezar, esa expresión no se utiliza en el vocabulario político oficial soviético. Los líderes soviéticos hablan del "perfeccionamiento" de la democracia del partido, y eso, por su parte, tiene algo más que un doble sentido. En la autocomplacencia de los dirigentes, el partido es democrático en la medida que el "centralismo democrático" es su principio organizativo. En el primer intento histórico de alcanzar la "democracia del partido" como contraposición al "centralismo democrático" la reclamación tenía un inconfundible gusto aristocrático. Sus partidarios concebían el partido como una hermandad aristocrática de militantes que, en exclusiva, estaba destinada a regir un país "socialista" con la exclusión simultánea y total de las demás fuerzas del campo político. Pero los miembros de esta casta militante, de esta hermandad, deberían, por lo menos idealmente, ser iguales entre sí. Irónicamente, fue Zinoviev, la futura gran víctima del estalinismo, quien advirtió a los opositores de los peligros implícitos en su Fronde. Hoy, dijo Zinoviev, solamente vosotros pedís democracia, y solamente dentro del partido. Mañana los trabajadores y los campesinos reclamarán una participación semejante en las decisiones políticas desde fuera del partido, ¿y quién los parará?

Un enorme cuerpo

Cuando resurgió la opción de la "democratización del partido" en la Europa del Este posestaliniana (y en una forma mucho más suave en la Unión Soviética de Jruschov), ya no presentaba esos síntomas de espíritu corporativo. Durante el estalinismo, el partido se había convertido en un enorme cuerpo con complicadísimas funciones de control, integración social, movilización y movilidad arribista", que comprendía entre el 6% y el 10% de la población. En esta enorme y compleja organización, la "campaña de democratización" tenía, con independencia de las intenciones conscientes o semiinconscientes de quienes la habían lanzado, una función social completamente diferente. Se presentaba invariablemente como el nacimiento de un proyecto de pluralismo político, de verdadera democracia; y como tal fue siempre vencido. En una organización que abarca entre el 6% y el 10% de la población por fuerza tiene que haber seguidores de todas las opciones sociales posibles, detrás de la fachada de la unidad del partido y uniformidad ideológica. Una vez que se da voz a tan distintos intereses sociales, el partido se desintegra y desaparece el sistema de partido único.

Gorbachov, un líder perspicaz, y cuya educación política además ha tenido lugar exactamente en este período de la "segunda oportunidad" y la consabida derrota, es totalmente consciente de sus implicaciones. No hay motivo alguno para dudar de su sinceridad cuando cita los límites al "proceso de regeneración".

La prerrogativa del poder del partido en la sociedad soviética y el principio organizativo del "centralismo democrático" siguen teniendo vigencia, ha manifestado en más de una ocasión. En otras palabras, es partidario de la "democratización", no de la democracia. Para exponer de una forma más clara la diferencia entre ambos términos, podemos citar la respuesta dada hace casi 20 años por un alto funcionario húngaro a nuestras demandas de medidas democráticas. "Vamos a decidir", dijo con aire determinado y, evidentemente, sin darse muy bien cuenta de las implicaciones de lo que decía, "cuándo y hasta qué punto vamos a democratizar".

¿Cuáles son las medidas. que propone Gorbachov y qué rentabilidad política espera alcanzar con ellas? Como detalle principal, el Politburó ha introducido un nuevo sistema de elecciones en las células del partido con candidatos alternativos por primera vez en los 60 años de historia del partido. Aquí hay que tener en cuenta dos hechos. Primero, la lista de los candidatos se elaborará en el centro, en los más altos comités del aparato del partido. Así pues, el "centralismo democrático" sigue vigente, lo mismo que la dirección desde la cúpula en organigrama decisorio. Segundo, las células del partido no son unidades políticas ni decisorias en el partido. Por reglamentación y poder jerárquico, están ligadas y subordinadas a las autoridades dirigentes del partido en todos los temas políticos. Son, más bien, "centros de reclutamiento" donde una nueva, y modernizadora, generación de funcionarios puede hacer su presentación. A partir de los textos importantes del nuevo equipo no parece aventurado deducir que es precisamente esta aparición de los jóvenes turcos, una nueva generación de funcionarios ambiciosos y preferentemente jóvenes, lo que intenta facilitar la campaña de Gorbachov. Su ofensiva contra las profundamente corruptas "grandes familias" breznevianas, contra la "gerontocracia" contra los defensores del aparato, cuya máxima es el inmovilismo, ya ha sido declarada en dos frentes desde los primeros días en el poder.

¿Qué pasaría si las cosas se le fueran de las manos, si los actores anónimos se comportaran de una forma distinta que el papel que el gran dirigente les ha asignado? No hay duda de que esta idea hace tiempo que ronda por las cabezas de los cada vez más cautelosos componentes del aparato, que parece que están pisando el freno al peligrosamente autoacelerado ritmo de esta demostración pública de celo modernizador. De hecho, están apareciendo nuevos aspectos a medida que el nuevo curso va cogiendo momento. El primero y más probable es una simple repetición de la historia de Jruschov. Cuanto más animados y espectaculares son los gestos del líder, más enérgicamente utilizará el aparato su enorme potencial local y central para sabotear o inutilizar esta furia innovadora, con o sin la supervivencia política del líder. El segundo escenario, improbable, pero no imposible, es que Gorbachov instrumente un golpe contra su propio reticente aparato con ayuda externa, en una versión rusa de la revolución cultural de Mao. Aunque no son muchos los indicios que apuntan en esa dirección. El único incidente que no fue organizado ni animado desde arriba, sino que brotó espontáneamente, la protesta estudiantil de Alma Ata, fue tratado por Gorbachov con toda la dureza y alarma habitual en el caso de los líderes soviéticos, que deciden por sí mismos cuándo y hasta qué punto van a democratizar. Es cierto que lo más probable es que los revoltosos de Alma Ata defendieran a fuerzas del aparato más retrógradas que el nuevo equipo. Es más, se trató de unos desórdenes salvajes, no de un acto de protesta social constructivo, pero fue una protesta espontánea, entre otras, contra la rusificación del aparato, y su aplastamiento no fue una respuesta a los complejos temas que se pusieron de manifiesto en ese momento. Tercero, no puede excluirse, aunque es muy improbable, que las "masas" proverbiales tomen la palabra del nuevo equipo. Podrían traducir el lema de la "democratización del partido" a su propio vocabulario y lanzarse por su cuenta a acciones de una magnitud inesperada. En ese caso, asistiríamos a un nuevo capítulo de la historia soviética, el de la transición desde la "democratización", ese mísero sucedáneo de pluralismo político, hasta la acción democrática.

Incluso si uno se identifica con el nuevo curso, sigue siendo válida la pregunta de hasta qué punto es responsable la estrategia de Gorbachov. Es indudable que la URSS necesita modernizarse, aunque sea dentro del sistema, y cada centímetro avanzando en la dirección de un sistema más dinámico, más elástico y parcialmente más tolerante con los disidentes de todo tipo representará un enorme alivio para sus ciudadanos. ¿Pero es esta ruidosa campaña de "democratización del partido" (léase reorganización y rejuvenecimiento de su aparato) la forma apropiada para alcanzar ese objetivo? Creemos que la principal contradicción en la sociedad soviética es la existente entre un Estado totalitario y una sociedad que se inclina cada vez más hacia la destotalización. Una mayor tolerancia hacia la autodestotalización de la sociedad, la formación de "islas" en su mapa exentas de una supervisión estatal forzada y permanente, la concesión (económica, religiosa, étnica y cultural) de autonomía e iniciativa a los grupos sociales será, bajo nuestro punto de vista, una estrategia social y política mucho más beneficiosa que la excesivamente llamativa campaña de los jóvenes turcos contra una gerontocracia esclerótica. Y si, como objeción final, se pudiera afirmar que los dos programas no son escenarios excluyentes, sino complementarios, todavía podríamos poner la siguiente objeción: por no decir nada peor, la tolerancia hacia la autonomía de la sociedad es incomparablemente menos evidente que la ambición desenfrenada de los jóvenes turcos.

Agnes Heller es socióloga y profesora de Filosofía. Ferenc Feber es profesor de Estética. Ambos enseñan en la New School for Social Research de Nueva York.

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