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El alarido de Wuppertal

El hacer expresionista de Pina Bausch fascinó a la crítica y el público de París

Una vez más, el Tanztheater de Wuppertal, dirigido por Pina Bausch, se presentó, a taquilla cerrada, en París. Si durante cierto tiempo -su primera presentación en la capital francesa fue en 1979- parte de la crítica y del público se mostró algo reticente con respecto a la obra de la coreógrafa alemana, este año parecían haber dejado de lado todas las reservas, fascinados por el hacer expresionista de Pina Bausch.

El de expresionista es un término al que la coreógrafa Pina Bausch se dice alérgica y que supone le han adjudicado porque su primer profesor y padre espiritual fue Kurt Joos, sucesor de Mary Wigman (la mayor responsable del expresionismo dancístico fundacional), de cuya compañía formó parte hasta 1962, tras permanecer cuatro años en Estados-Unidos trabajando con Paul Taylor, Paul Sanazardo, José Limón y A. Tudor. A partir de 1968, Pina Bausch comenzó su trabajo coreográfico, y, en 1973, tras instalarse en Wuppertal, creó su propia compañía.Cada vez menos discutidos y más admirados, uno de los intereses de los espectáculos de Pina Bausch es el de acabar sin nostalgia con las rígidas categorías o géneros artísticos; en este caso, la alternativa ballet o teatro se soluciona de forma inteligente, olvidando olímpicamente esta dualidad, que, además, es totalmente inoperante.

Los bailarines del Tanztheater, con una sólida formación de danza clásica, funcionan como actores si la obra lo requiere, y pasan del protagonismo al anonimato del grupo con absoluta naturalidad. Todo ello en función de una forma de decir que, le guste o no a Pina Bausch, tiene mucho de expresionista, y como todo expresionismo, sus atractivos y limitaciones. En Wuppertal se siguen impartiendo diariamente clases de ballet como entrenamiento básico.

Entre los atractivos, cuando es de buena calidad, como en el caso del espectáculo que nos ocupa, despuntan la intensidad y singularidad de la expresión, ritmos y formas insólitas, sobre todo cuando se trata de movimientos de grupo, que es donde Pina Bausch brilla sin reservas.

Limitaciones

Entre sus limitaciones, el expresionismo útil a la hora de contar el pánico, el horror, la violencia, la locura o el éxtasis incluso, se demuestra mucho menos eficaz cuando se trata de otro tipo de situaciones, sentimientos o ideas más sutiles, cuando se pasa de lo colectivo a lo individual, aunque en Sobre la montaña se oyó un alarido (titulada: Gebirge), la obra que nos ocupa, hay momentos muy hermosos, siendo sin duda los más sobrios aquellos en que parece imponerse cierto minimalismo formal, como un magnífico paso a dos realizado por dos hombres.Como es habitual en el trabajo de Pina Bausch, el miedo está también presente en esta obra, aunque en este caso el terror no sea sólo individual, sino también colectivo. Con un decorado reducido a lo estrictamente necesario, como es habitual en su trabajo, y una música que es sucesivamente popular, jazz, cinematográfica o sinfónica, Pina Bausch hace y deshace una coreografía recurriendo con frecuencia a imágenes simplemente familiares -y otras tristemente familiares, como es, por ejemplo, la de la violencia ejercida por el hombre sobre la mujer, una imagen de la que la coreógrafa usa y abusa hasta la exasperación.

El que en nuestro mundo todavía la mujer sea doblemente víctima no significa automáticamente el que sea también masoquista, y en el espectáculo de que se trata lo es.

Resulta irritante ver sistemáticamente a la mujer golpeada, -violada, perseguida, sin otra reacción por su parte que el sometimiento o la huida, convertida en un ser medroso, incapaz de rebelarse.

Durante todo el espectáculo se espera el paso de la denuncia a la acción, una espera fallida, y en esto el espectáculo de Pina Bausch es profundamente paseiste.

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