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Los huérfanos armados

Las manifestaciones terminan en enfrentamientos inevitablemente; la izquierda más dada a las teorizaciones se revuelve contra el poder rompiendo escaparates y tronchando semáforos en flor; las instituciones son mudas respecto a numerosas -necesidades de los ciudadanos; el, Gobierno calla sin otorgar; la democracia, el sueño de tantas de nuestras noches de verano, cada vez concita menos entusiasmo en sectores jóvenes que dicen perseguirla, y que de hecho lo hacen pero con una piedra en la mano, yen, Euskadi un 17% de los ciudadanos vota contra ella. La situación es esa. Quizá no grave, pero preocupante. Probablemente no definitiva, pero sí momentáneamente estancada. La izquierda carece de teoría que ofrecer a sus seguidores, sean éstos revolucionarios fieles. a un mundo mejor o clientes reformistas de un inmediato me nos agobiante. No existe aquello que considerábamos una necesidad constante de la izquierda marxista, la producción teórica, y no se ha descubierto nada que, por la izquierda, dé respuesta a las grandes urgencias de nuestro tiempo fuera del marxismo, al mismo tiempo que nadie parece encontrarlo dentro. Fuera de la Iglesia no hay salvación; fuera del liberalismo económico y la flexibilidad de empleo, y en ello coinciden derechas y centroizquierdas, no hay salvación; fuera de la alternativa KAS no hay salvación. Y nadie sale más allá de su castillo teórico, pragmático o emocional, para ver qué otra cosa se puede ir deduciendo del signo de los tiempos..

Destrozados los partidos comunistas representantes de la ortodoxia postestalinista, y en plena crisis económica, era el momento de la revolución. Pero las condiciones objetivas que tenían que dar su veredicto final, callan como la esfinge, portadoras de un secreto que no sabemos descifrar. No hay nada a la izquierda de los partidos comunistas y no hay partidos comunistas, con su ortodoxia rota y aun alcanzada la gran patria soviética por lo que los herederos de la oposición de izquierdas llamaban "la revolución política". Era el momento para que los albaceas de Trotski y las errabundas izquierdas exmaoístas y sin una teoría segura con que orlar su escudo, que en Euskadi sirven de soporte a Herri Batasuna silenciando la violencia etarra y en Madrid sirven de soporte a las organizaciones pacifistas, exhibieran su teoría y encabezaran la izquierda transformadora. Pero esos grupos a la izquierda de los partidos comunistas, productores, en nombre y representación de la línea revolucionaria correcta, de gran número de debates, callan ahora, agotados teóricamente, y se lanzan a la calle a suplir las barricadas de la Comuna -tan estudiadas por Marx- por unas bolsas de basura despanzurradas que hubieran disgustado a Engels. Y las grandes estelas de las figuras de la revolución de 1917 se ven ahora lideradas por cojos repletos- -quizá incluso razonable mente repletos- de cólera individual.

La victoria repetida de un socialismo moderado poco audaz en la reforma y la crisis teórica de la izquierda han creado un vacío político ocupado con la acción. Las viejas mánifestaciones contra el franquismo se contabilizaban como un triunfo cuando terminaban sin que la policía las hubiera disuelto, evitando a los participantes el doble ejercicio de correr desaladamente y no dejar de cantar por ello el "no nos moverán". Las actuales manifeltaciones, diarias y protocolarias, se sienten defraudadas si sólo pueden expresar su opinión sobre el sistema, político y la represión, al menos en Euskadi. Y si no son disueltas, atacan. Se cruzan coches en las calles, se lanzan unas cuantas piedras ritualmente contestadas por pelotazos policiales y se hace arder basura acumulada. Y todo sería una simple representación si los procedimientos de la violencia pura no ganasen día a día las intervenciones Callejeras.

Unas intervenciones callejeras que no responden, en su violencia -intentada controlar en algunos casos por los organizadores, como en las pasadas movilizaciones estudiantiles-, a la acción necesaria. Y una violencia en la que coinciden las extremas derecha e izquier da; porque se puede combinar la sublime violencia de intentar devolver un mundo ahíto de racionalidad a sus legítimos poseedores con la violencia diabólica que intenta mantener el mundo en poder de los excesos más irracionales. Lo insoportable para esos manifestantes en su conjunto es que la democracia digiere los heroísmos y termina con las bellas posturas del condotiero mussoliniano o el guerrillero barbudo. La falta de una izquierda racional, acicate o utopía suprime una barrera más frente a la vaga pero persistente invitación, que algunos creemos percibir, a una resurección juvenil del fascismo. En muchas acciones se percibe ese desprecio por la demócracia que supone llevar a asambleas votaciones que si se pierden se dan por no válidas y le amenaza con el conflicto. En muchos está implícita la convicción de que el mejor destino de las urnas es su destrucción; como cantara, poco más o menos, la galanura trivial de José Antonio Primo de Rivera.

En el Estado español no hay respuesta a la autodestrucción de la derecha ni a la corta visión del centro izquierda en el poder. No hay izquierda y eso nos deja mancos. No se ha escrito una línea más en esas páginas. Y los huérfanos de teoría recurren a las armas. En Euskadi, en una importante proporción, a las armas reales que causan muertes de verdad. Más allá, a las armas de la negación democrática y la algarada gratuita. Es la aparición de los huérfanos armados, que se puede quedar en una breve noche sobresaltada o en el largo sueño de uña sinrazón que también produce monstruos.

Incluso algunas alternativas que busca Europa con fortuna regular en el Estado español no son tales. Todavía el ecologismo y el pacifismo no son entre nosotros propuestas, sino refugios. Ante el disgusto por lo existente se intenta refugiarse en lo inexistente. Pero, en muchos casos, con poca convicción. En Euskadi, jóvenes pacifistas antinucleares de fa izquierda radical se manifiestan a los sones de una marcha militar, el himno al soldado vasco. Y en una revista pacifista se ha escrito que se explica la agresividad de la conducta de muchos jóvenes por la agresividad de la publicidad. Como si la abrumadora presencia de cualquier rey del detergente en el comedor familiar justificara la pedrada o la reconversión en violentos de noche a muchos antinucleares de media jornada.

Ante la resignación de los padres teóricos difuntos, los huérfanos se arman. Ante la crisis de una teoría que pretendió no sólo entender el mundo, sino también transformarlo, la solución no está siendo la adormila da integración buscada en los intentos de voladura controlada de, esa izquierda, sino la crispación antidemocrática y la tentación del vacío.

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