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Tribuna:LA IGLESIA CATÓLICA HOY
Tribuna
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Dios no va vestido de blanco

Ante estas preguntas, el continuo derroche de energías, y de, palabras de Juan Pablo II queda quizás en un segundo término. Ciertamente, sus creencias morales, sus puntos de referencia políticos, su voluntad de presencia y liderazgo públicos y su sensibilidad religiosa son harto conocidos. Pero yo no creo que el núcleo del problema sea básicamente discutir las palabras del Papa. El núcleo del problema está en calibrar si la Iglesia o los cristianos nos manifestamos y vivimos en el mundo como quienes fundamentan y orientan sus vidas en relación a las palabras del Papa (o cualesquiera otras) o en relación a la Palabra de Dios.En efecto, hoy se ha agudizado en el seno de la Iglesia la percepción de que, en nuestras sociedades, todo lo que hace referencia a Dios, a la fe y al cristianismo es cada vez más increíble culturalmente y más irrelevante socialmente. Pero como explicación y, a la vez, como respuesta ante esta situación predominan, en mi opinión, tres orientaciones en el seno de la Iglesia. La primera tiende a concentrarse enfáticamente en el intento de recuperar o mantenerla presencia pública y diferenciada de la misma Iglesia creyendo qué, en una sociedad cada vez más cooperativa, la Iglesia ha de recobrar su propio espacio organizativo, cul tural e institucional si no quiere que quede arrinconada toda po sibilidad de que la Palabra de Dios esté presente en el mundo. La segunda tiende a subrayar que esta situación de irrelevancia es síntoma y resultado de un cambio social y cultural de largo alcance, que hace que los símbolos y formulaciones cristianos pierdan transparencia y significado. Y, así, se considera que pretender mantener el uso y la pre sentación tradicionales de los símbolos cristianos es, paradójicamente, contribuir a la pérdida de su fuerza religiosa, puesto que se olvida su dependencia cultural. Más aún: si no se modifica la actitud vital e intelectual con las que tradicionalmente se han expresado las representaciones cristianas, puede ocurrir que, sorprendentemente, las mismas representaciones contribuyan al exilio social y cultural de Dios. Finalmente, la tercera orientación se constituye desde el reconocimiento de que Jesús, al mostrarnos la preferencia de Dios por los pobres, no da respuesta a una curiosidad humana ni satisface alguna demanda de informa ciones sobre Dios, sino que nos revelaque Dios es amor y qué es el amor para Dios. Un amor que no realiza su verdad, a través del poder sobre los hombres y mujeres o sobre sus conciencias. Un amor que reconoce y que asume como dato principal que en el mundo se sufre mucho, que la humanidad ha edificado su historia sobre la sangre y el dolor de sus víctimas, y que lo cristiano no es tener una palabra para los que sufren, smio reconocer que el silencio de quienes sufren es el lugar donde se mani fiesta la Palabra de Dios y desde donde nos llama a hacer creíble en el mundo su protesta, su provocación y su ternura.

¿Reflejan los mensajes y el talante del Papa, no ya este pluralismo, sino, al menos, el reconocimiento de este pluralismo? Sinceramente, y sin que esto suponga ningún juicio deintenciones, yo creo que no. Más bien creo que tiende a perpetuar una imagen cristiana caracterizada por la dependencia y la obediencia hacia la autoridad religiosa, y no por el seguimiento del Crucificado. Más bien creo que tiende a transmitir la inconcebible pretensión de que ante la complejidad de cualquier problema o situación humanos existe una palabra cristiana bajada del cielo, que hace de quienes la proclaman propietarios de un juicio que dictamina y orienta por encima de la sociedad y de las encrucijadas personales. De este modo se hace a veces sumamente difícil creer que para la Iglesia son más importantes los hombres y mujeres en su vida concreta que ella misma. Más aún, creo que tiende a perpetuar una imagen de la Iglesia que no se concibe como la comunidad de quienes comparten y celebran su concreta orientación hacia el Reino de Dios, sino como la concentración de quienes se agrupan alrededor de una suerte de intermediario que les visita periódicamente y que, en su ausencia, deja a sus administradores velando por el cumplimiento de sus orientaciones y normas. Para muchos cristianos, el Papa no aparece como quien les confirma en la fe, sino como quien pretende dictar los únicos caminos para la fe. De esta manera puede agudizarse en muchos cristianos una profunda escisión entre sa sentido de pertenencia eclesial y su sentido de participación eclesial. Pero, de esta manera, además, una Iglesia que parece hablar y dictaminar antes de comprender o asumir; que parece más capaz de decir no o de condenar que de decir sí o de salvar, acabará por tener, propiamente, nada que ofrecer, ni se podrá esperar nada de ella. Por decirlo paradójicamente, Juan Pablo II recogió en su día lo que para muchos cristianos es una verdad fundamental: "El camino de la Iglesia es el hombre". La pregunta es cuántas veces ha dado -y hemos dado- a entender exactamente lo contrario.

Precio de la gracia

No me cabe la menor duda de que una de las convicciones motoras del Papa es que la fe debe vivirse de manera no vergonzante y sin abaratar sus exigencias. ¿Pero cuál es el camino para testimoniar y ofrecer. estas exigencias: el rigor eclesiástico, disciplinario y doctrinal o el radicalismo evangélico? ¿Qué expresa dicho rigor: "el precio de la gracia" o el miedo ante la grada? ¿Qué perciben los hombres y mujeres de nuestro tiempo en la Iglesia y en cada uno de los cristianos: un deseo de constituir la propia vida como servicio a un mundo que anhela y necesita caminos que lo humanicen, o un deseo de autoafirmación que no da nada ni se entrega para vivificar? Porque, en el fondo, a todos, cristianos o no, nos resulta muy aceptable y razonable" la idea de un Dios instalado en la lejanía que la idea de un Dios máximamente cercano... quizá porque esto significa que nos acerca prioritariamente hacia lo que siempre- queremos ignorar o mantener -a distancia: el sufrimiento de las víctimas, que nos juzga y nos cuestiona nuestrá concepción del progreso, nuestros deseos, de satisfacciones, nuestra lucha enfermiza por conquistar cuotas siempre precarias de poder o de seguridad... nuestras imágenes de Dios.Porque lo que Jesús revela es que, para un cristiano, la pregunta más auténtica no es quién o qué es Dios, sino dónde está. Y que, por tanto, el seguimiento de Jesús no se hace en referencia a un Dios que es y existe en sí mismo, y al que nos acercamos a través de conocimientos de prácticas "religiosas". que tengan un valor autosuficiente. El seguimiento de Jesús hace referencia a un Dios que se da a sí mismo y que no genera documentos, smio acontecimientos que realizan su verdad: que no ha venido a condenar, sino a salvar. Un Dios que no nos garantiza ningún saber o doctrina morales, pero que no nos hace indiferentes moralmente. Un Dios que nos hace buscar su voluntad a través de implicaciones personales que configuren símbolos y formas de vida orientados a realizar lo que hemos recibido de Él: el amor y la compasión hacia el pobre, que es el camino de acceso al amor y la compasión hacia cada hombre y mujer.

La fe es la llamada de la libertad. Una invitación a ser libre sin ser autosuficiente, y a serlo con los demás. Y la Iglesia y los cristianos la oscurecemos cuando la transformamos en miedo a la libertad que nos hace verdaderos y a la verdadque nos hace libres. La Iglesia no debe aparecer nunca como la constructora de fronteras inexpugnables, cuando la fe en Jesús, nos llama a creer que las fronteras que (creernos que) nos rodean no tienen la última palabra sobre nosotros y nuestras vidas, aunque a veces se nos impongan con tanta contundencia.Nos llama a creer que en la ambigúedad de lo humano y en la oscuridad de la historia es posible abrir espacios a un silencio atento y disponible ante el misterio del mundo y de la vida. Un silencio que desborda y relativiza nuestros intereses y nuestras fronteras ideológicas, sociales, económicas, interpersonales e íntimas y nos hace más libres ante ellas, mostrando que, a menudo, no nos protegen, sino que nos esclavizan y empobrecen.

Porque en Jesús se nos revela un camino para la humanidad (individual y colectivamente considerada) que no busca primariamente su autoconservación, sino la orientación vital que realiza las preferencias de Dios. Esto es radicalmente incompatible con lo que define una actitud dominante en la humanidad: la voluntad de autoafirmarse. El dinamismo humano que busca la autoafirmación personal y /o colectiva desemboca en inseguridad -que se quiere compensar con poder sobre los demás- y en el precio en dolor y sufrimiento que los demás han de pagar por la propia afirmación. La palabra de la fe, en este contexto, deviene particularmente difícil. Y más aún si lo que revela es que el hombre no se puede fundamentara sí núsmo, sino que sólo llega a sí mismo si se entrega a los demás y al misterio del mundo en un gesto que no se base en la deperidencido la sumisión, sino en el amor y la confianza más allá de si mismo.

¿Es hoy la Iglesia -somos los cristianos, también el Papá- para los hombres y mujeres de nuestro tiempo una invitación al amor y la confianza?

Josep M. Lozano es profesor del departamento de Ciencias Sociales de la Escuela Superior de Administración y Dirección,de Empresas y miembro del centro Cristianisme i Justícia.

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