Como decíamos ayer
La expectación de la noche estaba, sin duda alguna, en el regreso de Antonio. Su historia, su mitología y su carrera no necesitan hoy panegírico ni comentario alguno. Antonio jugó un papel importantísimo en un largo momento de la historia actual del baile español.Serge Lifar, en una larga entrevista concedida a este periódico (la última antes de morir, el 17 de diciembre de 1986), comentaba el grado de entrega de su trabajo, y se remitía a compararlo con Moisseiev, como los únicos ejemplos donde el folclor era elevado a un nivel exactamente balletístico.
Lifar tenía el recuerdo de aquellas temporadas parisienses de posguerra, sin duda alguna históricas. Pero han pasado muchos años, y los gustos han cambiado, y aun dejando claro que la buena danza no es cosa de modas, en los montajes vistos en el Monumental hay cierto aire añejo, un tono de discurso desfasado de la actualidad dancística. Era una función nostálgica de cierta estética para muchos olvidada, y para los más jóvenes desconocida.
María Rosa y su Ballet Español
Allegro de concierto: Granados / Antonio; Almería: Abéniz / Antonio; Paso a cuatro: Sorozábal / Antonio; A palo seco: Antonio; Benamor: Pablo Luna / Victoria Eugenia; Aragón: Ruiz de Luna / Azorín; El Rocío: Turina / Antonio. Primeros bailarines: María Rosa, Maribel Martín y Carlos Vilán. Luminotecnia: Antonio. Teatro Monumental. Madrid, 23 de abril.
Toda la vida
Antonio mostró varias piezas de repertorio, de sus programas de toda la vida, donde rememoró su capacidad para mover a los bailarines en bloques, un recurso de composición nada fácil dentro de la danza clásica española, como en Allegro de concierto y Almería, con poses de vieja escuela.Paso a cuatro es un émulo de escuela bolera del Grand pas de quatre clásico, donde las bailarinas se ceden irónicamente las entradas a variación. Este ballet tiene un vestuario con cuerpos realizados por Karinska sobre grabados del siglo XIX, con irregular resultado a la hora de interpretar aquellas modas; igualmente pasa con la técnica bolera de las bailarinas.
A palo seco tiene problemas para los bailarines, que deben supeditar algo tan venal como el taconeo a una sincronía muy exacta, donde cualquier fuga rítmica arruina el resultado de conjunto. Juan Fernández de mostró su fuerza, aunque estuvo algo precipitado en los solos.
A Benamor le sobra un largo pañuelo de brillos baratos por el cuello y cabeza de María Rosa; es una sofisticación inútil, de mal gusto. La idea del trío es simétrica, sin demasiado sentido de exploración, pero correcta. María Rosa se mostró en una cuerda única en todos los bailes, muy cerrada, hacia adentro y hacia abajo.
Lo mejor llegó con las jotas, compuestas de manera que obligaban a bailar a todos los componentes, y rezumando autenticidad. Carlos Vilán sobresalió por su arrojo en los saltos, tal como destacó en la segunda parte, El Rocío.
Vilán posee un físico de buena planta y se mantiene enérgico a pesar de sus largos papeles. Aquí sobra esa voz en off, dando una monserga catequizante, voz que en su delirio lírico-religioso llegó a hablar de bueyes que se arrodillaban al paso de la Virgen.
Las escenas finales están mejor hilvanadas y la estilización de sevillanas pone un toque agradable de ver. Aun así, la pieza no está redondeada. Hay valores indudables, el público se soltó el moño en bravos, hubo flores a granel, pero la realidad es que hoy los tiros estéticos van por otro rumbo.
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