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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La estadística fatal

LA RELACIÓN de un muerto por cada 10.000 vehículos en circulación durante los días de Semana Santa -la lista está aún sin terminar, porque en muchas regiones la vacación termina hoy- mantiene el alto índice español de muertes en la carretera. Cada vez que una de estas estadísticas luctuosas se produce, las explicaciones oficiales y oficiosas tienden a señalar que es una excepción: la de esta ocasión se refiere a las huelgas en los otros medios de transportes, que han precipitado a las carreteras un mayor número de automóviles. En cuanto a las cifras que suministran los atestados de los agentes de tráfico, repiten siempre las mismas causas de accidente: la velocidad excesiva, el adelantamiento indebido, el mal estado de los vehículos o la fatiga del conductor.Pero tras estas anotaciones sumarias hay una causa estructural que se suele rehuir: la red viaria es insuficiente por varias razones -falta de autopistas o autovías, mal estado del firme, irregularidad en las cunetas y arcenes, tardanza o ausencia de las obras de reparación, escasez en la señalización de riesgos posibles-, sobre todo en un país que todavía tiene un punto importante de su economía en el turismo interior y exterior. Si se pueden acumular en el factor humano -responsable, la víctima- los accidentes, hay que calcular que esa estructura deficiente viene a cargarse indebidamente sobre los conductores. Se saben, por ejemplo, cuáles son los puntos tradicionales en los que la acumulación de vehículos en los momentos de ida y regreso de las vacaciones ahogan la circulación fluida y, por tanto, aumentan la fatiga del conductor; como se sabe también que la obligación de revisar los vehículos de un parque envejecido no se puede prácticamente cumplir por la escasez, el horario y la lentitud de las estaciones apresuradamente montadas para ello.

Se sabe que el celo y la vigilancia de los agentes de tráfico suele ser irreprochable, pero se sabe también que su número sigue siendo muy escaso y que la flotilla de 12 helicópteros para la observación de toda la superficie nacional no puede dar toda la información precisa, ni esta información permite que acudan a tiempo los medios terrestres necesarios para solventarlos, y siguen siendo escasos los puestos de socorro y la disponibilidad de ambulancias, y los agentes municipales en las ciudades y pueblos donde, por desgracia, todavía no se han construido raquetas o desviaciones de paso de las caravanas.

La civilización automovilística ha crecido y sigue creciendo mucho más por el impulso de la sociedad privada -fabricación de vehículos, presiones para su consumo, ventas de ocasión, facilidades financieras que en la atención de la entidad pública que haga posible el suelo dispuesto para acoger ese crecimiento -deseable desde el punto de bienestar- y que no lo convierta en funesto tantas veces y en simplemente incómodo o descorazonador en su uso diario en las ciudades, donde las soluciones tantas veces maltusianas (prohibiciones viarias, restricciones de estacionamiento, crecimiento de los sentidos únicos, aumento de zonas peatonales) pueden suponer alivios urbanos momentáneos aunque arriesgados (afluencia del tráfico hacia las vías libres, aumento del kilometraje en los rodeos para buscar el objetivo), pero en todo caso son contradictorias con el estímulo consumista.

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La repetición de estos argumentos, o Parecidos, cada vez que llega la hecatombe prevista muestra la falta de, soluciones aportadas desde los ministerios que se ocupan del caso, o al menos que sus desvelos no están en relación con los resultados. El estímulo cívico a que quienes conducen en estas o cualesquiera fechas estén alerta y se programen de manera que entre los reflejos del manejo de vehículo esté incluido el mal estado de las carreteras y su escasez es siempre oportuno como medio de defensa propia; pero ello no exime al Estado, a las autonomías y a los municipios de un esfuerzo de puesta al día que no se está cumpliendo.

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