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Tribuna
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Primavera

Con la sangre completamente alterada debido a la estación, nuestra proba policía se ha lanzado a peinar y poner horquillas a diversas poblaciones patrias, con el loable propósito de desdrogar nos a bombo y a platillo. ¿Por qué? ¿Por qué se han puesto a practicar en un repente lo que se supone deberían estar realizando todo el tiempo, puesto que para eso -entre otras cosas- cobran la parte correspondiente de nuestros impuestos? ¿Qué extraña toma de conciencia tipo Ingmar Bergman les ha llevado a poner contra la pared a cuanto africano se cruzaba en su camino, amén de algún que otro ejemplar local? Quienes, por cierto, tuvieran o no en manos la mercancía, fueran culpables o no, fueron convenientemente cacheados, vejados y enfocados por las cámaras, en claro desprecio de ese requisito informativo que nos hace suponer en todo ciudadano la inocencia antes de que judicialmente se demuestre lo contrario. Tan apasionante acción policial ha dado como resultado que, del millar de personas identificadas en Madrid durante la llamada operación Primavera, 760 han pasado a disposición judicial y 189 han ingresado en la cárcel, lo cual arroja un saldo considerable de damas y caballeros a quienes no se pudo probar nada y se quedaron en la calle, compuestos y con el susto, más algún que otro papirotazo.

La brillante, expeditiva y, sobre todo, fructífera intrusión de los valerosos agentes del bien en los procelosos andurriales del mal ha llenado de maravillado estupor a los más acreditados traficantes internacionales con sede en Bolivia, Colombia, Marsella, Palermo y la costa alicantina, quienes están dudando acerca de cómo corresponder a la amabilidad que supone dificultar los pequeños canales de entrega de la mercancía, con el consiguiente aumento de los precios y enriquecimiento posterior de esos señores, a quienes, por el momento, nadie les ha tocado ni un pelo.

No me extrañaría que, por Navidad, nuestros jefes policiales tengan que ponerse a rechazar obsequios de extraño origen.

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