_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Marginado

Rosa Montero

Le vi entrar en las oficinas de unos grandes almacenes. Pálido, nervioso, vestido tan pulcramente como un pobre, con los zapatos bien embetunados y el pantalón planchado con raya y con primor. Tenía unos cuarenta años y una angustia muy grande; se acercó al mostrador y empezó a quejarse quedamente. Que por qué le habían rechazado. Que un par de años atrás él había pedido la tarjeta de compra de los grandes almacenes en cuestión y que se la habían denegado sin siquiera explicarle los motivos. La chica que le atendía sugirió que podría tratarse de un error, que probara a solicitarla nuevamente . Pero la desesperación del hombre iba en aumento: no, no se atrevía a intentarlo otra vez porque su malherido orgullo no podría soportar un nuevo oprobio. ¿Sabía la señorita lo que suponía el ser repudiado por los grandes almacenes? ¿El carecer de una tarjeta que todo el mundo poseía, desde los compañeros de oficina a la portera? Los amigos empezaron a mirarle de otro modo, sospechando de él aberraciones innombrables. Y lo que es peor: él mismo comenzó a considerarse menos. Se devanaba la cabeza intentando adivinar qué estaba haciendo mal, cuál era su culpa, que, a juzgar por el castigo, debía de ser muy grande. Porque no hay indignidad mayor que vivir en una sociedad de consumo y no ser considerado apto ni siquiera como cliente. Movido por el pánico de la marginación, había comenzado a gastar cuantiosas sumas en los grandes almacenes con el único fin de ser aceptado por dicho imperio comercial. Cambió los muebles de cocina tres veces en un año, adquirió siete vídeos y 10 televisores, y todos los días hacía unas compras fabulosas en el supermercado. Pronto agotó todos sus ahorros; se apropió de un dinero indebido en su oficina, fue descubierto y despedido. Ahora vivía pobremente y acudía periódicamente a presentar sus quejas. Aquel día, cuando acabó de exponer su triste caso, le vi reunirse con su mujer, una pobre santa que le esperaba fuera comprando toneladas de retales con el último dinero del subsidio de paro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_