Los rentistas de la tortura
Querida M.:El otro día, a la salida de clase, te acercaste a preguntarme por qué no había asistido a ninguna de las jornadas que sobre la tortura se han celebrado en nuestra facultad de Zorroaga y en algún otro local de Doriostia. "Tú solías estar en eso, ¿no?", me dijiste. Te respondí demasiado escuetamente que no se me había invitado a ellas, supongo que por temor a que mi opinión disonase en la autocomplaciente unanimidad reinante. Pero luego, después de habernos separado -tú a recibir otras clases, yo a preparar algo para intentar no aburrirle demasiado mañana con la mía-, me di cuenta de que quizá pudieras entender mal mi contestación lacónica. De modo que voy ahora a intentar ampliártela un poco.
Por supuesto, he estado en "eso" de la tortura, y sigo estando, por desgracia, en ello. Ojalá que ya no fuera necesario estar. Entre otras cosas, pertenezco desde el, primer día a la Asociación contra la Tortura, y apoyo cuanto puedo sus iniciativas, incluida la solicitud de dimisión del ministro Barrionuevo, no por ninguna cuestión personal contra él, sino como cabeza visible de una política policial desafortunada. que ha propiciado incidentes vergonzosos, algunos aún no aclarados suficientemente. No voy, a contarte otra vez mis motivaciones ¿ticas en este compromiso, que mas o menos ya conoces. Prefiero insistir en las razones políticas, pues sospecho que pueden ser discrepantes de las de otros que también se manifiestan públicamente contra esa indefendible lacra.
Yo no denuncio y combato la tortura, junto a cuantas disposiciones legales puedan favorecerla o encubrirla, porque considere que vivimos en un atroz Estado represivo, cuya apariencia democrática no es mas que un ligerísimo revoque superficial de la fachada. Ni tampoco porque suponga que cualquier arma debe ser utilizada con tal de zapar un poco la credibilidad del sistema establecido. Ni muchísimo menos por la más ligera simpatía con las actividades políticas de las víctimas (reconozco, en cambio, que los delincuentes comunes me despiertan a veces más comprensión): si mañana al señor Tejero le pasase lo que le ocurrió al señor Arregui, saldría a la calle con el mismo fervor en la protesta, pues me siento igualmente lejano del idearlo de ambos. Por cierto, espero que todos los restantes enemigos de la tortura actuarán, llegado el caso, con idéntica imparcialidad.
Todo lo contrario: abomino la tortura porque confío sinceramente en las ventajas efectivas y, sobre todo, en las posibilidades del orden democrático en que vivimos. Pese a sus injusticias estructurales y a las torpezas gubernativas, lo considero preferible y -lo más importante- perfectible. Por ello me indigna que aún sobreviva la tortura en él, como el más vil de los viles atavismos, y que algunos neocavernícolas de la razón de Estado la consideren útil y hasta imprescindible: en nombre de su razón de Estado, estos cretinos privan al Estado de sus mejores razones. Y por ello me subleva que un Gobierno legítimo, incluso algo de izquierdas, recurra a leyes de excepción de nefastas consecuencias y comprometa la dignidad de los policías promoviendo fueros que parecen diseñados para facilitar los abusos de los peores de ellos. Por mi parte, sostengo que la superioridad de este sistema sobre los totalitarismos que contra él conspiran estriba en el compromiso institucional de no tratar criminalmente a los criminales, de no ser intolerante con los intolerantes y de respetar la humanidad aun de aquellos que reniegan de ella con sus fechorias.
De modo que ni dimito ni dimitiré de la lucha contra el tormento semiconsentido. Pero te confieso que ya estoy más que harto de los rentistas de la tortura, es decir, de quienes obtienen de su denuncia parcial un maloliente provecho político. Si me consintieses por primera y última vez un consejo de profesor de ética a deshoras, aqui lo tienes: por, abiertamente en entredicho la virtuosa excelsitud de quienes rugen contra la tortura policial y jamás han dicho públicamente una palabra contra un secuestro, una bomba o un tiro en la nuca. Te dirán que toda violencia es odiosa; diles que especifiquen entonces por qué siempre se refieren a la misma. Argüirán que hay hasta candidatos a lendakari que no tienen más remedio que acudir a la lucha armada; respóndeles que quienes en las presentes circunstancias están convencidos de que la batalla por la liberación nacional (?) justifica la Goma 2 te merecen el mismo desprecio político que quienes sostienen que el mantenimiento del orden (?) obliga de vez en vez a hacer la vista gorda con la tortura. Y que además te niegas a separar a los unos de los otros, pero también a justificar a los unos por los otros. Y cuando te contesten a esto, respóndeles tú de nuevo, porque ya sabes que el fuelle argumental -agotados los tópicos propagandísticos- no es precisamente su fuerte.
Por mi parte, tengo decidido que, de ahora en adelante, siempre que me convoquen a hablar de la tortura. hablaré de la tortura y de lo demás. Lo decidí el día que oí a Iñaki Esnaola decir por televisión que la asesinada Yoyes "no era tampoco una santa Teresita". Recordé inmediatamente la declaración radiofónica de aquel probo funcionario que nos recordó que Arregui, recién liquidado por una bronco-neumonía traumática, "tampoco era, después de todo, una hermanita de la caridad". La retórica desalmada usa los mismos tropos, tal como la práctica política desalmada recurre a similares métodos. Y eso hay que decirlo, sencillamente para no, ser cómplice. En este momento, sólo en Donostia. hay personas aún internadas desde el atentado del bulevar, niños que perdieron el oído, gente mutilada y un matrimonio francés que sigue en grave estado después de que le metieran en el coche un cóctel molotov. Por no hablar de los muertos, unos queriendo, otros por error y otros porque no se apartaron a tiempo, que es que no se fijan. Una semana sobre la tortura en Euskadi que no hable de estas cosas me parece una farsa, tal como me lo parecería una jornada semejante sobre el terrorismo que no mencionase, que aún se tortura. Así de claro.
De cuando en cuando se le sublevan a uno las tripas cuando se oye a algún intelectual retroizquierdista, normalmente ya bien asentado en la jerarquía académica o quizá columnista de algún diario de derechas (pero ya se sabe que el caso es zurrarle al Gobierno y que para el puro todo es puro), predicar entre dientes que fuera de ETA no queda sino cochambre burguesa. Y también da retortijones morales el jerarca gubernativo dispuesto siempre a respaldar al ciento por ciento a cualquier verdugo voluntario a quien por exceso de celo se le fue un poco la mano. Pero esas náuseas hay que saber aprovecharlas bien, es decir, hay que convertirlas en denuncias contra la inhumanidad política "por altos motivos": denuncias nítidas, inequívocas, sin miramientos ni componendas y completas.
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